THE OBJECTIVE
Inaki Arteta Orbea

Pelé

Mis mejores deseos siempre los tuvo desde que ascendió a lo más alto en el ranking de mis ídolos. Abrí los ojos a la vida, es decir, a la televisión que acababa de entrar en mi casa, y él estaba allí ya, triunfando.

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Pelé

Mis mejores deseos siempre los tuvo desde que ascendió a lo más alto en el ranking de mis ídolos. Abrí los ojos a la vida, es decir, a la televisión que acababa de entrar en mi casa, y él estaba allí ya, triunfando.

Le deseo que viva lo que tenga que vivir, que resuelva este partido complicado que le tiene, por una vez, jugando de defensa en el hospital. Que viva bien y que sufra lo menos posible. Este será el deseo de cientos de millones de personas, tantas que probablemente sea un hecho histórico que se conciten tantas buenas voluntades en torno a una cuestión.

Mis mejores deseos siempre los tuvo desde que ascendió a lo más alto en el ranking de mis ídolos. Abrí los ojos a la vida, es decir, a la televisión que acababa de entrar en mi casa, y él estaba allí ya, triunfando. Pero no por subir a la luna, ni como Einstein, por deslumbrantes avances científicos, ni como el Papa, que también salía mucho, no, él estaba allí, siempre corriendo, hipnotizándonos con su soltura, haciendo magia con lo que para nosotros era entonces lo único: el balón de fútbol.

Me han interesado menos, en realidad, nada, sus episodios posteriores a que dejara el deporte. De hecho, también me ha ido dejando de interesar el fútbol. Pero en mi memoria se quedó allí, sonriendo en sus tiempos de gloria. Más allá de ponerle fecha o calcular la edad que él tendría entonces o cuál era la mía, cuál era su equipo, en qué campeonato el mundo le descubrió, cuántos goles marcó… su imagen pertenece al territorio atemporal de mi infancia, al catálogo de las cosas que se han marcado en nuestra memoria por haberlas vivido o sentido entonces, y que nos evocan sensaciones aparentemente ajenas, como olores, la luz de una habitación, los muebles en los que nos sentábamos, y hasta el desasosiego de enfrentarse a los primeros exámenes.

Pelé es el televisor en blanco y negro, aunque después también le vimos en color, las jugadas limpias y fáciles que terminaban con el balón en la red. Un todo que intentábamos imitar al día siguiente en el patio del colegio.

Sé que la infancia, el pasado en general, es un territorio abonado para la mentira piadosa, pero no en lo que respecta a Pelé.

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