CutreCon: la adoración del cine chungo
Se ha celebrado en Madrid el festival de cine que reúne algunas de las películas más delirantes y chuscas de la historia
Es un absoluto esperpento. Decir que esto es cine, sería como llamar «hacer el amor» al espectáculo de La dama y el burro celebrado en esos antros clandestinos de Tijuana. Ahora, es un show. Un puro ¡chow!, que dirían algunos de los protagonistas de las cintas que han rulado desde el miércoles 31 de enero, al domingo 4 de febrero, en el festival CutreCon madrileño. El nombre es como el algodón, no engaña.
Los apócrifos de la serie B (o W, viendo el percal), quizás sepan del sin dios del género cutre por la película estadounidense The Room (2003), o algún video desangelado que ha resbalado hasta las pantallas de sus móviles. Pero el festival está aquí para barrer el cosmopaletismo yanque y la incultura cutre. Películas británicas, chinas, cubanas, españolas… La única constante incuestionable; su chabacanería, su presupuesto poligonero, su genuina estupidez, su argumento hilarante y sus giros de guion tan endiabladamente chascos, que hacen saltar carcajadas como disparadas por un muelle.
¿Cuál es el criterio de selección? ¿Por qué elegir unas u otras, habiendo tanta deliciosa mugre en el mercado? El festival se decanta por la temática. Si en la cita del año pasado la víctima fue el cine de superhéroes, en esta ocasión, han sido los chupasangres (con alguna deleitosa excepción). El cine de vampiros ha sido el elegido para ser arrojado en mitad del coliseo de la comedia involuntaria. Pues lo cierto es que, a mayor ejercicio de seriedad, de innovación solemne que acaba en un confeti de ridículo, más meonas son las risas.
A caballo entre la facultad de ciencias de la información de la Complutense, y los Cines Paz, la CutreCon reúne una fauna variopinta, donde la mayoría se debate entre vestir negro, y vestir muy negro. Es difícil distinguir entre los fans de este festival cinematográfico y uno metalero. Se conoce que el buen gusto musical se permea al cine. O, al menos, en el sentido del humor. Porque hay que tener mucho sentido del humor para enfrentarse a una cinta como Empusa (2010), última película del histórico actor, director, guionista y levantador de pesas español, Paul Naschy. Una cinta vampírica sin pies ni cabeza, diálogos que invocan la vergüenza ajena igual que se hacen llamadas al maligno, algún desnudo gratuito y un protagonista a la altura del parroquiano friki del bar Manolo de la esquina.
Aunque el jueves es la segunda noche del acontecimiento, se entiende como el verdadero descorche de la cita. Los Cines Paz recibieron el miércoles el primer abordaje cutre con una película del director chino John Liu; Made in china, que fue puro terrorismo audiovisual. Sin embargo, la temática fue más karateka que crepuscular. En cambio, el jueves 1 de febrero, la sala de cine -con lleno absoluto- se masajea al unísono los párpados para degustar uno de los clásicos más internacionales y poderosamente épicos del cine porquero de vampiros. Si bien la genialidad patria ya había hecho mella en muchos con la buen(des)aventura de ver Bracula, de Chiquito de la Calzada, horas antes en la UCM, el hambre por paladear la cinta; Yo compré una Moto Vampiro, se personó titánico.
A fin de no destripar semejante hito del cine de las lampreas humanas espectrales (en este caso, lampreas motorizadas), es mejor destacar todo lo que rodea a la reproducción del film. Porque ir a la CutreCon no consiste sólo en acudir a una sala de cine a degustar, tanque de palomitas y Coca-Cola magnum en mano, una película. Este recital es toda una experiencia. En primer lugar, se ven más latas de cerveza en mano que en una rave de pinares. Lo cual no suele ser costumbre. Como tampoco lo es que los espectadores vengan disfrazados (al menos, lo parecen) o con una ristra de ajos colgada del cuello. En la lista de excentricidades a la hora de ir al cine, la CutreCon cuenta con un ambiente fraternal y generoso. Recuerda un poco a esos antros de música tecno-mulera tan dura, donde aunque los asistentes puedan ser lo peorcito de cada casa, los hermana una oración comunal por ese difícil género musical. Eso, y las drogas, claro. Pero en la CutreCon, las únicas drogas necesarias son las chucherías que, empapadas por la locura de las películas reproducidas, ya deben dar un colocón de tripi y medio.
La buena vibra atmosférica de las salas, no se ve interrumpida por los constantes berridos, gritos, lanzamiento de palomitas e ingeniosos pie de páginas gritados por el público a las mejores escenas de las pelis. Simpáticamente enfervorizado, el público da palmas al ritmo de la banda sonora, o la canta si es que le viene en gana y conoce los versos. Durante la emisión de una de las películas, cuando uno de los protagonistas intenta propasarse sexualmente con un personaje femenino, una voz, tan mujeril como vikinga, enarbola: «¡Que alguien pare a Carlos Vermut!», y la sala, descaradamente congratulada con el gracejo negro, estalla en risas.
Carlos Palencia, director de la CutreCon, es el primero en pasearse por el espacio, poco importa la película, y en dejar escapar los mejores chascarrillos que merezca el filme. El tipo, apodado Oso -tal vez por su corpulencia ursina de larga melena-, es un agitador cultural de la risa durante la reproducción de las cintas. Los zurullos vampíricos (no es una metáfora, es en términos literales), mojones a los que les brota una colmillera roedora, o los perezosos asesinos (de nuevo, no es metafórico, hablamos de un folívoro sanguinario), gozan, en sus momentos de auge, de un aplauso histérico del respetable. Quizás no el aplauso sincero de quien reverencia algo por su increíble y emocionante ralea, sino más por el coraje de compartir despropósitos tan descarados y atrevidos. Para el caso, siguen siendo ovaciones.
La CutreCon es como ir a un restaurante fusión congratulado por mezclar la calidad del Burger King, con el ingenio de un kebab seco, la presentación de la tasca de abuelos y el sabor de un restaurante chino de productos exóticos. Sabes a lo que vas. No te puedes indignar si la cinta te parece una pasada de rosca porque una chica vampira se enfrenta a una chica Frankenstein, o haya cabezas indonesias flotantes con entrañas colganderas, o todo parezca el guion de una película porno, pero sin la parte onanista del proyecto. Insisto, sabes a lo que vas. Mente abierta.
Mente abierta. Ese es el único atributo que exige La CutreCon. Eso, y un paladar que disfrute del mal gusto. Que se descacharre. Que se tome el séptimo arte a risa, y sepa azuzar el placer de la chanza de lo que para glotis menos abiertas podría parecer infumable. El festival es una cita anual para esta clase de cinéfilos. La única forma de saber si uno lo es, si es un superdotado enólogo del cine cutre capaz de paladear grácilmente las irónicas maravillas del género, es probando. Y la CutreCon, es perfecta para ello.