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Cultura

El exalcohólico rumano que se volvió una celebridad en Francia

Christian Fulas, el escritor rebelde de las letras rumanas, publica en castellano su primera novela: ‘La vergüenza’

El exalcohólico rumano que se volvió una celebridad en Francia

Portada de la novela de Christian Fulas, 'La vergüenza'.

Una mujer está gritando en la puerta de la cafetería, parece que no quiere pagar, o le exigen que pague. O está teniendo una trifulca con el camarero que parece venir de antiguo. No queda claro. De cualquier forma, el guirigay es notable. Christian Fulas no se inmuta. Estamos en la avenida de la Meridiana de Barcelona. El ambiente es ruidoso y frenético. La mujer huye, corriendo. Tras ella van los empleados de la cafetería. Mientras, nosotros aguardamos por nuestros cafés.

Me disculpo, tratando de hacer ver que esto es algo inaudito. Christian Fulas sonríe, con displicencia, como diciendo «hijo mío, si yo te contara». Y es que Fulas pasó largos años como adicto, enganchado no solo al alcohol sino a las drogas, en su natal Bucarest, una ciudad sobre la que el narrador (y alter ego) de su primera novela, La vergüenza (Automática Editorial, 2023), traducida espléndidamente por Borja Mozo, dice que «es una ciudad borracha, una cervecería pública, amplia y luminosa». El propio Fulas se pasó en ella desde su adolescencia y hasta finales de la veintena, viviendo la vida bohemia de la urbe. Y es precisamente eso lo que cuenta en su obra debut, traducida por vez primera al castellano: cómo un borracho profesional ya en las últimas consigue dejar atrás (no sin dificultad) su adicción.

La vergüenza del título del libro, nos cuenta Fulas, se refiere «a que cuando uno es adicto, tu vergüenza es la vergüenza de los otros y, al final, cuando la adicción va realmente mal, tú tienes la vergüenza de ti mismo y bebes o tomas drogas por esa misma vergüenza, porque te sientes al margen de la sociedad; notas que no se te acepta». Por eso el libro se llama así, porque la vergüenza está en el centro de toda adicción, y es un libro que va sobre la destrucción, sobre cómo el vicio convierte todo en un círculo del que parece imposible salir y uno acaba perdiendo el control.

No es, sin embargo, precisa el autor, una metáfora nacional, ya que «si vas a Hungría pensarás que todos los rumanos son gente sobria, y pasa lo mismo con Suecia, o qué sé yo, con Londres, te encontrarás montones de gente bebiendo en la calle. Rumanía no es tan mala en este sentido, no somos una nación de alcohólicos, solo bebemos de forma social, como los franceses. Además, es raro que veas a gente borracha en nuestro país; contentillos, sí, pero no borrachos. En Rumanía es una vergüenza estar borracho, así que la gente lo evita».

Christian Fulas, en su juventud, había escrito algún que otro poema, pero nada serio. Lo de ser escritor no entraba en sus planes. Primero se dedicó a la traducción y, más tarde, fundó su propia editorial, Gestalt Books, una suerte de editora de libros de autoayuda y de psicología en la que él hacía todo. Fue justo ahí donde publicó la novela que nos ocupa, La vergüenza, en un intento de ayudar a otros adictos. Pero la cosa no fue como el pensaba, y más que en un libro de autoayuda, el libro se convirtió en una suerte de sensación literaria, consiguiendo más de cincuenta reviews en su país, lo cual fue absolutamente sorprendente porque, como nos cuenta el autor, «yo salía de la nada, nadie sabía quién era, todo el mundo se preguntaba quién es este tío, de dónde sale. Y la verdad, creo que, a día de hoy, siguen sin saberlo». El libro se publicó en 2015 y ganó el Premio Observator Cultural al mejor Debut, el Premio Liviu Rebreanu y el Premio de la revista Accente.  Tres años después, en 2018, tendría otra edición en la editorial Poliron. Fulas publicaría también un libro de relatos y cinco novelas más. La última de ellas, Iosca (Éditions La Peuplade 2021) está considerada en Francia como una obra maestra y su autor figura como uno de los intelectuales más respetados de Rumanía en la opinión pública francesa.  Además, Fulas es traductor de Proust al rumano y, por ello, acaba de recibir el Prix du Rayonnement de la langue et littérature françaises de la Academia Francesa.

En la actualidad, Christian Fulas sigue dedicándose a su labor de traductor, ocupándose de la traducción al rumano de La vie de Céline, del escritor y crítico literario francés Frédéric Vitoux. «Algo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer», nos cuenta Fulas. Y en lo que respecta a Proust ya solo le queda publicar en rumano el último volumen de A la búsqueda del tiempo perdido.  

El escritor rumano Christian Fulas.

La vergüenza le cambió la vida a Christian Fulas, pues de ser un desconocido en el mundo cultural rumano pasó a ocupar un lugar central, ya que un año después, en 2016, consiguió una columna semanal en un diario nacional y, desde ahí, comenzó a disparar sin mesura. Su objetivo: destapar todos los chanchullos del mundo cultural rumano, con nombres y apellidos, lo que le valió unos cuantos conflictos (incluido uno sonado con Cartarescu). «Nunca quise callarme la boca -nos cuenta-, encontré mi espacio y andaba cada semana metiendo bronca, haciendo escándalos, porque hablaba de la corrupción literaria, sobre qué pasaba con el dinero público. Y eso no le gustó a la gente, porque daba nombres y cantidades».

Dejar el alcohol

A Christian Fulas le vino bien dejar el alcohol, pues en 2008, y sin saber cómo, de repente se le despertó una memoria brutal. Después de haber pasado largos años sin recordar nada, de repente lo recordaba todo.  Gracias a ello y a su sobriedad fue que se puso a escribir su libro, La vergüenza, cogiendo una máxima de Wittgenstein, que «no tiene sentido demostrar nada». Confiesa el escritor rumano que no sabe de dónde le surge ese talento, el de recordarlo todo (y le sucede incluso con páginas traducidas de Proust o con las calles de una ciudad que ha visto en Google Maps), pero que, desde entonces, «no me olvido de nada». Ello le ha servido, por ejemplo, para sus traducciones francesas, pues nos confiesa Fulas que «aprendí francés leyendo, y lo domino incluso mejor que el inglés, pero no hablo francés, no lo puedo hablar bien. Puedo traducir a Proust leyéndolo, pero si me hablas como Proust no lo entiendo».

Desde ese momento en el que comenzó a recordarlo todo, quiso también Fulas convertir su casuística en política cultural, y así sucede que su obra tiene una fuerte vocación de recuperar la tradición literaria rumana. «Trato de recobrar cosas del pasado, pues prácticamente hasta los años noventa no se dio a conocer la literatura rumana al mundo, después de 150 años de tradición literaria europea, no fue sino hasta ese momento que comenzaron a traducirnos, y tenemos una tradición modernista que es tan buena como la francesa, en mi opinión. Liviu Rebreanu y Camil Petrescu, novelistas que uno viene de la tradición de Zola y el otro de Proust, son figuras de primer orden». En opinión de Fulas, al no haber podido los lectores europeos disfrutar de estas traducciones antes, esto ha significado dejarlos sin tradición y, por extensión, al resto de lectores nos ha dejado sin un contexto para recibir adecuadamente la literatura rumana contemporánea y poder valorarla cabalmente.

La soledad de alcohólico

«Aprendes una cosa bastante triste sobre ti mismo, cuando vas a terapia, pues que no estás bien, y la gente que está a tu alrededor no está bien, y tu vida es una mierda, y lo que aprendes es que tienes que olvidar tu vida, y si quieres seguir adelante no tienes que ser estúpido, lo que resulta bastante difícil. Te dicen: ‘Deja atrás tu vida’, pero tú te preguntas: ‘¿Y cómo se hace eso?’». 

Pues eso es justamente lo que consiguió Christian Fulas y lo que cuenta en su libro. Confiesa que no sabe realmente cómo lo consiguió. Tuvo la suerte de que, después de ir a terapia, un rumano rico que tenía un hotel le dejara quedarse al cuidado de este, en las montañas. Y durante dos años estuvo allí, sin apenas turistas que vinieran de visita. Recayó cuatro o cinco veces en el alcohol, pero finalmente lo dejó. Y, desde entonces, han pasado 15 años. «Encontré la forma de salir adelante, no me preguntes cómo, pero sucedió. Conseguí dejar mis malos hábitos, no sé bien cómo lo hice, pero me mantuve sobrio hasta hoy», confiesa Christian Fulas.

El escritor rumano nos cuenta que él tuvo mucha suerte, ya que no tenía pareja, hijos, familia cuando era adicto; no había lazos que le ataran a nada. «Fue cuestión de borrarlo todo y ya», afirma.  Y añade: «Nunca volví a tener contacto con mis colegas de la época de cuando era alcohólico». El olvido que le permitió seguir adelante y que, al mismo tiempo, le permitió adentrarse en el mundo literario con una historia cruda, emocionante y salvífica. Además, sobre la escritura de La vergüenza confiesa Christian Fulas que «cuando comencé a escribir el libro llevaba sobrio tres o cuatro años. Así que había olvidado mucho de todo. No fue algo que sirviera para curarme, o para hacer terapia, sino que sencillamente escribí un libro. No tenía realmente recuerdos, ni cosas de las que arrepentirme». Sin embargo, y a pesar de tener una parte de ficción, el libro se lee como una intensa y poderosa autobiografía, de las que insuflan ánimo a los lectores para que dejen de lado el mal camino. 

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