THE OBJECTIVE
Cristian Campos

Que pase la siguiente generación

Si políticamente son una generación banal, hipersensible y victimista, unas plañideras de mesa camilla y vaso de Cola Cao, culturalmente son intrascendentes.

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Que pase la siguiente generación
De los asaltantes de la sede del PP en Barcelona sorprende, además de la carencia absoluta de sentido de la melodía con la que cantan, su juventud. Sorpresa relativa, porque cantar bien es difícil y requiere esfuerzo. En cuanto a la juventud, es un indicador estadístico infalible de vejez prematura. Con el tiempo casi todos rejuvenecemos intelectualmente para acabar votando conservador como pimpollos, pero a mayor cercanía a los potitos Nutribén mayor simpatía ontológica por Iglesias, Colau, Maduro, Castro, los nacionalismos, el socialismo y demás rebañaduras ideológicas de lo más vetusto del siglo XX.
El caso es que hacía al menos cincuenta o sesenta años que no gozábamos de una generación perdida como la de aquellos que ahora rondan la veintena. Si políticamente son una generación banal, hipersensible y victimista, unas plañideras de mesa camilla y vaso de Cola Cao, culturalmente son intrascendentes.
Los cabezas de cartel de sus festivales de música rondan la edad de jubilación. El trap, probablemente el culmen de su malotismo, le sonaría beato a cualquier cantante folk de los años sesenta, no digamos ya a los Ice-T y NWA de los años ochenta. No compran libros y cuando lo hacen resultan ser los de Marwan, Rayden y Defreds, lo más cerca que la poesía estará jamás de las tazas motivacionales de Mr. Wonderful. Cinematográficamente no se les conoce una sola idea original, un solo director a seguir, un solo ramalazo de talento que invite a pensar que quizá, ojalá, si acaso, tal vez, haya por ahí algo que rascar. Sólo Chazelle y Dolan se salvan de la quema, y sólo el segundo de ellos es lo que podría denominarse un director “generacional”. Sus youtubers son, en el mejor de los casos, interesantes como fenómeno antropológico y poco más.
Su moda es intrascendente y no surge espontáneamente de la calle o de tendencias políticas,  intelectuales, musicales o literarias sino de los intereses comerciales de la marca de moda de turno. Su egocentrismo y su narcisismo los convierten en desesperados attention whores cuya autoestima depende del número de me gusta que reciba su última foto en las redes sociales. Su uso de la tecnología es alienante, gregario e impersonal. Sus aplicaciones de ligoteo, un mercado de carne que convierte en vanguardistas a los autobuses cargados de mujeres solteras que de vez en cuando llegaban a tal o cual villorrio solitario de la España profunda con gran alharaca de los labriegos locales, de la prensa regional y de Televisión Española. Un chollo para los departamentos de marketing de la multinacional de turno, que los prefiere acríticos, uniformados y apelotonaditos.
Sus principales reivindicaciones en el terreno educativo se basan en peregrinas teorías pedagógicas que ya sonaban pánfilamente caducas en 1970. Eso cuando no se limitan a demandar menos exámenes y exigencia con una visión de la realidad que convierte a los defensores de la ley del mínimo esfuerzo y de la teoría de la ciencia infusa en severos calvinistas. Ideológicamente son pasto fácil de las políticas de la identidad, probablemente la superstición más individualista, disgregadora y egoísta de todas las que tenemos el privilegio de disfrutar en la actualidad. Su desconocimiento y desprecio de la ciencia es deprimente.
Parecen obsesionados con sus genitales y sus apetencias sexuales, esas que a nadie más que a ellos le importan un soberano pimiento, hasta el punto de convertirlas en rasgos definitorios, esenciales y sustanciales de su persona. Suelen describirlas con decenas de siglas y acrónimos por cuya pureza y ortodoxia discuten entre ellos hasta el delirio.
Cuando dejan de despellejarse entre sí por el dogma de fe de turno, organizan multitudinarias orgías de pensamiento gregario en las redes sociales. Los medios los llaman “linchamientos” pero no son más que botellones del miedo y el apocamiento, que ellos disimulan amenazando a todo aquel adulto que osa elevar su pensamiento por encima del simplismo del quinceañero medio. Su carencia de herramientas válidas para lidiar con la realidad los convierte en pasto fácil de aprendices de cacique, empresarios del sector de la cultura y populismos varios.
Son grandes devotos de los conceptos del safe space y el apropiacionismo cultural y con eso está todo dicho.
Que pase la siguiente generación, que esta ha salido defectuosa.
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