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Rozalén vuelve al Wizink en un concierto plagado de sorpresas y mensajes

Rozalén regresa al Wizink tras un año de parón por la pandemia para seguir cantándole a la libertad, a la vida y al amor

Rozalén vuelve al Wizink en un concierto plagado de sorpresas y mensajes

RLM

Somos lo que escuchamos en nuestra infancia y adolescencia, por ello es que las letras de las canciones de Rozalén deberían estudiarse en los colegios. Con una gran carga social, no hay verso que no te haga reflexionar y viajar hacia tu interior. Lo cierto es que si es verdad que las canciones mueven conciencias, las de esta albaceteña, que ayer inundó el Wizink Center de Madrid con su buenrollismo y energía, son toda una declaración de intenciones. Un canto a la libertad, a la vida, al amor, plantando cara a golpe de melodía al machismo, a las injusticias o a la desigualdad.

Una excelsa María Rozalén se consagraba, una vez más, en un concierto multitudinario –se vendieron las 5.000 entradas disponibles de las 12.000 butacas, ya que por medidas de seguridad se redujo el aforo– como una de las máximas cantautoras de nuestro país. Porque cuando uno canta con sinceridad y honestidad, sin imposturas ni mordidas de lengua, pasan cosas como las de ayer.

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Imagen: Oscar Lafox

De elegante negro, con dos rosas rojas sobre el escenario, cerca de las 21.00, Rozalén –acompañada de su inseparable Beatriz Romero, quien traduce las letras de sus canciones al lenguaje de signos– irrumpía en el escenario para interpretar Ese tren, canción que encierra  la importancia de aprovechar las oportunidades que presenta la vida. «Cómo echaba de menos estos nervios. No me puedo creer que estemos aquí», se sinceró la artista visiblemente emocionada, que no dejó pasar la oportunidad para agradecer a su público la asistencia: «Lo que estáis haciendo, comprar una entrada y venir a vernos, no sabéis lo que significa. Gracias por venir».

La cita con la de Albacete era ni más ni menos que con motivo de presentación de su aclamado El árbol y el bosque, su cuarto álbum de estudio que incluye temas como Y Busqué, El pasó del tiempo, Que no, que no –galardonada este año en los Goya como mejor canción original– y Aves enjauladas, con la que el público estalló en aplausos y vítores al escuchar el himno que ella escribió contra la pandemia.

Por su repertorio de canciones también pasaron algunas pertenecientes a trabajos anteriores, como Dragón Rojo, El hijo de la abuela o Vivir. Y cómo no aquellas que llevaron su nombre a lo más alto y que son un imprescindible en cada concierto: Girasoles y Puerta violeta, que interpretó con la emergente Valeria Castro. 

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Imagen: Oscar Lafox

Con La línea defendió la inmigración y a quienes se ven obligados a huir de su país. «Parece ser que no evolucionamos. Nadie abandona su país por gusto», se sinceró María en un discurso lúcido sobre un escenario de luces rojas y azules para citar, a continuación, a Cristina Peri Rossi: «Partir es siempre partirse en dos».

Y de la poesía también tiró para introducir su tema Justo, la canción que Rozalén le dedica a un hermano de su abuela, de la quinta del biberón, que murió en los últimos días de la guerra. Así, cogiendo prestado unos versos de Miguel Hernandez, citaba: «Tristes guerras/ si no es amor la empresa. Tristes armas/ si no son las palabras. Tristes hombres/ si no mueren de amores».

Sobre las 22.00, llegaba la segunda parte del concierto. Cambio de ropa y de registro. El escenario cambia los rojos y azules, por los rosas y verdes, y ataviada con una chaqueta estilo poncho de flecos coloridos, puso al público patas arribas con temas como Vivir, 80 veces o El día que yo me muera. Los asistentes brincaban en sus asientos, eso sí siempre respetando las distancias de seguridad y con la mascarilla puesta.

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Imagen: Oscar Lafox

Y llegaban las sorpresas. La primera cuando, a capón, sin presentación ni nada, apareció en el escenario Macaco para interpretar junto a la de Letur La Distancia, una canción donde dejan clara la evidencia de la lejanía impuesta por la situación actual y la importancia de la constancia. La segunda sorpresa quizá fue uno de los momentos más emotivos de la noche.  Y es que no hubo alma en el Wizink que no tuviese que tragar saliva cuando junto a Fernando Madina, vocalista de Reincidentes, interpretó ¡Ay! Dolores. Esa letra que habla sin tapujos del maltrato y que tantas veces cantó en su época más rockera cuando estudiaba Psicología en Murcia.

Sin duda, una noche inolvidable para la de Albacete y para las más de 5.000 personas que durante casi dos horas abrazaron cómplices a la artista consagrada ya como una de las máximas cantautoras de nuestro país. 

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