THE OBJECTIVE
David Mejía

Reflexiones sobre la guerra nuclear

«En este momento la escalada es improbable, pero más probable que hace un mes. Y para provocarla basta con un error de cálculo»

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Reflexiones sobre la guerra nuclear

Arnold Schwarzenegger. | Abc/Jimmy Kimmel Live (Zuma Press)

Si no han visto el discurso que Arnold Schwarzenegger ha dirigido a la población rusa, les recomiendo que lo hagan. Son nueve minutos de sensatez y elocuencia, con referencias nostálgicas a una filmografía marcada, temática e históricamente, por la Guerra Fría. Quizá no emocione tanto a quienes no contrajeron una deuda emocional con Arnold en la niñez; yo le debo horas de diversión. E incluso ahora que entiendo que muchas de sus películas son fósiles del reaganismo (algunas de trazo casi neofascista), no olvido que fueron, junto a James Bond, mi primer contacto con las tensiones del orden mundial.

En Danko: Calor rojo (1988) Arnold interpretaba a Ivan Danko, un policía ruso obligado a trabajar con un detective de Chicago para detener a un capo de la droga georgiano. Arnold Schwarzenegger, el héroe de acción de la América de Reagan, interpretando a un agente soviético, que también era un héroe. Fue la primera producción americana con escenas filmadas en la Plaza Roja y para mí sigue siendo imposible no pensar en Danko cuando pienso en Moscú.

De igual modo, no puedo evitar pensar en Terminator (1984) cuando escucho hablar de guerra nuclear. Treinta años después del fin de la Guerra Fría, y 60 después de la crisis de los misiles de Cuba, los periódicos barruntan sobre el posible estallido de un conflicto nuclear. Algunos expertos consideran, además, que Putin es un actor menos racional que Jrushchov y más peligroso por dos motivos: no tiene politburó que lo controle y su Rusia es más débil que la Unión Soviética, y la debilidad bajo presión es imprevisible. La verdad, aterra pensar que existe un vínculo entre la inseguridad personal de Putin y la seguridad mundial. Pero hay quien especula con que la bomba puede ser su último recurso para compensar el fiasco actual y revertir el desánimo que ha provocado la constatación de las limitaciones de su ejército.

En este momento la escalada es improbable, pero más probable que hace un mes. Y para provocarla no hace falta un hito; basta con un error de cálculo. Lo más atemorizante de las últimas semanas ha sido averiguar que la seguridad mundial depende del ánimo de un puñado de mortales. Eryn MacDonald, analista de seguridad global, señalaba hace unos días en The Atlantic que el sistema de disuasión nuclear es peligroso y frágil. Además, nadie sabe en qué consiste el protocolo que regula el uso de armas nucleares, ni en Estados Unidos, ni en Rusia. Lo que es seguro es que en Rusia no existe un contrapoder que detenga a Putin si decidiera utilizarlas.

Incluso en estos tiempos de incertidumbre nuclear, la vida sigue. Y seguirá. Pienso en esa mujer de «La última noche del mundo», el cuento de Bradbury: ya en la cama junto a su marido, y, consciente de que su vida acabará esa noche, se levanta y va a la cocina. Cuando vuelve, su marido le pregunta dónde estaba y ella responde: «Me había olvidado de cerrar los grifos».

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