THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Vox, banderas y banderines

«El PP debe alegrarse de que Vox exista, porque su mero estar obliga a una formulación más moderna de la derecha española»

Opinión
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Vox, banderas y banderines

El presidente de Vox, Santiago Abascal (2i), arropa al candidato a la Presidencia de Castilla y León, Juan García-Gallardo. | EFE

Desde hace algunos años (Vox se fundó en diciembre de 2013) se dice que ese partido es una fuerza ascendente, y los hechos parecen demostrar que así es. Para la mayoría -supongo que incluso para algunos de sus votantes- Vox es derecha dura, ultraderecha o derecha radical. Vox, por hoy menos gritón que Podemos, se defiende diciendo que, dentro de Europa, ellos pertenecen al Partido de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), derecha nítida, desde luego, pero menos que el partido Identidad y Democracia (ID), que quiso contar con “Vox” pero Abascal desoyó la invitación. El juego es claro: descalificar a Vox es situarlo en la derecha dura e intentar suavizar su mensaje derechista consiste en recalcar que es derecha, pero no tanto -no hablan del franquismo- y que hasta tienen homosexuales entre sus filas, como el ensayista e historiador José María Marco, autor -entre otras obras- de una biografía de Manuel Azaña. Ascendente sí parece Vox. Esta noche los resultados electorales en Castilla y León nos aportarán signos nuevos.

Gente de la derecha que se quiere centrista (parte amplia del PP) se alegra de que Vox exista, porque de ese modo no puede afirmarse ya -como se dijo- que, aunque intentara ocultarla, la ultraderecha se guarecía en el PP. Cierto, ahora no precisa hacerlo. Pero hay temor asimismo en el PP, porque si Vox logra más votos, muchos -no digo todos- vienen de las filas duras del PP. Creo que el PP debe alegrarse de que Vox exista, porque su mero estar obliga a una formulación más moderna de la derecha española, que incluiría disputar a la izquierda un liderazgo cultural que (pese a evidentes tropiezos) nunca ha perdido. Y esa necesaria renovación de la derecha española, su cada vez más urgente modernización, es la principal piedra de toque no sólo del PP sino del propio Vox, en busca de una credibilidad menos belicosa. Muchas veces, las declaraciones de los líderes de Vox, tratan de ser razonables y conciliadoras, pero casi siempre después sale un diputado nacional o autonómico, que las contradice. Ejemplo importante: Abascal declara que en Vox a nadie se discrimina por su orientación sexual; algo después el señor Espinosa de los Monteros, dice: «En España hemos pasado de pegar palizas a los homosexuales a que ahora esos colectivos impongan su ley» (sic). Ejemplos hay más, pero basta un botón. Mientras el discurso de Vox pegue esos saltos, su moderación no será nada creíble. En el fondo (también a veces toca al PP) el problema es que la religión católica, para la derecha española tradicional -vieja- no es una religión importante, sino una ideología política. Grave error, pues se daña la libertad individual en temas como orientación sexual o eutanasia. Conozco a muchas personas de derechas (más detalles, abominan de Sánchez) que están a favor de elegir la muerte propia. Otro diputado de Vox -fuera de madre- se dolió de que, hasta Irlanda, tan conservadora, hubiera legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo; vino a decir que «Europa entera caía en el abismo». (¡Cielo santo!) Estas muestras selectas o el continuo recelo hacia la emigración -que debe ser vigilada y controlada, pero no perseguida- son las grandes asignaturas pendientes de nuestra derecha, para su muy necesaria modernización. Aquello de Menéndez Pelayo de ser católico a machamartillo o más papista que el papa, valdrá y vale para lo privado, no ya para la vida pública. La derecha necesita corregir esos borrones para, de veras, emprender una ruta nueva, que vendrá muy bien a España. Siempre habrá derecha muy dura, pero no debiera estar ni en el PP ni siquiera en Vox. Para una derecha de verdad renovadora. 

Si pese a estas rémoras, restos o pecios de un muy prescindible pasado, Vox crece, debe pensarse además que la culpa es de Sánchez. Son muchos quienes creen que el presidente (por uno o dos votos, que le son fundamentales) mercadea vilmente con el propio ser o la propia realidad de una España civil y laica. Las torpezas ególatras de Sánchez -el País Vasco sólo educa en euskera, un disparate- dan votos a Vox, porque una izquierda sensata no puede aceptarlo. Izquierda sensata/ derecha sensata. ¡Cuánto las necesitamos! 

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