El Gobierno de Nopodemos
«Esto es lo que hay. España ofrece los peores números de la pandemia y los peores datos de la recuperación»
Aún hay quien se enreda en interpretaciones sofisticadas, pero la mala gobernanza en España tiene una explicación bastante simple: Pedro Sánchez entendió pronto que Podemos, lejos de provocarle insomnio, en realidad le permitiría dormir más tranquilo en su colchón nuevo de Moncloa. Y así ha sido. Las pataletas adolescentes con que sus socios de Gobierno reaccionan a los debates, desde la guerra al alivio fiscal ante un deterioro acelerado, a él le hacen parecer un gobernante solvente por contraste. No hay más. Sánchez ubicó a los dirigentes de UP en el Gobierno elevando algunas secretarías a ministerios para que pudieran desbarrar sin demasiado riesgo, con excepción de Trabajo, en este caso con el objetivo obvio de pastorear a los sindicatos, como ha sucedido. Ya fuese sugerencia de Iván Redondo o por intuición propia, funcionó: con Podemos en el Gobierno resulta obvio que no hay alternativa en la izquierda al PSOE. Podemos se derrumba incluso en el CIS.
María Blanco tituló Votasteis gestos, tenéis gestos su ensayo dedicado al vaciamiento de la democracia liberal a cambio de esta teatralización polarizada e ineficiente. En efecto, tiene poco sentido sorprenderse de la incapacidad de Podemos como partido de Gobierno, siempre más proclive a escenificar un agravio que a resolver un problema, porque todo ha sido perfectamente previsible y, al cabo, coherente. Había que tener una predisposición muy pero que muy alta a dejarse engañar para sentirse engañados por Podemos. En el auge del populismo, simplemente arrastraron los eslóganes del 15M a un programa electoral trufado de posibilismos maximalistas. Y Sánchez sin duda entendió que con los líderes de Podemos a su lado tendría problemas, eso seguro, pero disfrutaría de una ventaja insuperable: él, por comparación, parecería Adenauer.
Claro que con viento de cola, las cosas habrían podido ser diferentes. Podemos habría desplegado la mecánica populista con mucho más impacto. Pero ha tocado una pandemia, una crisis, una guerra… demasiada realidad. En otras circunstancias, Irene Montero o Ione Belarra habrían sumado anécdotas más o menos irrelevantes, pero no con la sociedad enfrentada a situaciones dramáticas en las que han muerto decenas de miles de compatriotas por covid, en que la ruina amenaza a millares de familias, en que una crisis bélica genera una incertidumbre inquietante ante el futuro que amenaza con derrumbar mucho del statu quo. Ahí se percibe el sinsentido de su catálogo de eslóganes huecos con el lema de #VerdadesIncómodas. La Verdad más Incómoda es su insolvencia, sin margen siquiera para sentir una cierta simpatía al ver que están en el sitio equivocado. En cambio, Sánchez disfruta de la tranquilidad de correr la banda y ensanchar el campo a sabiendas de que no tiene quien le dispute el triunfo en la izquierda.
Finalmente es injusto reprochar a Podemos que se desenvuelvan con eslóganes y prejuicios ajenos a la realidad, con mensajes a menudo de asamblea de instituto de Bachillerato. Todo esto estaba descontado desde el minuto uno. Cualquier reproche, por el contrario, debería dirigirse al presidente, al cabo responsable de pactar con ellos, de colocarlos en un ministerio aunque tuviera que superar las 20 carteras, de mirar para otro lado ante su gestión, de permitirles desacreditar las instituciones. El Gobierno Frankenstein que intuyó Rubalcaba no es obra de Dr. Iglesias, que al menos se salió de allí al ver el papelón en el que estaban atrapados, sino del Dr. Sánchez.
Esto es lo que hay. España ofrece los peores números de la pandemia y los peores datos de la recuperación, y de nuevo pinta a desastre el frenazo provocado por la guerra cuando Sánchez confiaba en la tabla de salvación de los fondos europeos. En la pandemia responsabilizó a las comunidades; en la salida de la crisis, a la oposición aunque el Plan de Reconstrucción esté guardado en un cajón de su despacho; en otros momentos, a sus propios socios de Gobierno, y de la mala recuperación económica culpa en exclusiva a Putin –«la inflación, los precios de la energía, son única responsabilidad de Putín»– aunque la gestión arrastrara un mal balance desde meses atrás. Y aún le queda, claro está, el comodín de la extrema derecha para todo lo demás. A él se acogieron ayer las ministras Isabel Rodríguez y Raquel Sánchez para atribuir el conflicto de los camioneros a un boicot ultraderechista. Ese es el mensaje insultante a transportistas, pescadores con la flota amarrada, ganaderos y agricultores con el producto fresco en peligro. Nada, nunca, es responsabilidad de quien está al mando.