THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Cosas que fueron

«Detrás del procés hay también una corriente nostálgica considerable y en el epicentro de esa corriente se encuentra la pérdida definitiva de la juventud»

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Cosas que fueron

Lluís Llach en concierto, en 1976. | EFE

En aquel tiempo unos eran de los Beatles y otros de los Rolling. En aquel tiempo unos eran de Lluís Llach y otros de Pau Riba. ¿De qué tiempo habla? Ya no lo sé, tan lejanos, los setenta del pasado siglo, que ni siquiera sé a qué tiempo me refiero. Y eso que parecía que nunca se iban a acabar, los 70, parecía que siempre iban a estar ahí, presentes en nuestras vidas como ninguna otra época, salvo la de la infancia, que lo está sin abandonarnos por lejana que la sepamos. A los que éramos de los Rolling sólo nos gustaba un beatle: George Harrison. De Here comes the sun a Something o While my guitar gently weeps. De la alegría a la melancolía. A los que les gustaba Lluís Llach, se creían que la letra de Viatge a Ítaca era suya y se emocionaban con eso; no habían leído a Cavafis. A los que nos gustaba Pau Riba (se podía hacer rock sin el inglés), su disco Electrocid Àccid Alquimístic Xoc era una bandera, como lo era Qualsevol nit pot sortir el sol, de Jaume Sisa; las otras, como a Riba, el nieto de Carles Riba, no nos gustaban ni poco ni mucho. Éramos jóvenes y teníamos la vida por delante y preferíamos una vida a lo Riba o a lo Sisa, que a lo Llach. No sólo hablo de música, sino de manera de entender el mundo. Y eso que Cavafis era uno de nuestros patrones.

En aquel LP de Pau Riba había una canción magnífica que todavía ahora, que ya hay menos que esperar, escucho alguna vez: Es fa llarg esperar. En aquel tiempo no sabíamos que la música también iba a modelar nuestros sentimientos. Creíamos que los acompañaba y enriquecía, pero no pensábamos en un acto finalista. No entonces, al menos y eso que sin la música del Romanticismo, el nacionalismo europeo habría tenido menor cámara de resonancia y eso sí lo sabíamos aunque no fuera con nosotros. Por eso a veces, ya pasado aquel tiempo, me he preguntado cuánto de la melancolía de la música folk-pop, o country-rock, por ejemplo, habrá contribuido al desarrollo del nacionalismo como problema sentimental. O si el resurgir del nacionalismo no habrá sido también –aunque sea sólo en parte– otra consecuencia de la colonización cultural norteamericana. Como la hamburguesa, los benditos Levi’s, la Coca-Cola y demás, pero en onda musical de guitarra acústica, armónica, amores perdidos y ensoñaciones mosaicas de la tierra natal.

Desde hace años, cuando se acerca el 11 de septiembre –la Diada de Catalunya y las Torres Gemelas– en tv3 suelen programar El patriota, la película de Mel Gibson y todo allí es épica sentimental y ráfagas de melodrama para desembocar en la independencia de los Estados Unidos. Después, sólo se trata de ser crédulos, como en toda magia que nos haga viajar en el tiempo, disfrazados de idealistas puros. Ocurre con el sentimentalismo y si lo acompañamos de niebla, gaitas y la verde Irlanda al fondo, ya es el acabóse y en el acabóse está la potenciación de la nostalgia. Detrás del procés hay también una corriente nostálgica considerable y en el epicentro de esa corriente se encuentra la pérdida definitiva de la juventud. Una juventud que fue antifranquista –o no– y que se hizo mayor en democracia y algunos cobrando, encantados, de la misma y ahora se niegan a ver cómo la vida que fue se aleja inmisericordemente. Una pequeña revolución activa la sangre que es un contento y quizá funciona mejor que la viagra. Porque el procés está lleno de canas y quizá sea otra Recherche…, sin Proust que valga. Unos porque no vivieron ni el final del franquismo, ni la Transición, y quieren para sí esas emociones que no tuvieron; otros porque sí vivieron ambas cosas y añoran esos tiempos en que su sangre era más caliente y el corazón bombeaba como el de un caballo de carreras. Y en esa búsqueda del tiempo perdido –ahora que llegan los días de montar el Belén en casa– los hay que, febriles, se desvían y de la representación navideña pasan a la fechoría posterior. Ha ocurrido esta semana, que acaba con un episodio que podría figurar durante el reinado del rijoso Herodes –otro que no soportaba la pérdida de su juventud– a la caza de los santos inocentes.

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