THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

Seguidores y detractores del populismo, ¿quién contribuye más?

Lo reaccionario del populismo subyace en su determinismo, en su capacidad de limitar, de antemano, la construcción de cualquier discurso. El mesiánico lo da todo hecho, como los cruceros concertados o las pizzas congeladas. Para los populistas siempre habrá un culpable, un enemigo, una mano negra a la hora de cubrir cualquier contexto: banca, inmigrantes, poderosos, los políticamente correctos, los que en todo ven el populismo. Así, en abstracto, en esa generalización del artículolos que articula, a su vez, el argumento que está por venir. Y es que el populista fija primero al adversario y luego da aire a la idea, en el sentido opuesto a las agujas del reloj de las ideologías. Por otra parte, nos encontramos, obvio, con que ese mundo tan sencillo, tan prefabricado, es una estupenda excusa para declinar motivos razonados, pensamientos, raciocinios, y así satisfacer nuestros instintos ideológicos más cercanos ¿Para qué complicarnos más? ¿Para qué pensar?

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Seguidores y detractores del populismo, ¿quién contribuye más?

Lo reaccionario del populismo subyace en su determinismo, en su capacidad de limitar, de antemano, la construcción de cualquier discurso. El mesiánico lo da todo hecho, como los cruceros concertados o las pizzas congeladas. Para los populistas siempre habrá un culpable, un enemigo, una mano negra a la hora de cubrir cualquier contexto: banca, inmigrantes, poderosos, los políticamente correctos, los que en todo ven el populismo. Así, en abstracto, en esa generalización del artículolos que articula, a su vez, el argumento que está por venir. Y es que el populista fija primero al adversario y luego da aire a la idea, en el sentido opuesto a las agujas del reloj de las ideologías. Por otra parte, nos encontramos, obvio, con que ese mundo tan sencillo, tan prefabricado, es una estupenda excusa para declinar motivos razonados, pensamientos, raciocinios, y así satisfacer nuestros instintos ideológicos más cercanos ¿Para qué complicarnos más? ¿Para qué pensar?

De ahí que, acaso, cuando alguien compartió –o relacionó- el discurso de Bane, el malo de Batman, el Batman de las películas de Nolan, con la soflama de Pablo Iglesias, le llamaran de todo, en ese ejercicio tan nuestro de etiquetar de contrario al que ofrece, simplemente, una visión lejana de la que nosotros atisbamos. Lo curioso es que estos individuos son los mismos que ahora aplauden esa simetría entre el vídeo de Bane y el discurso de Trump. Como los mismos eran, Soto Ivars dixit, los que condenaban a Cremades y salvaban a Strawberry. La realidad, que termina cayendo por sus propios argumentos, es que uno, Iglesias, y otro, Trump, son el Bane, ese Bane de Nolan, de nuestro tiempo.

Pero ambos, los partidarios de Iglesias y de Trump, lo negarán. Y es que los líderes populistas no son tan insoportables por sus intenciones como por sus admiradores. E incluso, me temo, por algunos de sus detractores. Sobre todo cuando estos últimos alimentan dirigentes maniqueos y simplistas en el mejor de los casos, xenófobos y energúmenos en los peores, con bocanadas de odio y de pataleta, y no con un ideario crítico y solvente. Un buen abrigo con el que calmar el frío del sensacionalismo irracional de los apocalípticos es el dato. Pero eso, reitero, nos obliga a ejercitar el pensamiento o la investigación. Aunque ya sabemos lo que pasa, ahora estamos en el mes estrella, en los gimnasios justo después de la tragedia.

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