O psiquiatra o independentista
«Aquella cultura del pelotazo que en los ochenta y noventa del pasado siglo triunfaba en los imberbes patrios, ahora pasa por afiliarse a un partido»
El otro día mi hijo me preguntaba cuál sería una buena profesión de futuro, aquella en la que tuviera asegurado un buen sueldo, estabilidad, o la prosperidad que sabe necesaria para paliar las estrecheces obvias de una vida larga. También por la precaución de estar alejado de mi profesión de escritor, que se paga a precio de mercadillo de segunda mano, y que sufre con una dignidad ejemplar. Primero le dije que cualquier cosa que le gustara especialmente, pues en esta vida uno se cansa hasta de lo que más te llena, con que, lejos de pretender acercar a la opulencia mis directrices, divagamos un rato largo sobre las cosas que más le gustaban. Al rato analizamos aquellas profesiones en las que el dinero brotara a diestro y siniestro, y sobre todo, en las que el chorro de clientes no cesara. Los dos llegamos a una conclusión muy similar: psiquiatra de adicciones tecnológicas o político independentista o de izquierda radical.
Respecto al primero, la cosa no ha hecho más que comenzar. Vienen tiempos convulsos para todos aquellos que encuentran en una pantalla táctil su forma de pasarse el día y parte de la noche. Videojuegos, redes sociales, filtros, y todo esa amalgama de chorradas va a terminar por reducir el cerebro de los jóvenes al del tamaño de una mosca palomilla, que como bien saben, es mucho más inteligente que la mosca común o doméstica y, por supuesto, que el de la mosca metálica o de botella. Existe un auge bastante alarmante en consultas destinadas a que los jóvenes vuelvan a ser un poco más normales, pues incluso ya se instalan en algunas casas de parné, espejos con los filtros que hacen a sus moradores más delgados, guapis, con esos morrillos que tanto se gustan, y ese color ocre suave que hace que su piel siempre parezca una tostada poco hecha. De ahí a la extinción de la raza faltan un par de pandemias más, pero bueno, entre la oxicodona y el fentanilo, los cárteles mexicanos se están especializando en diezmar a la población norteamericana y canadiense, así que pronto tendremos en Europa esa morfina sintética que está dejando a los americanos hechos unos zombies. Así que mi hijo mayor y yo convenimos en que estudiar psiquiatría, sería sin duda una opción bastante rentable para ganarse la vida mientras se hunde la raza.
«Fíjate en Rufián, el tío aseguró que estaría un par de años como mucho y al final ya no sabe muy bien si es independentista o un rentista de los de antes»
La otra opción era dedicarse a la política independentista. Lo que antes era una profesión que buscaba mejorar la sociedad, se ha convertido en la manera más fácil de escalar en la cuenta bancaria. Aquella cultura del pelotazo que en los ochenta y noventa del pasado siglo triunfaba en los imberbes patrios, ahora pasa por afiliarse a un partido y esperar a que la cosa fluya como una presa recién destrozada. El tema de los políticos independentistas, ya sean territoriales o simplemente trepas, es la gallina de los huevos de oro. Mi hijo, preocupado por esa opción, me preguntó de dónde se puede hacer indepe siendo gato por los cuatro costados. Le dije que la opción de Madrid no sería la mejor, pues Madrid sigue siendo la estación a la que todos los trenes llegan, por lo que tomara el ejemplo de los Iglesias-Montero, y en vez de vivir en un piso de 100 metros cuadrados, si se dedica un par de años a las políticas radicales podrá tener una casa de rico, o directamente, poseer una de mansión con piscina y jardín sin molestias vecinales.
Si también se vuelve agitador de masas podrá disponer de una garita de la Guardia Civil para que nadie le escriba cosas en el asfalto de las calles cercanas, y con suerte, si su verborrea es digna de tener un chiringo mediático a posteriori, mi hijo tendrá un sueldo de por vida, chófer y un par de escoltas aunque enseñe a menos alumnos que la escuela peripatética en estos tiempos en los que Platón es un plato grande. Fíjate en Rufián, por ejemplo, enano —le comenté— el tío aseguró que estaría un par de años como mucho y al final ya no sabe muy bien si es independentista o simplemente un rentista de los de antes, con sus dietas, pisos, y un sueldazo pagado con los impuestos del país del que no quiere seguir siendo ciudadano. Se extrañó con la necesidad de ser de izquierdas o indepe, pero le puse el ejemplo de Iván Espinosa de los Monteros, quien no va a recoger su acta y vuelve a ganarse la vida de manera honrada en la privada, pero claro, para eso hace falta tener el talante y la elegancia de un tipo como Iván, que en lo que más se parece a Rufián es que viven en Madrid.
Así que,— hijo mío, decide—, o curar a semejantes porque las pantallas les han vuelto unos enfermos mentales, o político independentista, que la única enfermedad mental que tienen es la de trincar del bote del Estado del que quieren independizarse.