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Filosofía estoica en formato superventas

Aunque tiene más de 2.000 años, esta filosofía de vida regresa con fuerza en tiempos de incertidumbre. Los motivos para ello son muy diversos

Filosofía estoica en formato superventas

Estatua ecuestre de Marco Aurelio, Museos Capitolinos. | Wikimedia Commons

Pocos filósofos sueñan hoy en día con seguir los pasos de uno de esos escritores que aparecen en las listas de los más vendidos. Hay excepciones, claro. Aunque Byung-Chul Han es un ídolo indiscutible de esta ‘filosofía pop’, sorprende que sus mayores competidores, tanto en audiencia como en proyección social, pertenezcan a una escuela antiquísima de pensamiento: el estoicismo.

Creada en Atenas, a comienzos del siglo III a. C., la doctrina estoica tuvo un largo recorrido, sobre todo en la etapa más gloriosa de Roma. Sin duda, sería ese un buen punto de partida para una disertación académica. Pero quizá, reconozcámoslo, el estatus de los estoicos en la historia del pensamiento sea un tema demasiado arduo. «La tarea de desentrañar el estoicismo en cuanto filosofía es compleja por varias razones», advierte John Sellars en Estoicismo (Paidós). «La mayoría de los textos tempranos se han perdido. Por consiguiente, hemos de basarnos en los informes elaborados por autores con frecuencia hostiles hacia el estoicismo, que a veces escriben en un clima intelectual bastante diferente. Los textos estoicos de los que disponemos son posteriores, y en ocasiones resulta difícil determinar hasta qué punto reflejan fielmente la ortodoxia estoica temprana y en qué medida encarnan desarrollos ulteriores».

Portada de ‘Cómo ser un estoico’, de Massimo Pigliucci

Teniendo en cuenta los documentos disponibles, hay algo que llama poderosamente la atención: su relevancia en el mundo moderno. Hoy tenemos a los estoicos hasta en la sopa. Sobre todo, en las escuelas de negocio, en el mundo deportivo y en el gremio del coaching, siempre dispuesto a vendernos paz mental y espíritu de superación.

Esto último, por cierto, se entenderá mejor leyendo lo que nos dice Julián Marías en su Historia de la filosofía. El sabio estoico, escribe, «se hace independiente, soportando todo, como una roca que hace frente a todos los embates del agua». Además, «logra su suficiencia disminuyendo sus necesidades: sustine et abstine, soporta y renuncia». Y ojo al ingrediente definitivo: «es dueño de sí, no se deja arrebatar por nada, no está a merced de los sucesos exteriores; puede ser feliz en medio de los mayores dolores y males».

¿Se les ocurre otra receta más adecuada para ralentizar la dinámica infernal de la vida? ¿Y qué otra lección sería preferible para quien decida sobrellevar uno o varios fracasos?

Si pensamos en la incertidumbre actual, tanto los estoicos como Byung-Chul Han suben al estrellato de la filosofía con una propuesta ajustada a las ansiedades del siglo XXI. Obviamente, los separa una decisiva diferencia. Quizá el ensayista surcoreano acabe cayendo víctima de la celebridad, pero el estoicismo tiene la ventaja de ser un pilar del pensamiento clásico. No ha de sorprender, pues, que los estoicos resistan al Juez Tiempo, que siempre acaba distinguiendo a los autores valiosos de los que sucumbirán al olvido.

Lo que ha cambiado ‒y de qué manera‒ es el destinatario de esa propuesta filosófica. En otro tiempo, sus admiradores eran universitarios o aficionados a la cultura grecolatina. Actualmente, cuesta poco imaginarse al comprador hipotético de libros como Sobre la felicidad, el ocio y la brevedad de la vida, de Séneca (Alma Europa), El arte de vivir, de Epictecto (Alianza Editorial), o las Meditaciones de Marco Aurelio (Taurus). De hecho, si se da la situación propicia, ese lector colocará cualquiera de estos volúmenes entre Sopa de pollo para el alma y Hábitos atómicos. Es decir, en el mismo estante donde se apilan los libros de autoayuda y productividad personal.

La oferta de best-sellers y long-sellers estoicos es tan amplia que lo difícil es elegir alguno. Hay libros que sirven a título de presentación, como Estoicismo para principiantes, de Matthew J. Van Natta (Edaf), El pequeño libro del estoicismo, de Jonas Salzgeber (Urano), Cómo ser un estoico, de Massimo Pigliucci (Planeta), Vida de los estoicos, de Ryan Holiday y Stephen Hanselman (Reverté) o Lecciones de estoicismo, de John Sellars (Taurus). Otros títulos nos aseguran una lectura sencilla y homeopática, al estilo de Diario para estoicos: 365 reflexiones sobre la sabiduría, la perseverancia y el arte de vivir, de Ryan Holiday (Reverté Management). No faltan los repertorios de consejos existenciales, como El arte de la buena vida: Un camino hacia la alegría estoica, de William B. Irvine (Paidós), El arte de vivir como un estoico, de David Fideler (Paidós), o Sea feliz estoicamente, de José Manuel García González (Arcopress). Incluso hay ensayos para el lector un poco más especializado, pero con los que nadie se aburrirá ni saltará páginas, como El directivo estoico. ¿Nueva o vieja gestión de la res pública?, de Miguel Ángel Martín García (Dextra), o Ser estoico no basta, de Charles Senard (Rosamerón).

Portada de ‘Meditaciones’, de Marco Aurelio

Todo esto, en conjunto, conforma una propuesta apabullante, instalada en eso que los más enterados llaman life hacking. Es decir, los métodos para incrementar la eficiencia en todos los ámbitos de la vida.

Aunque el término life hack fue creado en 2004 por el periodista y activista digital Danny O’Brien, hoy se emplea más allá del mundo tecnológico, como sinónimo de ese tipo de recomendaciones que mejoran nuestro rendimiento como si tragásemos una píldora de empuje, felicidad y sabiduría. En ese contexto, Séneca, Epicteto y Marco Aurelio sirven para legitimar culturalmente ‒y sin cobrar derechos de autor‒ el discurso de numerosos programas de liderazgo. Está claro que sus iluminaciones, adaptadas a las necesidades del lector actual, son una lectura obligada para infinidad de ejecutivos, que además las convierten en superventas del New York Times o el Wall Street Journal. Con esa carga de esteroides, da la impresión de que Séneca y Cicerón están ahí para persuadirnos de que, aunque todo vaya mal a nuestro alrededor, nosotros cumpliremos con nuestro deber y alcanzaremos una vida apacible, ordenada y ‒de nuevo‒ productiva.

Hablábamos antes del life hacking. Como muchas teorías de este tipo, esta también echa mano de la psicología y de la filosofía. Hay tres figuras que, por decirlo así, pusieron en marcha la moda estoica: el experto en cultura clásica A.A. Long, que en 1971 publicó Problems in Stoicism, y los psicoterapeutas Albert Ellis y Aaron T. Beck. En este sentido, la terapia cognitivo conductual, enormemente popularizada a partir de los años 60, aplicó varios ingredientes de la filosofía estoica.

Pero hay más. De algún modo, el estoicismo también se ha convertido en una religión sustitutiva. Para explicar en qué creen, algunos han dejado de citar a Dios para poner en lo alto del santoral a Epictecto. Lo cual abre otra ventana, porque el pensamiento estoico puede rastrearse en el cristianismo a través de figuras como Tomás de Aquino.

Algo tiene que ver en esa religiosidad estoica el filósofo Pierre Hadot, autor de La ciudadela interior (Alpha Decay). No olvidemos que Hadot entendió que la filosofía antigua nos facilita ‘ejercicios espirituales’ para moderar el temperamento y alcanzar la serenidad y la eficacia.

Más allá de su verdadero significado, si el estoicismo se ha convertido en un producto tan polivalente como una navaja suiza es porque cada lector puede usarlo a conveniencia (como autoayuda, como entrenamiento mental o como una vía para descubrir el significado del éxito, el valor de la resistencia o el sentido de la vida). Gracias a esa amplitud de foco, su objetivo principal jamás perderá vigencia: no podemos controlar lo que nos pasa, pero sí cómo reaccionamos a ello. ¿Y de qué manera? Pues simplemente, tomando el control de nuestras vidas.

Cómo ser un estoico: Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna
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