La leyenda blanca contra la leyenda negra: la respuesta española a la propaganda inglesa
Mientras los británicos se afanaban en crear una imagen negativa y estereotipada, los españoles apelaban a los ‘buenos’ ingleses sometidos al protestantismo
Cuando se habla de Leyenda Negra casi todo el mundo la relaciona con la imagen negativa que se difundió sobre España y sus habitantes coincidiendo con la época del imperialismo hispánico.
El propio sustantivo de «leyenda» implica que se trata de «hechos fabulosos que se transmiten por tradición como si fuesen históricos» (según el diccionario de María Moliner). En una leyenda lo que se cuenta es solo parcialmente verdadero y, a base de repetirse, se convierte casi en una certeza.
Entre los principales difusores de esta imagen «negra» estaban los ingleses que, en guerra con España (1585-1604), y compitiendo en la carrera expansionista americana, encontraron muy provechoso el exagerar las maldades del enemigo sin ver la paja en su propio ojo.
En los siglos XVI y XVII, los panfletistas ingleses orquestaron una guerra de propaganda, antiespañola y anticatólica, con la que convencer a la población del peligro que suponía la monarquía hispánica para la independencia del reino. En esos panfletos se retrataba a los españoles como ambiciosos, crueles, corruptos y sospechosamente oscuros de piel. El fin último del imperio español era conquistar el mundo y someterlo al yugo del papado con ayuda de la Inquisición y de los católicos infiltrados entre la población.
De todos es sabido que en cualquier guerra la propaganda contra el enemigo es una de las armas más poderosa, y los ingleses no dudaron en utilizarla. Pero ¿qué respuesta recibieron de los españoles? ¿Existió una leyenda negra sobre los ingleses a modo de contraataque?
Puede resultar curioso pero mis investigaciones me llevan a proponer que, en lugar de una leyenda negra, los españoles construimos una leyenda blanca en torno a los ingleses. Un arma más sutil pero que puede resultar igualmente efectiva.
Los refugiados ingleses
Si buscamos entre las obras literarias cuál era la imagen de los ingleses en la época encontraremos un frustrante vacío. Hay muy pocos personajes de esta nacionalidad en la ficción, y los que aparecen no tienen rasgos distintivos de carácter nacional, sobre todo en comparación con los franceses, los portugueses y los moriscos, quienes sí aparecen retratados en el teatro de la época conforme a estereotipos.
En principio, esto podría deberse al desinterés y a la falta de información sobre el país y sus costumbres. Inglaterra se consideraba alejada y no especialmente relevante, al menos hasta que comenzó la guerra hispano-inglesa. Mientras que los ingleses, a pesar de su inquina, se esforzaban por aprender español y traducir e imitar las obras de los escritores españoles, en España apenas existen traducciones del inglés y nadie estaba interesado en aprender la lengua del enemigo.
Por este motivo, la principal fuente de información sobre Inglaterra eran los propios ingleses católicos refugiados en España por motivos religiosos. También ellos fueron los autores de la pocas traducciones del inglés al español.
El primer seminario inglés fue fundado en Valladolid por un grupo de católicos que salieron huyendo de su país después del fallido intento de invasión de la Armada Invencible (1588) y que encontraron en la ciudad castellana la protección de Felipe II.
A ese le seguirían otros en Sevilla, Madrid y Lisboa. A estos colegios llegaban secretamente los hijos de familias católicas inglesas que querían educarlos en la «religión verdadera», prohibida en su país.
Una vez convertidos en sacerdotes su misión era volver de incógnito a Inglaterra para oficiar misas clandestinas y mantener viva la religión proscrita. Muchos de ellos serían apresados, encarcelados y ejecutados públicamente por ser espías de los españoles, enemigos de la patria y traidores a la corona. Así comenzaría en España el culto a los mártires ingleses.
Espías españoles
De modo que los colegios ingleses en España se convirtieron no sólo en centros de educación sino en importantes emisores y transmisores de información secreta entre los dos países.
Joseph Creswell, un jesuita encargado de dirigir el colegio de Valladolid y posterior fundador del colegio de Madrid, tenía fama de estar al tanto de todo. Los ingleses se preocupaban, sabiendo que «no se movía una paja en la corte inglesa» sin que Creswell tuviera noticia de ello a través de las montañas de cartas que recibía diariamente desde Inglaterra.
Algunas de estas cartas, convenientemente seleccionadas, traducidas y manipuladas, se publicaban en español e informaban sobre la triste situación de los católicos en Inglaterra: monjas perseguidas y desposeídas de sus bienes, familias separadas teniendo que huir a Francia y, sobre todo, sacerdotes capturados, torturados y ejecutados cruelmente.
En los pocos casos en que se ha podido encontrar el original de una carta y compararla con su versión en español, se aprecia la distorsión del original para retratar sólo el heroísmo de las víctimas. En estas cartas se da la impresión de que los ingleses son en su mayoría católicos que sufren la tiranía de unos gobernantes herejes.
Promocionar la invasión de Inglaterra
La manipulación de la imagen de Inglaterra como un país lleno de católicos víctimas de sus políticos podía conseguir apoyo popular a la política de Felipe II de intervenir en el país para devolverlo al catolicismo. Al fin y al cabo, se trataría de una liberación de la población.
Este tipo de propaganda llegó a su máximo apogeo con la firma de la paz entre España e Inglaterra en 1604-1605. Para convencer de que esta paz era beneficiosa, se promovió una curiosa campaña de propaganda proinglesa en la que participó hasta Miguel de Cervantes.
En su novela ejemplar La española inglesa (1605?), el amor entre una española cautiva y un apuesto inglés católico pone fin a una serie de calamidades a escala internacional. En ella, hasta la reina Isabel I de Inglaterra es un personaje amable.
Al mismo tiempo, un romance de ciego, escrito probablemente a comisión, para que se pregonara en plazas y mentideros decía: «aya paz, cesse la guerra / reciba España consuelo /pues ya vuelve Ingalaterra / a ser amiga del cielo». En él se contaba cómo la paz se había firmado porque Inglaterra se había convertido oficialmente al catolicismo.
No hay fuentes suficientes para saber si gracias a la propaganda se consiguió este apoyo popular. Lo que sí sabemos es que la realidad era bien distinta a la que las autoridades querían hacer creer: la mayor parte de los ingleses eran protestantes, aborrecían a los españoles y la vuelta al catolicismo no llegaría jamás.