La fraga de Cecebre, en la provincia de La Coruña, es una especie de paraíso mitológico lleno de árboles musgosos y tojales en penumbra, ríos furtivos, animales fantásticos y personajes extraordinarios, un bosque mágico donde la tradición, la leyenda y el misterio se unen para convertirse en puro naturalismo costumbrista. Tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra, por allí andan sueltos el raposo y el lagarto, la urraca y el caracol, la mariposa y la ardilla, Marica da Fame y Xan de Malvís, fantasmas, sátiros, bandoleros, duendes, ladrones de curas, aparecidos… Un ejército de insectos centelleando entre la maleza. Toda una fauna inverosímil pero fidedigna, cierta. La vida refulge por doquier, con tonos fosforitos; a cada paso las alimañas huyen; se escucha la voz ancestral y recóndita de la naturaleza. Entre el bestiario quimérico y la cofradía apócrifa, la parroquia de San Salvador de Cecebre, en el municipio de Cambre, conserva parte del encanto panteísta que Wenceslao Fernández Flórez supo atrapar, casi milagrosamente, a través de la escritura. Palpita en las páginas de El bosque animado un surrealismo enxebre similar al de las semblanzas de gallegos redactadas por don Álvaro Cunqueiro, el bardo mindoniense.