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Historias de la historia

Tormenta de verano: la dimisión de Nixon

Hace medio siglo, el 9 de agosto de 1974, Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos, dimitió para evitar que el Congreso le expulsara de su cargo.

Tormenta de verano: la dimisión de Nixon

Nixon anuncia por televisión que ha renunciado a la presidencia de Estados Unidos. | Cedida

Nixon era un personaje de tragedia griega. Perseguido por un destino funesto e implacable, daba lo mismo que hiciera bien las cosas, al final le esperaba el desastre. Varias veces acarició el triunfo y la gloria, pero siempre el destino se la jugó. Como aquellos antihéroes griegos, sus acciones se volvían contra él.

En su primera ascensión hacia los cielos empezó desde muy abajo, porque pertenecía a una familia muy modesta de cuáqueros. Desde niño tuvo que trabajar en la tienda de sus padres a la vez que estudiaba, pero gracias a que era inteligente, trabajador y tenaz, logró una beca para estudiar en la Duke University de Carolina del Norte, una de las más selectas del país. Con las mejores notas se convirtió en abogado, lo que para el niño pobre suponía alcanzar el «sueño americano», ya que los abogados ganan muchísimo dinero en Estados Unidos. Pero un día leyó en un periódico un anuncio: el Partido Republicano buscaba candidatos para ser representante (diputado) de California en el Congreso de EEUU.

Richard Nixon sintió la llamada del destino, que ya urdía su trampa. Decidió entrar en política y convertirse algún día en presidente de los Estados Unidos. Gracias a los credenciales de la Duke University, el Partido Republicano eligió a Nixon entre los que respondieron al anuncio y, con 33 años, comenzó la carrera de su vida, ocupando un escaño en el Capitolio de Washington. Tras una primera legislatura como representante se presentó a la elección de senador, un puesto mucho más prestigioso, y también fue elegido. Y a continuación le tocó el premio gordo: la vicepresidencia.

Tras 20 años de presidencias demócratas, el Partido Republicano recurrió a una figura nacional y apolítica para recuperar la Casa Blanca, el general Eisenhower, el vencedor de la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo la práctica común de la política americana, los que movían los hilos buscaron un candidato de compensación para el ticket electoral. Eisenhower era bastante mayor, no era político y tenía fama de liberal. Debía acompañarlo un candidato a vicepresidente joven, político profesional y conservador, o sea, Richard Nixon.

A los 39 años, el hijo de unos tenderos de pueblo se convirtió en vicepresidente, pero no terminó ahí su suerte. Entabló muy buenas relaciones con el presidente Eisenhower, al punto que las familias se unieron, pues una hija de Nixon se casó con el nieto del presidente. Y además, en contra de lo que suele ser norma, su vicepresidencia no fue decorativa, ya que Eisenhower tenía plena confianza en él y le traspasaba responsabilidades propias del presidente, como la política exterior. 

Desde esa vicepresidencia activa, Nixon inició lo que sería su mayor contribución a la política norteamericana y mundial, la distensión, la apertura de canales de diálogo y negociación con el gran enemigo, el bloque comunista, para evitar el peligro de una guerra nuclear total. El vicepresidente Nixon fue el primer mandatario norteamericano en hacer un viaje oficial a Moscú, donde encontró un inesperado éxito de masas. La gente lo aclamaba por las calles, expresándole un afecto que nunca encontraría en el pueblo norteamericano.

En 1960, al final de los dos periodos de mandato de Eisenhower, Richard Nixon se convirtió en el candidato indiscutible del Partido Republicano, y en el favorito a ganar las elecciones presidenciales, dada su experiencia. Sin embargo, el destino le había preparado una jugarreta.

El 26 de septiembre de 1960, por primera vez en la Historia, se celebró un debate en televisión de los dos candidatos electorales. Nixon había salido hacía poco del hospital, donde estuvo dos semanas por un accidente durante la campaña. Tenía aspecto enfermizo y además rechazó que le maquillaran. Como tenía una barba muy cerrada, daba la sensación de que no se había afeitado y la elección de la ropa tampoco le favorecía.

Frente a él apareció en el plató televisivo un dios: John Fitzgerald Kennedy, guapo, bronceado, elegante y carismático, y encima rico y progresista. Esa noche América eligió a su héroe y a Nixon no le quedó más remedio que asumir el papel de villano. Consciente de la crueldad de su destino, Nixon sudaba y sudaba ante las cámaras, mientras comprobaba cómo estaba perdiendo las elecciones por un programa de televisión.

Eso al menos dice la leyenda. Richard Nixon, en cambio, siempre pensó que si había perdido -por un escaso margen- fue porque los Kennedy habían hecho trampa, que el patriarca de la familia, Joseph Kennedy, que hizo parte de su inmensa fortuna en negocios con la mafia, había amañado las elecciones en un par de pequeños estados que resultarían decisivos. Podría ser verdad, aunque nunca se demostró eso, de todas formas la leyenda resultaba mucho más atractiva y prevaleció.

Segunda oportunidad

El destino se había ensañado por primera vez con Richard Nixon en las elecciones de 1960, pero después de eso pareció arrepentido y comenzó a hacerle guiños de complicidad: en 1963 fue asesinado John F. Kennedy, y también lo sería su hermano y heredero Bobby Kennedy, que era el favorito para ganar las elecciones presidenciales de 1968. En unos comicios en los que no tuvo un adversario peligroso, Richard Nixon se convirtió en el 37 presidente de los Estados Unidos.

Fue un buen gobernante, especialmente en el área internacional, importantísima para la primera potencia mundial. Para empezar, sacó a Estados Unidos de la guerra de Vietnam, un atolladero en el que se habían metido Kennedy y Johnson, y que se había convertido en un drama nacional, con la juventud en rebeldía para no ir a la guerra. Además, estableció relaciones con la China comunista, el país más poblado del mundo que, sin embargo, no existía para Occidente, pues ni siquiera formaba parte de la ONU. Y dio el primer y decisivo paso en la política de desarme nuclear, ya que firmo con la Unión Soviética el Acuerdo de Limitación de Armas Estratégicas (misiles atómicos de largo alcance).

Sin embargo, no se sentía querido por la gente, los estudiantes lo vituperaban como si fuera la encarnación del diablo, y la prensa progresista y los adversarios políticos le apodaban «Tricky Dick», Ricardito el Tramposo, porque efectivamente a lo largo de su carrera política había recurrido a todo tipo de marrullerías.

Nixon sufría por todo esto, se sentía derrotado por Kennedy aunque hubiese muerto, y comenzó a desarrollar una paranoia. ¿Y si no ganaba la reelección presidencial en 1972? Para un presidente americano no ser reelegido es una humillación, si esto sucedía Richard Nixon ya no pasaría a la Historia como el gran presidente que pretendía ser.

Estas pulsiones internas que empujan a quien las sufre hacia el desastre son típicas de la tragedia griega. El presidente Nixon, obsesionado por su segundo mandato, recurrió a su faceta de Tricky Dick y creó un Comité para la Reelección del Presidente que recaudaba fondos para la campaña, sin importarle la legalidad de sus colectas, y que practicaba la guerra sucia frente al oponente.

La noche del 17 de junio de 1972, cinco meses antes de las elecciones en las que Nixon se enfrentaría a McGovern, la policía sorprendió a cinco hombres robando en la sede del Partido Demócrata en Washington, en el Hotel Watergate, un nombre que pasaría a la Historia. El cabecilla de la banda era el jefe de seguridad del Comité para la Reelección de Nixon.

No vamos a relatar ahora el Caso Watergate, que quedará para los anales como una de las mayores pifias de un gobierno de un país democrático. Pero sí hay que recalcar la crueldad de destino de Richard Nixon, porque ese acto ilegal que le costaría la presidencia era absolutamente innecesario. Cuando unos meses después se celebrasen las elecciones, antes de que diese tiempo a que el escándalo le alcanzara, Nixon vencería a su oponente por 47 millones de votos frente a 29, un triunfo arrasador. 

No era necesario hacer trampas, fue el destino el que volvió paranoico a Nixon para que cometiese ese error que, dos años más tarde, le llevaría al proceso de impeachement, es decir, la destitución del presidente por el Congreso de Estados Unidos. Ante la seguridad de que iban a expulsarlo con deshonor de la Casa Blanca, Richard Nixon firmó su renuncia a la presidencia el 9 de agosto de 1974, hace medio siglo.

Así entró en la Historia como el único presidente de Estados Unidos que ha renunciado a su cargo. No era así como soñaba Richard Nixon figurar en los libros de texto, pero fue como lo dispuso su cruel destino.

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