Voto razonado
«La obsesión española por las izquierdas y derechas no tiene más sentido que el de cualquier otra obsesión, como la de no comer caracoles o ser fanático del Betis»
Mucha gente, sobre todo periodistas, tertulianos, profesores y políticos, creen que los resultados de las elecciones (en general) tienen una parte de racionalidad, de sentido común que se puede explicar. No comparto yo ese optimismo, tengo para mí que las elecciones se ganan y se pierden por factores absolutamente desconocidos y que nunca se han estudiado. Por ejemplo, el cómputo general de estupidez o chulería de los candidatos o su evidente maldad. Son factores difíciles de calcular porque, además, en ocasiones actúan a favor y otras en contra del candidato. Así, la obvia maldad de Trump fue un acicate para mucha gente con alma de bisonte muerto.
Por ejemplo, las últimas elecciones andaluzas (en particular) no obedecen a un cansancio de los votantes del PSOE y de los partidos ultras, creo yo, sino a un hartazgo de mantener un gobierno progresista que había logrado convertir a Andalucía en una finca subvencionada y con el índice de corrupción más alto de Europa y de algunos países latinos. A veces cansa mantener los sueldos de los corruptos. No es una cuestión moral, ni ideológica. La obsesión española por las izquierdas y derechas no tiene más sentido que el de cualquier otra obsesión, como la de no comer caracoles o ser fanático del Betis. Ha sido más bien el cansancio de ver a los rollizos diputados socialistas poner cara de niño huérfano y tender la mano subvencionada cuando todos vemos cómo se les salen los billetes por la varilla de las gafas. Muchos andaluces han dicho basta. Y eso es lo único extrapolable a las próximas elecciones en cualquier otro lugar, el cansancio ante la hipocresía de los sinvergüenzas.
Algunos episodios son carne de urna. El reciente fracaso de la señora Oltra, que se ha visto obligada a salir de la política valenciana, según ella «para salvar la democracia», según el juez y la totalidad de la población por proteger a un pederasta en el que concurrían dos virtudes: ser su marido y abusar de una menor oficialmente protegida por la administración valenciana. La señora Oltra, que es progresista, cree que está por encima de la legislación (la cual es heteropatriarcal) y no tiene por qué obedecer las sentencias de los jueces (oscuramente controlados por la ultraderecha) en lo cual no hace sino seguir las instrucciones de las autoridades catalanas que comparten exactamente la misma opinión, aunque no necesariamente protejan a ningún pederasta de la familia. Todos respetamos la presunción de inocencia, pero es que fue ella misma la que nos invitó a no respetarla y bien fuerte que lo gritaba ante sus víctimas.
Esa escena final de Oltra hay que imaginarla con todos sus elementos ornamentales: el baile triunfal, las pintas de la señora y de su mano derecha, el tal Baldoví, bailando enfervorizados; su feroz defensa de la dimisión para cualquier otro que no sea ella y se haya visto imputado; en fin la evidente inmoralidad y escaso talento de la beneficiada por el poder son ornatos inolvidables de un importante socio socialista.
Pero, insisto, es una cuestión estética, física, como de concurso televisivo, la que decide quien gana o pierde, y no en absoluto ningún principio político. Resulta patético leer a esta mujer diciendo que todo es una conspiración para hundir a quienes «luchan contra los poderosos» como si ella fuera una inmigrante. Son estas estupideces las que acaban por hartar a los votantes.
Aunque, repito, cada escenario tiene su propia resistencia. Así, la alcaldesa Colau, en una situación muy similar como imputada en delitos incluso más graves, no solo no se ve presionada para largarse, sino que figura como una resistente heroica (recuerda el això és una dona de hace unos años). El escenario catalán, tan reseco, no es el valenciano, que es de regadío. Y lo mismo sucede con el escenario vasco. Allí, no ya los encubridores de familiares pederastas, sino los protectores de asesinos gozan de excelente reputación y remuneración. Hasta que se harten de ver a tanto caradura subvencionado durante tanto tiempo y apuesten por otro concursante.