THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

La importancia de llamarse «antifascista»

«Si usted es antifascista, cualquiera que ose discrepar con usted lo más mínimo, que trate de introducir un matiz en su diatriba, le convierte en fascista»

Opinión
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La importancia de llamarse «antifascista»

Autopercibirse antifascista es el primer paso, queridos niños, hacia la impunidad. Si usted es antifascista, si así se siente y, por lo tanto, eso es, podrá usted quemar contenedores, lanzar pedrolos (a las Fuerzas de Seguridad del Estado o a uno que pasaba por allí) y reventar escaparates sabiendo que la razón está de su parte. Da igual de lo que estemos hablando y cuándo lea usted esto. Porque está usted luchando contra esa gran amenaza para nuestras democracias que es el fascismo.

Imagine por un momento que no hubiera un antifascista quemando contenedores. ¿Quién impediría que los quemara un fascista por otra causa que no sea la nuestra y, por lo tanto, no sea justa ni correcta? Usted, como antifascista, podrá impedir conferencias en las que se defiendan ideas que le incomodan o que cuestionan sus más profundas convicciones. O, de no hacerlo, un maldito fascista podría impedir que sea usted quien exponga libremente los argumentos que apuntalan su postura. Mejor adelantarse. Podrá usted arrancar las páginas de los libros que le indignan y garabatear sobre ellas amenazas explícitas a los autores, por supuesto, y a cualquiera que ose discrepar con usted en lo más mínimo. Con la legitimidad de que le dota defender la más justa de las causas. Sabrá, sin atisbo de duda, que todo aquel que le cuestiona lo hace, indudablemente, por desconocimiento, estupidez o mala fe. Siendo usted antifascista, la violencia, no es solo que no sea inaceptable, es que en ocasiones es necesaria. Merecidísima incluso. Porque está defendiendo nuestras libertades, las de todos, por nuestro propio bien. Aunque eso implique cercenar algunas (le duele a usted más que a nosotros).

«El antifascista sabe que la libertad de expresión, como el sufragio universal, es la gran trampa del fascismo»

El antifascista, el de verdad, sabe que no se puede ser tolerante con los intolerantes. Por eso es intolerante. Hay intolerantes e intolerantes, y no son lo mismo (a Popper, versión Pictoline, pongo por testigo). El antifascista sabe que la libertad de expresión, como el sufragio universal, es la gran trampa del fascismo. Convencernos de que todos tenemos derecho a expresar en voz alta nuestras ideas es equivalente a decir que todo pensamiento es legítimo. Y nosotros, los antifascistas, sabemos que no. Que solo el nuestro es el correcto y que hay cosas que no debemos permitir que se digan. Ni siquiera que se piensen. Por eso no es aceptable el debate: los derechos humanos (la libertad de expresión es un derecho humano, pero menos humano que otros) no se discuten. Palabra de antifascista.

Y, obviamente (atentos, que aquí viene la magia), si usted es antifascista, cualquiera que ose discrepar con usted lo más mínimo, tratar de introducir el más mínimo matiz a su diatriba, le convierte, automáticamente, en fascista. ¿Y quién quiere ser fascista? ¿Quién quiere estar en el lado malo de la historia? ¿Quién querría ser el intolerante y retrógrado que quemaría contenedores, impediría conferencias, proferiría amenazas o coaccionaría por las razones equivocadas? Ahí está la importancia de ser antifascista: es la llave para comportarse como un auténtico fascista, pero con la conciencia tranquila de saber que está uno en el lado bueno de la historia. 

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