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Historias de la historia

Cuando se apagó la luz de Sorolla

Joaquín Sorolla murió de agotamiento hace justo un siglo, exhausto por su obra cumbre, ‘La visión de España’

Cuando se apagó la luz de Sorolla

'Ayamonte, la pesca del atún', uno de los grandes cuadros que componen la Visión de España de la Hispanic Society de Nueva York. | Wikimedia Commons

El cortejo fúnebre atravesó todo el Madrid de hace un siglo, desde la capilla ardiente del palacete de Sorolla, situado en las afueras de la parte norte, hasta la Estación de Mediodía. En el centro de la capital hizo una parada ante el Museo de Arte Moderno, donde se rezó un responso. Luego un convoy ferroviario trasladó los restos hasta su lugar de enterramiento, Valencia, la tierra natal del genio, que le rindió honores de capitán general con mando en plaza. Nunca España ha despedido con más devoción a un pintor, pero es que raramente surge un artista que encarne de esa manera –como Goya, como Velázquez– el alma de un país. Al fin y al cabo Joaquín Sorolla había muerto por realizar una hazaña épica, recoger en una pintura inmensa la Visión de España.

Oficialmente Sorolla falleció el 10 de agosto de 1923, hace justo un siglo, en Cercedilla, un pueblo de la Sierra de Madrid donde tenía un hotelito para sobrellevar los calores del verano madrileño. En realidad hacía ya tres años que se había apagado la luz de Sorolla, la luz del pintor de la luz. El 17 de junio de 1920 un ataque de hemiplejia había matado al artista, aunque su organismo siguiera respirando tres años más. Puede decirse que murió con las armas en la mano; la paleta y el pincel con los que estaba retratando a Mabel Rick, esposa de Pérez de Ayala, serían como el hoplón y la sarisa del hoplita, es decir, el escudo y la lanza del guerrero griego. Y por seguir en la referencia al mundo clásico, con el que bien se puede relacionar a un pintor tan moderno, Sorolla murió exhausto, de agotamiento por el combate, como aquel ciudadano ateniense, Filípides, que tras la batalla de Maratón tuvo agallas para correr los 42 kilómetros que había hasta Atenas, a llevar la noticia de la victoria, y falleció después de transmitir el mensaje de gloria.

En los últimos tiempos, dentro de la tendencia a revisarlo todo, algunos investigadores han querido reescribir las causas médicas de la muerte de Sorolla. Señalan desde problemas de hipertensión hasta un envenenamiento a causa de las pinturas que utilizaba. Sorolla pintaba con colores maravillosos, pero esos blancos deslumbrantes de sus pinturas playeras eran letal blanco de plomo, el restallante bermellón estaba compuesto de mercurio y azufre, el intenso verde Scheele lo consiguió un químico sueco mezclando cobre y arsénico, y no hay manera de saber cuántos muertes provocaron en el siglo XIX los papeles pintados de verde Sheele, aunque la reina Victoria ordenó arrancarlos de la paredes de Buckingham Palace cuando se sospechó su toxicidad.

‘Muchachas en la playa’, de Joaquín Sorolla.

Estas hipótesis son probablemente verdad, aunque no hacen más que abundar en la muerte épica: el artista que sacrifica su vida al arte. De hecho llevan a establecer un vínculo más entre Sorolla y Goya, pues aquella terrible enfermedad desconocida que atacó a Goya durante un viaje a Andalucía, a la que sobrevivió pero que le dejó sordo, era seguramente envenenamiento por el uso de pinturas tóxicas.

En El hombre que mató a Liberty Valance, la obra maestra de John Ford, cuando se descubre que el protagonista, James Stewart, en realidad no mató al malvado Liberty Valance, el periodista decide no publicar la verdadera historia y dice: «Print the legend», publiquemos la leyenda. Esta es la leyenda de la muerte de Joaquín Sorolla.

Huntington y Sorolla

A finales del siglo XIX, cuando está en la treintena, Sorolla es ya un pintor famoso y cotizado. En 1900 triunfa en París y rompe las fronteras para convertirse en una estrella internacional. Es así, en una exposición de su obra que se celebra en Londres en 1908, como se produce un encuentro trascendental en la Historia del arte, cuando un multimillonario americano llamado Huntington se queda deslumbrado por la luz de Sorolla.

Hay que decir que el cliente, mejor dicho, el mecenas en un sentido plenamente renacentista, está a la altura del artista. Archer Milton Huntington es hijo de una madre soltera, Arabella Duval, que gracias a sus sucesivos matrimonios se convertiría en la mujer más rica de América. Desde pequeño está claro que Archer no va a dedicarse a ganar más dinero, sino a gastárselo, aunque no lo hará malgastando ni un dólar, sino creando un emporio de protección de la cultura sin igual.

Junto a su amor al arte, Huntington siente otra pasión abrasadora: España. Desde que a los 15 años visitara México y tuviese un primer contacto con la cultura hispánica, Huntington se siente fascinado. Comienza a estudiar la lengua, que dominará hasta el punto de ser un buen poeta español. Con 22 años viene por primera vez a España, y el enamoramiento es ya total y de por vida. Huntington no es un depredador como los otros millonarios americanos que compiten por convertir sus mansiones en museos de arte europeo, de hecho es todo lo contrario, un protector. Tiene clara la idea de regeneración de la cultura, de recuperación de obras expoliadas, de salvamento de bienes perdidos. Junto a su amigo el marqués de la Vega-Inclán son los creadores del concepto de Patrimonio Nacional Español. Entre otras cosas fundarán el Museo del Greco de Toledo y la Casa de Cervantes de Valladolid.

Cuando en 1908 Huntington conoce la obra de Sorolla en Londres concibe inmediatamente un sueño. De entrada se lleva al pintor a Nueva York y organiza una exposición en su institución favorita, la Hispanic Society of America, el principal foco de la cultura española en Estados Unidos. El éxito del valenciano en la ciudad de los rascacielos es arrollador, y se reproducirá en Chicago y en Saint Louis de Missouri. El presidente de los Estados Unidos solicita que le retrate el genio español, que por cierto ya ha retratado al rey Alfonso XIII. Por esa fecha Sorolla ya es rico gracias a sus pinceles, pero en Norteamérica se hará riquísimo.

Sin embargo eso es lo de menos, lo trascendental de ese viaje al otro lado del Atlántico es que Huntington logra meter a Sorolla en su sueño. Lo que el norteamericano que más ama a España quiere es que un artista que siente a España con la misma pasión se la lleve a su Hispanic Society.

La épica de ‘Visión de España’

Huntington quiere recubrir las paredes de la gran biblioteca de la Hispanic Society con lo que sencillamente llaman Visión de España, quiere recrear los paisajes, las gentes, las bellezas de España para que cualquiera que entre allí quede pasmado, seducido por lo español. No quiere tópicos, no busca folklore de pandereta, sino la auténtica visión que puede dar un genio de la pintura que siente profundamente a su país. Y Sorolla se alista como si lo hiciera en el Tercio, dispuesto a morir en la empresa. Y así será.

Para cumplir su misión Sorolla va a viajar por toda España entre 1912 y 1916. Aunque su amigo el marqués de la Vega-Inclán intentará paliar la situación creando los primeros Paradores de Turismo, viajar por la España profunda a principios del siglo XX es una ordalía. Los caminos, los medios de transporte —lomo de caballerías a veces—, la inexistente infraestructura de alojamientos, parecen inventados para disuadir al viajero. Pero Sorolla no se rinde, pese a que ya no es precisamente un hombre joven.

Y cuando ha reunido los bocetos, toca plasmarlos en una obra ciclópea. Los 14 paneles ocupan en total más de 210 metros cuadrados de lienzo pintado. Los cuadros son de distintos tamaños, pero todos enormes, los más pequeños miden tres metros y medio de alto por tres de ancho, aunque los hay mucho mayores. Castilla tiene más de 13 metros y medio de lado a lado. Para pintarlos es necesario el uso de escaleras, de andamios, Sorolla sube y baja constantemente de estas estructuras, en un ejercicio físico excesivo para su edad y su condición. Únicamente Miguel Ángel pintando el techo de la Capilla Sixtina en solitario ha padecido físicamente tanto en la realización de una pintura.

Sorolla se resiente, padece mareos, dice en sus cartas que llora de dolor y cansancio por las noches. Termina los 14 paneles en 1919, pero no logrará verlos montados en la biblioteca de la Hispanic Society, porque al año siguiente, después de varios amagos, sufre el ictus definitivo que apaga la luz del pintor de la luz.

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