THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Signos celestes

«Debemos estar atentos para ver a quién van dirigidos los funestos signos celestes de estos días. ¿A Feijóo? ¿A Sánchez? ¿A ti, a mí, a todos nosotros?»

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Signos celestes

Calima en Málaga. | Zuma Press

Hoy el cielo de Madrid es de color arcilla y las calles, los coches, los árboles, las terrazas están cubiertas por un polvillo fino como un sudario de barro. Me pareció, al salir de casa, que oía el graznido de un arrendajo funesto, pero yo diría que en Madrid no hay arrendajos, como no sea en la sierra de Guadarrama o en la Casa de Campo. Quizás alguno, urgido por avisar de lo que se avecina, se ha aventurado en la ciudad para soltar sus graznidos. Oírlo, lo oí.

Estos signos o avisos ya poca gente los toma en consideración y sólo quedan algunas personas de ambos sexos que leen el horóscopo todos los días, pero más por distracción que para tomar medidas. El problema de los avisos ominosos es que no sabemos a quién van dirigidos. Se recordará que los oráculos antiguos eran engañosos y que no recuerdo si fue Darío o Midas, un gran personaje camino de la guerra, quien, tras consultar el oráculo y recibir en respuesta: «Destruirás un ejército entero», se puso en marcha muy ufano sin percatarse de que el ejército que iba a destruir era el suyo.

¿A quién están avisando estos signos oraculares? Yo diría que, entre los personajes de nuestra actualidad, el único que parece capaz de atender a estos saberes antiguos es Feijóo, por el tópico de que los gallegos siguen bastante pendientes de las meigas, los trasnos, el reñubeiro y la santa compaña. Pero todo lo que sé de los gallegos y las meigas me viene del gran Cunqueiro y no sé yo si continúa estando vigente.

Lo que sí sé es que los magnos personajes tienen tendencia o manía de consultar oráculos, y esto va a misa. Tuve yo una encantadora amiga, criatura perfecta, que trabajaba en el despacho de abogados que llevaba los asuntos de un magnate catalán. Como todos, duró unos años y luego cayó en la ruina, el descrédito y la oscuridad, pero en su momento supremo, cuando era uno de los hombres que decidía todo lo que tenía importancia en Cataluña, requirió una mañana los servicios de mi amiga para que le acompañara a los juzgados para resolver no sé qué asunto. Mi amiga subió al cochazo del magnate y cuál no sería su sorpresa cuando vio que en el asiento contiguo iba un personaje estrafalario, armado de enormes gafas de fantasía, largas guedejas y túnica color salmón, muy célebre en aquel momento por sus apariciones adivinatorias en la TV. Ante el pasmo de mi amiga, el magnate pasó todo el viaje consultándolo: «¿Y qué hago con Grifols?». «Vende, vende», decía el oráculo. «¿Y con el árabe ese?». «No, a ese, compra, compra», seguía con gran aplomo el adivino. Según mi amiga, una de las mujeres más inteligentes que he conocido, esa era una práctica habitual y no fue la causa de que se arruinara el magnate, sino que lo perdió todo por otras burradas mucho mayores. El dinero lo reparte el azar y es inútil creer que uno lo puede controlar, ni mucho menos predecir.

Así que debemos estar atentos para ver a quién van dirigidos los funestos signos celestes de estos días. ¿A Feijóo? ¿A Sánchez? ¿A ti, a mí, a todos nosotros?

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