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Roald Dahl, los 'gremlins' y las cartas a su madre

Gatopardo Ediciones publica una selección de estas cartas, reunidas por Donald Sturrock, biógrafo del escritor

Roald Dahl, los ‘gremlins’ y las cartas a su madre

Dahl, a los 72 años, firmando libros en Ámsterdam (octubre de 1988). | Wikimedia Commons

«Lo siento, un gremlin se ha paseado por la página después de zambullirse en el tintero», le explica Roald Dahl (1916-1990) a su madre en una carta de 1942. Mantuvieron correspondencia desde que él fue enviado de niño a un internado en 1925 hasta que ella falleció en 1965. Gatopardo Ediciones publica una selección de estas cartas, reunidas por Donald Sturrock, biógrafo del escritor, con el título de Te quiere, Boy, que era como cariñosamente llamaban a Dahl en su familia. 

Las cartas están divididas por épocas y cada bloque va precedido de una extensa introducción del compilador, que permite contextualizarlas. El volumen incluye además abundante y muy interesante material gráfico. El libro puede leerse como lo más parecido a un recorrido por la vida de Dahl de que dispone el lector español que no se maneje con el inglés, ya que la excelente biografía escrita por Sturrock, Storyteller, aparecida en 2011, sigue inédita en castellano.

Portada del libro

La peripecia vital de Roald Dahl estuvo llena de giros dramáticos que le fueron agriando el carácter y contribuyeron a forjar un imaginario literario en el que reina lo macabro (en sus relatos para adultos) y el humor grotesco (en sus libros infantiles). Su infancia fue dura, con la temprana muerte del padre y su paso por sucesivos internados en los que se aplicaban castigos corporales. Lo contó en sus memorias de infancia, tituladas Boy, pero en las cartas a su madre lo disimulaba muy bien y siempre le contaba lo bien que se lo estaba pasando; en la Inglaterra de la época no estaban bien vistos los niños quejicas.

Sin embargo, el peor momento de su vida llegó durante la Segunda Guerra Mundial, en la que combatió como piloto de la RAF y estuvo a punto de morir cuando su vetusto avión, un Gloster Gladiator, se estrelló en el desierto libio. Se lo contó a su madre en una carta: «Supongo que quieres saber cómo me estrellé. Bueno, no estoy autorizado a darte ningún detalle de lo que estaba haciendo o de cómo ocurrió. Pero fue de noche, no lejos del frente italiano. El avión se incendió y se estrelló contra el suelo. Yo estaba lo suficientemente consciente como para zafarme del cinturón, salir del avión justo a tiempo y rodar por el suelo para sofocar las llamas de mi uniforme, que estaba ardiendo. No sufrí quemaduras graves, pero sangraba bastante por la cabeza. Aun así, me quedé allí tumbado, esperando a que se disparara la munición que quedaba en los cañones. Explotaron más de mil cartuchos, uno tras otro, y las balas parecían silbar en todas las direcciones menos la mía». Vio de muy cerca la muerte y después tuvo que pasar por una larga recuperación en un hospital. 

Todavía con la guerra en curso, fue enviado a la embajada de Washington en labores diplomáticas y de espionaje, y llegó a conocer a Roosevelt en la Casa Blanca. Le cuenta a su madre sus impresiones sobre Estados Unidos: «Por fin me voy acostumbrando un poco más a la cultura norteamericana, aunque no cabe duda de que son tan diferentes a nosotros como los chinos. Todo gira en torno a la publicidad y el dinero. Los fabricantes de aviones intentan que las estrellas de cine estampen su autógrafo en las alas de los cazas; los fabricantes de tanques consiguen que Clark Gable salga de la fábrica montado en uno de sus camiones, con una nube de fotógrafos esperándole a la salida. En la radio no existe tal cosa como un programa normal. Todo son anuncios».

Carta de Roald Dahl.

En estos años en Estados Unidos conoce a Hemingway, al que considera «un hombre extraño y enigmático», y a Thomas Mann, entonces exiliado en California: «Me cayó muy bien, aunque no estoy del todo de acuerdo con algunas de sus ideas respecto a la reconstrucción de Alemania en la posguerra».

Dahl vestido de militar con Ernest Hemingway

Es en esta época cuando se pone en marcha un proyecto con Walt Disney, interesado en llevar al cine un relato que Dahl acababa de escribir sobre los gremlins, de los que le habla a su madre: «Tal vez no te suenen, pero en la RAF todo el mundo los conoce. Son unos tipejos con larga cola que se pasean por las alas de tu avión, agujereando el fuselaje y orinando en la caja de fusibles». Los gremlins formaban parte del folclore propio de los aviadores británicos como una suerte de duendecillos que trataban de boicotearles los aviones. Dahl los convirtió en personajes de un relato en el que «Disney está interesado… Si Disney va en serio, el cuento pasará a valer miles de dólares». El escritor fue invitado al estudio, recibido por Walt y «media docena de los mejores artistas esperaban lápiz en ristre a que les dijera qué aspecto tiene un gremlin… Nos pusimos manos a la obra. Yo escribía y ellos dibujaban». Se desarrolló la historia, se hicieron bocetos e incluso peluches, pero al final Disney acabó desestimando el proyecto. Mucho tiempo después, en una célebre película dirigida por Joe Dante y producida por Spielberg, los gremlins tomaron una nueva forma en la pantalla, ya sin ninguna relación con los aviones de la RAF.

Dahl con Walt Disney, con peluches de los gremlins

A partir de su contacto con Disney y sus viajes a California, el escritor se adentra en el mundo de Hollywood y conoce a muchas estrellas. En 1953 se casará con una de ellas, la actriz Patricia Neal. El matrimonio estuvo marcado por la temprana muerte por encefalitis de la hija mayor a los diez años, y por los graves problemas de salud de otro hijo tras ser atropellado por un camión. Después del accidente, el niño tuvo gravísimos problemas de hidrocefalia, que lo llevaron en varias ocasiones al borde de la muerte. Desesperado por la ineficiencia de la medicina de la época, Dahl contribuyó al invento de una válvula respiratoria mucho más fiable que las que había disponibles entonces.

Las desgracias familiares continuaron: durante el rodaje de Siete mujeres con John Ford, Patricia Neal sufrió varios infartos cerebrales que le dejaron la movilidad y el habla afectadas. Logró recuperarse con la ayuda de Dahl, pero los últimos años del matrimonio, que duró treinta años, fueron borrascosos. La pareja se divorció en 1983. Para entonces Dahl era un autor de trato difícil, un tormento para sus editores por sus continuos desplantes. En sus últimos años de vida lo acusaron además de antisemita por unas desafortunadas declaraciones. En las cartas a su madre, el agrio Roald Dahl muestra su cara más afable, cariñosa e inventiva. Y a través de estos textos asistimos a la forja del escritor, porque le habla de sus proyectos literarios. Además, ya en el modo en que redacta las cartas desde niño se intuye al futuro escritor. Asoman su capacidad de observación y su sentido del humor. Percibimos cómo se gesta en ellas el inconfundible pulso narrativo del autor de obras maestras para público infantil como Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda, El superzorro y Las brujas, sin olvidar macabros relatos para adultos como Tatuaje, Gastrónomos o Cordero asado.

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