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Teatro

Disfrutemos de Pablo Remón, nuestro Woody Allen 'de Zaragoza'

‘El entusiasmo’ describe la crisis de la mediana edad de dos parejas con el humor inteligente de su autor y director

Disfrutemos de Pablo Remón, nuestro Woody Allen ‘de Zaragoza’

'El Entusiasmo' de Pablo Remón. | @geraldineleloutre

El entusiasmo es divertida, entrañable y nos interpela con gracia y un poco de mala leche. Y si se la piensa bien, deja un poso la mar de interesante. ¿Qué más queremos? Algunos querían algo diferente. Dicen que el autor y director de la obra, Pablo Remón (Madrid, 1977), se repite. ¿Y? Si funciona…  

Remón está de moda. Ha ganado premios como el Lope de Vega, el Jardiel Poncela o el Nacional de Literatura Dramática. El año pasado se salió definitivamente con Vania x Vania, una versión genial del clásico de Chéjov. Ahora, y hasta el 28 de diciembre, representa en el teatro María Guerrero de Madrid esta obra que… no es Vania x Vania. Ni falta que hace. 

El entusiasmo describe las neurosis de unos burgueses culturetas con ínfulas que descubren, como el famoso verso de Gil de Biedma, que la vida iba en serio. El comienzo, electrizante, muestra a una adolescente de 14 años enamorándose hasta los tuétanos de un chaval en las fiestas de su pueblo. Ella estudiará Filología Hispánica y chorrea palabras. Él heredará la empresa de su padre y juega al frontón. Suena Dream Baby Dream en versión de Suicide. Cuando para, la yuxtaposición de sus monólogos es, simplemente, genial. 

Pero la trama se redirige rápidamente hacia otra pareja: un profesor universitario con ínfulas de escritor al que han encargado una novela y su mujer periodista. El primero se queja amargamente de lo difícil que es escribir una novela para un tipo nacido y criado en Zaragoza. Zaragoza, el punto ciego. Ni desclasamiento de la España vaciada ni glamur urbano de Nueva York. Ella recuerda la época en que vivían en Malasaña y reniega del piso al que se mudaron cuando llegó la descendencia. En Sanchinarro. El entusiasmo se ha esfumado. Ahora solo les queda… la vida.

Atraviesan la crisis de la mediana edad. ¿Muy manido? Puede ser. Increíblemente fructífero si lo explora un autor en estado de gracia (en todos los sentidos) y actores con talento. El entusiasmo reúne las dos cosas. Los diálogos alcanzan niveles de surrealismo gloriosos, las escenas entrelazan motivos con habilidad, la música modula el estado de ánimo y las referencias culturales inevitables…   

Humor y neurosis

¿Pablo Remón repite trucos de otras obras? En cualquier caso, funciona. Ha dicho Remón que «este montaje trata varios temas; uno de ellos es la crisis de la mediana edad, que es una crisis existencial y profunda de los personajes; pero también la crisis de la narración: ¿cómo seguimos contando historias a estas alturas?, ¿cómo nos contamos nuestra propia historia? O la ficción: ¿somos autores o personajes de nuestra vida?» Todo eso planea por la obra, de acuerdo, y resulta muy interesante. Pero, sobre todo, acierta a encarnarse en tipos tan entrañables como ese intento de escritor que clava la interpretación de Francesco Carril.

¡Oh, cómo nos apetece pegarle (y pegarnos, para qué engañarnos…) una buena bofetada para que deje de quejarse, entre citas a postestructuralistas y reniegos ingenialoides, de sus problemitas del primer mundo! Pero cómo lo compadecemos también, a él y la mujer que ya no lo aguanta y apenas se acuerda de lo que era ser periodista, atrapada en una maternidad insoportable. Y cómo nos reímos de sus paranoias. Y cómo nos enternecen sus torpezas recíprocas, el ingenioso borbotear en forma de palabras de la nada que les amenaza, el resultado de ese sueño barato empaquetado por una «modernidad» tan guay como hueca. «¡Te están estafando!», quiere gritar el chaval que jugaba al frontón cuando, años después, todo se desmorona.

Suena a Woody Allen. Que lleva desde que nos acordamos haciendo una película al año. Y aunque no todas son Annie Hall o La rosa púrpura de El Cairo, claro, siempre nos deja algo. El teatro de Pablo Remón es una versión muy nuestra de ese esfuerzo constante. Comparte la chispa y los personajes tienen un aire, esa burguesía con pretensiones intelectuales y una neurótica sobredosis autorreferencial. Pero con nuestros chistes, equívocos, ridiculeces, ternuras…  

Con todo eso, ha creado un estilo: «Yo vengo del cine y he trabajado mucho ahí y tengo una actitud hacia el teatro que me ha ido llevando a entenderlo como algo muy omnívoro: en mis obras hay partes casi más cerca de una novela por la escritura, otras de una película por cómo van avanzando las escenas… Porque tiene esa capacidad de que sucede la imaginación del espectador, y en esa invitación a imaginar todo cabe».

El entusiasmo juega al estilo Remón y las dos horas pasan volando y nos hemos reído bien a gusto unas cuantas veces y sus personajes son entrañablemente insoportables y de Zaragoza y sus cuitas existenciales tienen más chicha de la que parece y nos dejan pensando y nos vamos a Sanchinarro o donde a cada uno le toque un poco mejor de lo nuestro, que cada uno está en su crisis y si yo le contara… Pues eso, que se repita lo que le dé la gana.

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