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La otra cara de la crisis agraria: crece la inversión en suelo rural de familias y fondos

Los precios de la tierra se han mantenido por lo general estables con incrementos moderados en algunos cultivos

La otra cara de la crisis agraria: crece la inversión en suelo rural de familias y fondos

Agricultores protestando | Europa Press

Al margen de las dificultades que están atravesando los agricultores, diferentes informes ponen de manifiesto que el suelo agrario no se está viendo afectado por esta situación. Es decir, el suelo agrario sigue rentando a pesar de la sequía, las normas europeas y los precios. Una inversión que no es nueva, ya que el campo siempre ha servido de valor refugio, pero sí lo es el perfil de algunos de los inversores, en concreto los tipos de fondos y el carácter internacional de algunos de ellos, según señalan los expertos a THE OBJECTIVE. De hecho, el número de inversores en tierras rurales se ha multiplicado en los últimos años.

La sequía y la alteración de los patrones climáticos han supuesto en 2023 una reducción de la producción de un sector agrario que ya se estaba viendo penalizado por una marcada inflación en sus costes de producción. Pero esta situación coyuntural no ha impactado de momento de forma relevante en los precios de la tierra, que se han mantenido por lo general estables, con incrementos moderados en algunos cultivos, generalmente más pronunciados en la modalidad de regadío.

El reciente informe Suelo agrario en España 2023 elaborado por el Servicio de Estudios de Tinsa destaca, desde la perspectiva del valor del suelo agrario, tendencias al alza en el último año en la mayor parte de los cultivos, con más impulso en hortalizas, herbáceos, y frutales, especialmente en su modalidad de regadío.

Por el contrario, el valor se ha visto afectado en el olivar de secano y en los prados y pastizales. Los invernaderos para el cultivo de hortalizas, el suelo agrario más caro en términos de unitarios (euros/ha), alcanzó en 2023 un valor de 163.400 euros/ha, según las tasaciones de Tinsa. En el extremo contrario, el menor valor unitario correspondió a la hectárea de prados y pastizales: 10.200 euros.

Familias y grandes agricultores

En este contexto, la compraventa de fincas rústicas registró un crecimiento del 10,6% en noviembre con respecto a octubre -último mes del que hay datos-, hasta lograr un total de 13.034 operaciones, de acuerdo con los datos de la Estadística de Transmisión de Derechos de la Propiedad (ETDP) publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Las adquisiciones alcanzadas representaron el cuarto mejor resultado de compraventas del año, superado sólo por marzo, mayo y enero. La cifra manifiesta un incremento del 20% con respecto a la misma fecha de 2019, cuando se obtuvieron 10.860 terrenos rústicos.

Pero, ¿quién está invirtiendo en el campo? La respuesta no es sencilla. Por un lado, grandes agricultores y ganaderos (los conocidos terratenientes) que están aprovechando las ventas de pequeñas propiedades heredadas para hacer crecer las suyas propias. Pero también familias que buscan fincas de recreo, un tipo de inversión que está creciendo con intensidad en los últimos años, tal y como reconoce Regino Coca, CEO y fundador de Cocampo, en conversación con THE OBJECTIVE.

«Las familias, tras el COVID y en el contexto de crisis medioambiental actual, valoran más invertir en una finca con segunda residencia que disfrutar los fines de semana, antes que la tradicional costumbre de invertir en la casa de playa», explica Coca. Por otro lado, la sucesión de crisis financieras y políticas «suman atractivo al campo para cualquiera que tenga algo de ahorro, porque históricamente ha sido el activo que mejor ha mantenido su valor, incluso en tiempos de guerra, porque podemos necesitar más o menos otros bienes, pero la comida siempre la necesitaremos», añade.

Fondos de inversión

Pero además de agricultores y familias, en los últimos años está creciendo en interés de inversores institucionales en el sector. Destacan los family office que encuentran en el campo un activo de la economía real y que les ofrece las dos vías de rentabilidad de los activos inmobiliarios: la revalorización y el beneficio de la actividad que se desempeña.  También empresas sector agro-alimentario que necesitan crecer para obtener economías de escala, no sólo en la producción si no también en la manipulación y estructura de costes centrales, explica Coca. «Destacaría que, al igual que en las ciudades, en el campo está entrando capital e inversores extranjeros. La inversión en tierra cada vez es menos local», añade.

Por otro lado están los fondos de inversión Agro, tanto nacionales como extranjeros que, tal y como explica el experto, están buscando los cultivos más atractivos por precio de venta (actual y previsión futura) y más susceptibles de mecanización (y obtención con ello de economías de escala). Es decir, «se enfocan en los cultivos leñosos y en los llamados súper-alimentos, principalmente», asegura. Además de estos inversores se encuentran los fondos de inversión en Energías Renovables que están provocando que las plantas fotovoltaicas «compitan con los agricultores en la compra de tierras agrícolas de secano, incluso, en algún caso disparatado, con las de regadío».

¿Por qué invierten en el campo?

Desde Tinsa señalan que a la situación climática se suma un momento de relevo generacional en el sector agrario, según el cual las nuevas generaciones y los agentes especializados que adquieren las fincas sin relevo familiar «impulsan la concentración de las tierras e incorporan avances tecnológicos que mejoran la eficiencia de las explotaciones». Esto promueve una continuación de la evolución del sector hacia una nueva estructura más mecanizada e integrada verticalmente, con consecuencias en la selección de cultivos hacia las variedades que se consideran más rentables», según explican.

De hecho, en el caso de los inversores institucionales, Coca destaca dos tesis de inversión para el caso de los Family Office, empresas agro y fondos de inversión. Por un lado el crecimiento de la población global que demanda de más alimentos y de más calidad (cambio en los hábitos de consumo). Y, por otro, precisamente la rentabilidad que ofrecen los cultivos susceptibles de mecanización. «Todos los cultivos que se realizan en invernadero o que son intensivos con sistemas de regadío, son cultivos en los que se están consiguiendo una mejor producción, con menos mano de obra y costes, mediante la mecanización de la producción o la recogida», explica.

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