THE OBJECTIVE
Jesús Montiel

Contra los originales

«Si la vida del monje me parece atractiva es porque su escasa mudanza le obliga al viaje a lo concreto»

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Contra los originales

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Escribía Juan Marqués en este periódico, no hace mucho: «Desconfío de la originalidad en poesía: estaría toda la vida leyendo las variantes con las que Eloy Sánchez Rosillo aborda los cuatro o cinco temas esenciales». En el instante en que yo leía su columna tenía en mis rodillas lo nuevo de Rosillo, precisamente: La rama verde. Llevaba días meditando el mismo asunto: su poesía es repetitiva, obsesiva casi: luz, jilguero, infancia, los bulldozers del tiempo; pero nunca me empacha. Consigue despertar en mí la urgencia de estar vivo. Cuando lo leo, quiero salir de costumbre a la conquista de mi propia vida, que sin duda es la aventura más épica.

Me gusta Knausgård, quien por más rodeos que dé solo habla de su padre. Adoro los diarios de Thomas Merton, alguien que pasó toda la vida enclaustrado en una abadía. O los libritos de Christian Bobin, quien apenas ha salido de Le Creusot. Releo también los diarios de Trapiello, que todos los años escribe de lo mismo, aunque siempre de un modo refrescante. Mi biblioteca está repleta de enclaustrados por un motivo sencillo: quien no se mueve mucho muscula la atención, aprende la vigilancia de lo cercano y por tanto lo más inadvertido. El amor que no se termina, creo, es una planta que solo prospera en el tiesto de la estabilidad.

Me fío más de quien no comete injusticias con sus familiares y vecinos que de quien porta una pancarta en las huelgas o está afiliado a un sindicato pero vive solo, dedicado a sí mismo. Si la vida del monje me parece atractiva es porque su escasa mudanza le obliga al viaje a lo concreto. Al no tener escapatoria, encuentra en la rutina su tesoro, debajo de la costumbre. Lo mismo que Rosillo ha descubierto algo indestructible dentro de uno, parecido a la canción del jilguero que vio siendo un niño y que la muerte no podrá silenciar con su ruidosa escopeta.

Hace poco llegó a mis oídos lo que alguien decía acerca de mis libros: me hastía, escribe siempre de lo mismo. Confieso que me alegré: el comentario me sitúa en el buen camino. Quiere decir que no pretendo ser original ni busco un tema exótico, como hacía uno siendo más joven. Escribo honestamente cuanto me sucede, que es lo que miro. Y lo que miro es milagroso, aunque sea repetitivo. Mi deseo es narrar la caleidoscópica realidad, sus infinitas tonalidades cuando cruza el prisma del corazón humano.

Bienaventurados los enclaustrados, porque heredarán la maravilla.

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