THE OBJECTIVE
Cristóbal Villalobos

A mí la Legión Sánchez

«Allí donde llega la UME, o cualquier destacamento militar, los españoles respiran aliviados»

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A mí la Legión Sánchez

UME

Reza el credo legionario que a la voz de, «a mí la Legión», sea donde sea, acudirán los legionarios, con razón o sin ella, a ayudar al compañero que pide auxilio. De esta misma manera, por obediencia y sentido del deber, los ejércitos de España han socorrido al presidente Sánchez de forma casi continua, especialmente durante los últimos 18 meses de mandato.

En una sucesión de emergencias inéditas, el ejército ha intervenido en instantes cruciales, devolviendo la calma y la esperanza a la población en situaciones en las que empezaba a desatarse el caos. A la orden del Gobierno, frecuentemente tarde, los militares han dado lo mejor de sí mismos, obviando la justa tentación de reprocharle a Sánchez el bajo concepto que de ellos tiene.

En 2014, cuando era candidato a la Moncloa, declaró en una entrevista que el Ministerio de Defensa debía desaparecer, para destinar su presupuesto a la lucha contra la pobreza y la violencia de género. Unos años después, ya en el poder, le delató el subconsciente cuando calificó de «superfluo» el gasto militar, obviando que de forma histórica el porcentaje destinado por nuestro país a estos asuntos es uno de los más bajos de la OTAN.

Lejos del ejército chusquero que heredamos del franquismo, el estamento castrense ha pasado de forjar su prestigio en misiones internacionales, a veces incomprendidas por la sociedad, a convertirse en una de las pocas instituciones que vertebran nuestra nación. Allí donde llega la UME, o cualquier destacamento militar, los españoles respiran aliviados y es, en esta España de las autonomías, uno de los pocos símbolos de unidad del país.

El fuego arde de la misma manera en todas las latitudes del solar hispánico y las riadas son igual de devastadoras y eso lo comprende el ciudadano que sufre, que observa los uniformes militares no con el miedo o el recelo de antaño, sino con el alivio de contar con una ayuda que no cesará hasta que se calme el diluvio o se extingan las brasas.

Este papel, como última y principal fuerza de protección civil, se ha visto exigida al máximo por la furia del COVID. Durante 14 semanas se realizaron más de veinte mil intervenciones, en miles de localidades repartidas por toda España. Luego llegó la operación Baluarte, con sus rastreadores, la nieve de Filomena, el asalto a la valla de Ceuta, la evacuación de Kabul y hasta un maldito volcán… Un despliegue sin precedentes que marca la legislatura PSOE-Podemos. Mal que les pese.

Nunca un presidente recurrió tanto a los militares para solucionar crisis de tan diversa índole, hasta el punto de que si Sánchez fuese de derechas sería calificado de militarista por la izquierda. Sin embargo, mostrando la misma gratitud que ha tenido con sus colaboradores más cercanos, Sánchez no ha apostado presupuestariamente por Defensa, un ministerio que, lejos de ser superfluo, ha resultado determinante en los últimos tiempos.

En Ferrol los astilleros languidecen y en Canarias quedan desfasados nuestros aviones, fuerza cada vez menos disuasoria ante un Marruecos que se rearma a marchas forzadas y expande su reverdecido imperialismo en nuestras mismas narices. Ante la falta de inversiones, nuestros ejércitos pierden paulatinamente capacidades tácticas mientras se les exige un esfuerzo cada vez más intenso y más prolongado en el tiempo.

Hasta ahora, y a pesar de las limitaciones y de la magnitud de los desafíos, nuestros ejércitos cumplen sobradamente con las misiones encomendadas y frente al deterioro, sin duda orquestado, de instituciones como la monarquía o la judicatura, refuerzan su prestigio social como depositarios de la confianza de los españoles. Y es que, con razón o sin ella, dónde sea y cómo sea, acudirán al auxilio de sus compatriotas sin escatimar esfuerzos y sacrificios.

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