THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Lo que va de Ayuso a Guardiola

«Resulta llamativo que Ayuso parezca encarnar el buen populismo, mientras que María Guardiola, funcionaria de toda la vida, haya acabado abanderando el peor»

Opinión
36 comentarios
Lo que va de Ayuso a Guardiola

María Guardiola y Alberto Núñez Feijóo, durante la campaña del 28-M. | Europa Press

Cada vez son más los ciudadanos cabreados. Pero su enfado no sólo tiene que ver con la pésima calidad de los políticos o con percibir que los partidos son organizaciones que persiguen sus propios intereses; es también una reacción a la colonización de la política por parte de los expertos, tecnócratas y burócratas y su tendencia a vituperar al ciudadano común. Esto es lo que en mi opinión ha animado el resurgimiento del populismo. 

En su acepción peyorativa, el populismo consiste en promover medidas destinadas a ganar la simpatía de la población, especialmente cuando esta posee derecho a voto, aun cuando tales medidas socaven el Estado democrático o de alguna manera acaben perjudicando a la propia población. Ni que decir tiene que esta acepción es la única que los expertos contemplan por la sencilla razón de que el populismo los desafía frontalmente.

Es verdad que buenos políticos populistas hay muy pocos. La inmensa mayoría se adapta como un guante a la peor acepción del populismo. Para colmo, hacen ostentación de su amor al pueblo para ocultar su incompetencia, exactamente igual que el político convencional al que detestan. Es más, diría que hoy por hoy casi todos los políticos son populistas y que lo único que los diferencia, además de las formas, es la identificación de amenazas, alarmas y advertencias.

«Nacemos, vivimos y morimos al albur de políticos necios, de politólogos y expertos, de tecnócratas y burócratas»

Pero el populismo no es malo por definición, ni mucho menos. Entendido de forma correcta y en dosis adecuadas es muy necesario, sobre todo en estos tiempos en los que la política ciertamente se ha convertido en materia reservada a una élite que parece empeñada en limitar cada vez más nuestra libertad y que incluso empieza a cuestionar con fuerza el voto censitario. 

Nacemos, vivimos y morimos al albur de políticos necios, de aprendices de brujo, de politólogos y expertos, de tecnócratas y burócratas, de magnates con ínfulas y milmillonarios ociosos reconvertidos en profetas que colocan su mercancía a unos gobernantes cada vez más necesitados de grandes causas con las que distraer a los ciudadanos de sus verdaderas miserias. Lo que da lugar a absurdos que deberían levantar las sospechas hasta en el más crédulo. Por ejemplo, que los gobernantes se comprometan a evitar el apocalipsis climático, ni más ni menos, cuando ni siquiera son capaces de resolver el problema de la inflación.

La sentencia de que el populismo consiste en proponer soluciones simples a problemas complejos es en realidad una tergiversación que florece a la sombra del peor populismo. El buen populismo no incurre en ese error. No propone soluciones simples a problemas complicados. Propone algo muy distinto: la simplificación de la política. Lo advirtió Pericles en su famoso Discurso fúnebre, cuando los atenienses estaban abocados a la guerra. Y es que, si bien no todo el mundo es apto para gobernar, todas las personas deben poder entender y juzgar la acción de los políticos.

Lamentablemente, este regreso a la sencillez, si bien simplifica la política para el común, complica enormemente la vida del político. Porque le fuerza a abordar los problemas reales, no los imaginarios, y demostrar la validez de sus propuestas. En definitiva, le impone prescindir de cortinas de humo, de esas grandes causas con las que oculta su incompetencia. Y lo que es aún más revolucionario, también obliga al experto, al tecnócrata y al burócrata a regresar a la función que les corresponde, que no es otra que atender las cuestiones técnicas derivadas de las grandes elecciones del común. Y no al revés, como hacen ahora. 

Que los políticos de izquierda se resistan a descender a la tierra hasta cierto punto es comprensible. Incluso diría que es lo suyo, puesto que las ideas de las que beben son incompatibles con la realidad. Pero que un político que, supuestamente, no es de izquierdas se abrace a un dogma progresista para repetir unas elecciones es imperdonable. Y esto, según parece, es lo que se dispone a hacer María Guardiola en Extremadura.

«En Extremadura, por cada cuatro personas que trabajan en lo privado hay tres que dependen de lo público»

Seguramente llegar a acuerdos de gobierno con Vox ponga a prueba la paciencia de cualquiera. Pero cuando los números no alcanzan, negociar a cara de perro es lo que queda. Apartar este cáliz de los labios aferrándose a la gran causa de la lucha contra la violencia de género no es que suene inverosímil, es que debería resultar hasta ofensivo en una Extremadura con un 19,5% de desempleo, que se dispara hasta el 47% en los menores de 25 años; o donde el número de personas ocupadas es de alrededor de 400.000, de las cuales 90.000 son empleados públicos. Lo que significa que en esa región hay un empleado público por cada cuatro del sector privado, es decir, ¡casi una cuarta parte! Si además sumamos 230.000 pensionistas, el resultado es que, en Extremadura, por cada cuatro personas que trabajan en lo privado hay tres que dependen de lo público. 

Con todo, lo peor es que María Guardiola ha elegido como tabla de salvación la lucha contra la violencia de género en una región donde los asesinatos machistas fluctúan año tras año entre uno o ninguno, mientras que, por ejemplo, en 2020, año en el que no se produjo ningún asesinato de esa naturaleza, se contabilizaron 92 muertes por suicidio, de las cuales 79 fueron hombres y 13 mujeres. Se puede hacer peor, no lo discuto, pero entrenando.

No sé de dónde brota la especie de que María Guardiola es la Isabel Ayuso extremeña, porque no se me ocurre una comparación más beoda. Sin embargo, esta comparación tiene su punto. Y es que resulta llamativo que Ayuso, a la que se ha tachado de populista en su peor acepción, también desde dentro de su propio partido, parezca abanderar mejor que nadie el buen populismo, mientras que María Guardiola, funcionaria de toda la vida y arquetipo del político estándar del PP, haya acabado abanderando el peor.  

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D