¿Puede estar a punto de pinchar el chollo de las grandes tecnológicas?
Mientras gastan barbaridades en la IA, los inversores empiezan a centrarse cada vez más en alternativas más cercanas a la economía real
La Bahía de San Francisco, tan innovadora en su momento en materia lisérgica, permite un muy alucinante paseo en coche por un paisaje que aglutina en unos pocos kilómetros las sedes de empresas con valores bursátiles superiores al PIB de un país mediano. Son las siete grandes: Google, Tesla, Apple, Nvidia, Microsoft, Amazon y Meta (la antigua Facebook). Apple acaba de superar los tres billones (con b, de barbaridad) de dólares. Más del doble del PIB de España, o sea, de todos los bienes y servicios que creamos el año pasado: todos. Sin embargo, últimamente se percibe cierta inquietud en el idílico Silicon Valley.
La semana pasada, The Wall Street Journal tiraba de titular más o menos apocalíptico al tildar de “proporciones históricas” la rotación en el mercado de valores” que se está produciendo. Karen Langley daba cuenta del tropezón del “aparentemente inmune grupo de los Siete Magníficos”. En Wall Street ya han visto caer imperios mayores (y, en 1929, a algún que otro inversor desde la ventana de un rascacielos neoyorquino). Están atentos a estas cosas.
La alarma saltó cuando los índices Russell que agrupan las acciones de las empresas más modestas, superaron durante una semana seguida a los que incluían a los grandes colosos. Lo hicieron con la mayor ventaja desde abril de 2001, o sea… en lo más árido de la tierra quemada tras el estallido de la burbuja puntocom. Atención: entra en juego la palabra maldita. Burbuja. Y el precedente de las puntocom, aquella especie de rubeola de Internet. ¿Se acuerdan de Terra?
Los colosos de Silicon Valley llevan tiempo sin inventar nada. Shoshana Zuboff y compañía advierten de que, bajo a una apariencia techie y una estética cool de futbolines y veneración de ídolos como Steve Jobs (cuyo cadáver ya huele: ¡murió en 2011!), llevan décadas sin innovar realmente, limitándose a hacer caja con nuestros datos, que extraen con más avaricia que vergüenza y comercializan con prácticas monopolísticas. De hecho, parece que los gobiernos están empezando a espabilar asestándole demandas prometedoras.
El primero de los grandes en sufrir los embates del personal mosqueado fue Mark Zuckerberg, que sigue en ello. Cuando notó que se le resquebrajaba el invento, incluso le cambió el nombre a su cortijo: de Facebook (que cada vez era más traducible como “manual del morro”) a Meta. Pretendía así volver a darle ese toque innovador que lo llevó al éxito, pero la novedad a la que se orientaba, el metaverso, ha resultado un fiasco. Por lo menos, de momento.
El grueso de Silicon Valley vio las barbas de su vecino rapar y puso las suyas a remojar con el siguiente gran hype: la inteligencia artificial. ChatGPT y sus primos se suponen llamados a coger el relevo. A finales del año pasado, recibí una newsletter del BlackRock Investment Institute titulada “La IA: una fuerza tectónica que impulsa las rentabilidades”. De repente, todo era inteligencia artificial.
Pero el personal ya está un poco harto de ese aire de vendedores de crecepelo que se les va quedando a las techies. Y estas, quizás aterrados por el estancamiento a lo Facebook, se están gastando demasiado en el nuevo juguete. El pasado mayo, The Economist advertía de que “el derroche de gastos de capital de las grandes tecnológicas puede ser irracionalmente exuberante”. Con su habitual (y muy ilustrativo) gusto por las analogías históricas, el semanal británico recordaba que, “desde la manía ferroviaria del siglo XIX hasta el auge de las telecomunicaciones en los albores de la era de Internet, abundan los cuentos que advierten sobre la sobreinversión en infraestructura alimentada por el entusiasmo por una nueva tecnología”.
Con el auge de la inteligencia artificial generativa, la historia, dicen, se está repitiendo: “En las últimas semanas, cuatro gigantes tecnológicos (Alphabet, Amazon, Meta y Microsoft) se han comprometido a gastar cerca de 200.000 millones de dólares este año, principalmente en centros de datos, chips y otros equipos para construir, entrenar e implementar modelos de IA generativa. Eso es un 45% más que el despilfarro del año pasado. Barones tecnológicos como Mark Zuckerberg de Meta admiten que pueden pasar años antes de que esta inversión genere retornos”.
Lo comentamos también por aquí. Aunque nadie duda que la IA se va a convertir en un elemento nuclear de la economía, deberíamos recordar los cadáveres que dejó el entusiasmo puntocom antes de que internet se consolidara. También la economía de EEUU terminó consolidándose como la dominante en el mundo tras el crash del 29… pero no creo que eso les proporcionara mucho consuelo a los que saltaron por la ventana después de perder hasta la camisa.
En un informe sobre la cuestión, Tobias Rommel, gestor senior de Carteras de Renta Variable de DWS, se fija en un momento muy concreto: “El día después de que Apple anunciara, en su Conferencia Mundial de Desarrolladores de este año, la entrada de la inteligencia artificial (IA) en su hardware y software, las acciones de la empresa subieron la friolera de un 7,3%. Esto correspondió a un aumento de la capitalización bursátil de unos 215.000 millones de dólares. La ganancia en valor de las acciones de Apple ese día es casi igual a la capitalización bursátil completa de la mayor empresa alemana, SAP, que actualmente ronda los 237.000 millones de dólares”.
Cifras tan vertiginosas, reconoce Rommel, que “recuerdan a algunos inversores la burbuja de las puntocom alimentada por las empresas de Internet”. Para él, “la justificación de este tipo de analogías se observa en los principales índices de valores tecnológicos. Por ejemplo, el índice Nasdaq 100 prevé actualmente una relación precio/beneficios (PER) de 28,6 para los próximos 12 meses, lo que supone una prima de alrededor del 60% sobre el mercado en general, pero bastante cercana a la media de los últimos cinco años. Algo similar ocurre con el índice MSCI-AC-World-IT, donde el PER a día de hoy es 28, lo que supone una prima del 59%. En comparación, esta cifra ha sido del 44% de media en los últimos tres años. El escaso aumento de las primas, por no decir nulo, demuestra que la valoración de los valores tecnológicos no se ha desvinculado de la evolución fundamental general. Más bien, los precios de las acciones han subido más o menos al ritmo del crecimiento de los beneficios”.
La IA es, con diferencia, el sector tecnológico en el que más han subido los precios. Por ejemplo, la cotización de Nvidia ya ha subido casi un 160% solo este año. “No obstante, vemos más potencial de evolución al alza de los precios. La enorme mejora del rendimiento de la última generación de procesadores de IA ha reducido drásticamente el coste de su uso. Esto abre aplicaciones completamente nuevas. No es casualidad que todos los supermercados estén pensando ahora en su propia estrategia de IA. Y eso mantiene alta la demanda”, predice Rommel. En los últimos diez años, el rendimiento de los procesadores de IA se ha duplicado cada año, y con los últimos chips, el aumento del rendimiento se ha acelerado una vez más y actualmente se está quintuplicando en un año.
Por eso el foco debe estar no en la IA en sí, sino en los ganadores en la gestión de su eficiencia. Así, Rommel espera que cada vez más empresas tecnológicas se beneficien del aumento de las inversiones en IA durante la segunda mitad del año. “Debería dar lugar a revisiones positivas de los beneficios en todo el sector y podría ofrecer atractivas oportunidades de inversión algo alejadas de las Pure Plays de IA”. Por eso los inversores deberían al menos empezar a centrarse en aquellas empresas en las que el uso de la IA debería traducirse pronto en un aumento de la eficiencia y, por tanto, en una expansión de los márgenes: “Es probable que estas empresas se encuentren principalmente en los sectores de la sanidad, el software o los medios de comunicación”.
O sea, menos rollos marketinianos a lo Zuckerberg y más atención a lo que de verdad puede hacer la IA en las empresas que Realmente Crean Productos y Servicios.
El mes pasado, Capital Group dedicó uno de sus gráficos de la semana a las “oportunidades más allá de los Siete Magníficos”. Comenzaban recordando que “los gigantes tecnológicos acapararon el año pasado el protagonismo de la renta variable, con los valores de crecimiento a la cabeza, por delante de los de valor”. Giraban con una apelación a la historia, que les “ha enseñado que la diversificación puede reducir eficazmente los riesgos del exceso de concentración sectorial”. Y concluían que, “analizando el índice S&P 500 más allá de los Siete Magníficos, las ventas y la rentabilidad de los siguientes 12 billones de dólares de capitalización bursátil están representadas por 42 empresas. Éstas comprenden un amplio conjunto de sectores que van desde la tecnología y la sanidad hasta las empresas financieras y de consumo”.
Son menos cool que las de los amos de Silicon Valley, eso sí. Pero dan de comer.