Mónica Oltra y la vergüenza
«El mal que se imputa a Oltra no es necesariamente más grave, pero sí más vergonzante que un delito de corrupción»
A esta hora ya sabrán que la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana ha sido imputada por el presunto encubrimiento de abusos sexuales de su exmarido a una menor tutelada. Sabrán también que Oltra compareció ayer para anunciar que no presentará su dimisión ni en el caso de ser procesada y que definió su decisión como «ética, estética y política», y la justificó por la imperiosa necesidad de defender la democracia frente al fascismo.
Lo más llamativo de la jornada fue la rapidez con la que tantos saltaron a subrayar su incoherencia, recordándonos el salmo que la propia Oltra predicaba hace una década, en tiempos de Camps y sus trajes. El esfuerzo por remarcar su falta de honestidad es encomiable, pero desborda ingenuidad: ¿imaginan a Mónica Oltra sometiéndose al mismo escrutinio ético que impone a sus adversarios? Hay mitos bíblicos más verosímiles. Lo sorprendente habría sido la coherencia.
No quiero decir con esto que su no-dimisión no me sorprenda. Yo pensé que dimitiría, pero no empujada por la coherencia, sino por la vergüenza. La coherencia es una facultad racional, pero la vergüenza es una emoción que palpita en el núcleo de la naturaleza humana. El científico holandés Frans de Waal tiene escrito que lo que alimenta la vergüenza es un profundo deseo de pertenencia. Si una verdad se desprende de la psicología evolutiva es que para cualquier animal social no existe mayor preocupación que el rechazo del grupo, por eso contamos con dispositivos para protegernos, entre ellos la vergüenza.
La coherencia no pesa a ningún político, pero asombra que Oltra pueda sobreponerse a una presión antropológica como la vergüenza. No sabe lo que finalmente dictarán los jueces, pero sabe lo que piensa cada una de las personas que la ven en televisión, en el supermercado o en el bar. Porque el mal que se imputa a Oltra no es necesariamente más grave, pero sí más vergonzante que un delito de corrupción. No debe ser fácil dormir con auto imputación en la mesilla, pero sospecho que será más fácil encarar la mañana y saludar a los vecinos si la imputación no es por un delito relacionado con el abuso sexual de menores.
Quiero insistir en que la vergüenza está desvinculada de la culpabilidad. Es más, hay estudios solventes que demuestran que la vergüenza no necesita siquiera una mala acción, basta con un sentimiento de devaluación, la sensación de que otros crean que hemos hecho algo malo. Oltra será inocente hasta que se demuestre lo contrario, pero la presunción de inocencia casi nunca aligera el peso de la vergüenza.
¿Cómo ha podido Oltra sobreponerse la vergüenza y permanecer en el cargo? Solo hay dos posibilidades: bien Mónica Oltra es un ciborg, o bien su gusto por la poltrona ha doblegado los instintos más básicos de la naturaleza humana.