THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

La nueva Nueva Política... y la viejísima

«Ante el auge de los extremos y el localismo, se añora más un centro social-liberal moderado»

Opinión
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La nueva Nueva Política… y la viejísima

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, interviene en el cierre de campaña del partido en Castilla y León. | Europa Press

A Ciudadanos, con más de 200.000 papeletas solo dos años atrás, y a Podemos, que sumó en su irrupción también más de 200.000 sumado a IU, apenas les queda un escaño cada uno. Su talla está en Unión del Pueblo Leonés. Ciudadanos y Podemos son no ya irrelevantes aritméticamente, sino irrelevantes sin más. La Nueva Política, que venía a regenerar el bipartidismo, ha durado menos que un plan agrario. Esto sucedía mientras Rivera, que cayó bajo el error de Ícaro, anda pleiteando con un bufete entre acusaciones zarrapastrosas; e Iglesias acentúa su caricatura, advirtiendo que España es Weimar, como viene haciendo desde la España de 2012 a la España de 2022. Como los locos de tebeo a los que se caricaturiza creyéndose Napoleón, a Iglesias le sucede con la República de Weimar.

La Nueva Política ha envejecido a una velocidad que delata su inconsistencia, y ha servido para acelerar una Nueva Nueva Política con otras derivas: nacionalpolulismo, tardocantonalismo, localismo. Lo de Vox encaja en esa tendencia nacionalpopulista que otros partidos han exprimido con éxito en Cataluña y País Vasco, aunque en su caso más próximo a la «extrema derecha 2.0»  según la taxonomía de Steven Forti, más que nada populista. Europa está llena de formaciones tipo: los partidos de la Libertad de Holanda o Austria, Alternativa para Alemania, Lega, Chega!, Fidesz, Verdaderos Finlandeses… Y después están en los partidos locales, bajo el paraguas moral de la España Vaciada, que patrocinan una atomización de campanario con el único relato de ¿Qué hay de lo mío?, impulsando una suerte de neocantonalismo.

Es fácil reparar en que tanto para el nacionalpopulismo como para los localismos más o menos identitarios que aspiran a hacer caja mercadeando con sus votos, los modelos son los nacionalistas vascos y catalanes, que llevan años horadando así la democracia de los pactos constitucionales de 1978. Y también, en este caso, con la pasividad cómplice de PSOE y PP.

A Sánchez, va de suyo, le interesa Vox; siempre le interesó. De hecho, intuyó certeramente que su ciclo se lanzaba con la foto de Colón. Cuanto más Vox, mejor para el PSOE;  que es una variante del cuanto peor, mejor. Rajoy, por cierto, hizo algo semejante, aunque de menor recorrido, con Podemos, persuadido de que le servía para debilitar al PSOE, y aún se recuerda aquel piropo a Iglesias con un «vais muy bien» en víspera de las elecciones de 2015, aquellas en las que Podemos porfiaba por el sorpasso y llegó a 71 escaños por 90 de PSOE. Desde luego Vox no es tanto resultado de los errores de la derecha, a pesar de que el PP acumula un buen puñado, como de los pactos del sanchismo con el podemismo, los indepes y bilduetarras. Los extremos se retroalimentan. La mayoría de esta legislatura era un caldo de cultivo tan explosivo como prometedor con ese objetivo.

Los aprendices de brujo de PSOE y PP llevan años confiando en debilitar al otro desde los extremos, sin reparar en que van debilitando la democracia. Para Vox o Podemos, es un marco ventajoso. Pero el PSOE del «con Rivera no, con Rivera no», como el PP que ha preferido jugar la carta de Vox, es una estupidez suicida. Puede resultar casi ridículo que Inés Arrimadas afirmara tras las elecciones que su partido es más necesario que nunca, pero seguramente tiene razón: ante el auge de los extremos y el localismo, se añora más un centro social-liberal moderado. Es la elección de Olaf Scholz, pero no aquí, donde Podemos y Vox son las parejas de baile. Por supuesto hay errores de Ciudadanos que han contribuido lo suyo –atándose al PP en comunidades que necesitaban cambio como Castilla y León, maniobrando deslealmente en Murcia o Madrid, no pactando el Gobierno de los 180…–  en definitiva tomando opciones que no eran la elección virtuosa. Mal asunto si la teoría idealizada no cuaja en la realidad. Ahora la travesía del desierto es incierta; pero la Nueva Política ya no existe. El bipartidismo derivó al bibloquismo, y ahora a un Bibloquismo Polarizado de horizonte desalentador.

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