THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

¡Merluzo!

«Todos los españoles hemos tenido un Mortadelo entre las manos en algún momento de nuestras vidas»

Opinión
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¡Merluzo!

Mortadelo y Filemón. | .

¡Animal de Bellota! ¡Antropoide! ¡Batracio! ¡Berzotas! ¡Burricie! ¡Cabestro! ¡Cernícalo! ¡Esmirriau! ¡Gaznápiro! ¡Longaniza! ¡Mastuerzo! ¡Mendrugo! ¡Percebe! ¡Sabandija! ¡Tarugo! ¡Vejestorio! ¡Zascandil!

Aunque parezca mentira, estos calificativos no van dirigidos a ningún político en particular, aunque estoy convencido que cada uno de mis lectores habrá visualizado a alguno en su cabeza que los merece sobradamente. Estoy saturado de política y estamos en Agosto, por lo tanto me empeño en hablar de cosas verdaderamente importantes.

Por eso quiero reivindicar a un verdadero genio creativo. Los más cultos e intelectuales de entre mis lectores se habrán percatado de que estos insultos descacharrantes son autoría del gran maestro del cómic nacional, Francisco Ibáñez, surgidos de sus míticos «Mortadelo y Filemón». El portento barcelonés, fallecido recientemente, ha generado enormes muestras de cariño popular y, sin embargo, un escaso apoyo tanto de las instituciones como de las élites intelectuales hispanohablantes, quizá por no mantener la requerida postura política izquierdista, que representa el verdadero pasaporte a la gloria cultural progre.

Hablemos de la dimensión de su creación artística, de su enorme influencia en la sociedad hispanoparlante y de cómo nos hizo sentir. Ibáñez, aunque probablemente no pretendiera ser más que un historietista, se convirtió en un foco de influencia cultural para muchas generaciones de españolitos. Me atrevo a decir que el prolífico dibujante catalán tuvo una dimensión mucho mayor aun, más allá de ser un motor de creatividad cultural y de enorme alcance popular. Ibáñez encarnó al mejor retratista visual de la España popular del siglo XX. Su influencia real sobre la educación, la cultura, el universo iconográfico y la visión del mundo de muchas generaciones de españoles ha sido incomparable.

Sus personajes reflejaron como nadie la evolución de la sociedad española desde 1958, y las preocupaciones de nuestros compatriotas en cada momento. Cuando salen las primeras viñetas de Mortadelo y Filemón, con España emergiendo lentamente de la terrible posguerra, sus nombres mismos reflejaban la obsesión de la sociedad por el hambre que hubo en los años posteriores a la guerra civil, pues ambos términos estaban derivados de «la mortadela» y «el filetón». A medida que se acercaba la revolución económica del boom de los 60, sus historias fueron evolucionando y aparecen las geniales viñetas del mítico SEAT 600 repleto de gente, referencias desternillantes al entorno laboral, a la carrera espacial desde la perspectiva made in Spain, a los mundiales de fútbol, a la elecciones y la democracia con el Partido Mortadelista Filomenero Español, a la literatura con Mortadelo de la Mancha, hasta uno de los últimos números donde nuestros agentes de la T.I.A. tienen que luchar contra los efectos del cambio climático.

«Ibáñez, aunque probablemente no pretendiera ser más que un historietista, se convirtió en un foco de influencia cultural para muchas generaciones de españolitos»

Todos los españoles hemos tenido un Mortadelo entre las manos en algún momento de nuestras vidas. Todos. Reflexionen sobre esta extraordinaria estadística. Estos cómics fueron para muchos españoles entretenimiento seguro, limpio, inteligente, sencillo y eficaz que nos mantenía con la atención enfocada y que enriquecía nuestros intelectos. Nos enseñaba palabras originales, y nos atraía a un universo rico en matices visuales que hacían volar nuestra imaginación. Simplemente cierren los ojos, hagan memoria y sonrían. 

¿Dónde recuerdan leer los mortadelos? Les refrescaré la memoria. Los leímos por las noches antes de dormir o debajo de las colchas con una linterna para que no nos detectaran nuestros padres, en el coche de camino a las vacaciones de verano sudando como pollos y con las ventanas abiertas, como regalo de cumpleaños, en el transporte público, en el autobús escolar camino del cole, sobre la toalla de la playa comiéndonos el Tigretón, en la sala de espera del dentista, metidos en la cama mientras estábamos enfermos, aprendiendo a leer, en el patio del colegio, sobre el césped del parque, y por supuesto en el «trono» (este entorno escatológico quizá fuera el mejor escenario). 

Estas historietas eran también un refugio que nos permitía aislarnos y evadirnos cuando el entorno adulto nos arrastraba a las miserias de la realidad de la vida. Eran una escapatoria de los problemas más graves convirtiéndose en un bálsamo mágico para nuestros sentimientos más íntimos. Se convirtieron además en un asunto familiar, pues nos pasábamos los ejemplares de hermano a hermano y los leíamos a pares, compartiendo risas y señalando los mejores gags. Los «Mortadelos» acababan archivados en nuestras estanterías, y los rescatábamos regularmente tras el paso de los años para deleitarnos con sus historias. Pero sobre todo por el buen rollo que su recuerdos nos evocaban. Mortadelo y Filemón son felicidad, humor, enseñanza, escapatoria, amistad, vocabulario, universo visual. Ellos son España.

Pero en este país donde lo extranjero es siempre más aclamado que lo nacional, pudimos observar cómo, con el tiempo, nos invadieron los grandes héroes del cómic internacional, que acabaron dominando el mercado. Ibáñez debería de haber recibido un mayor reconocimiento nacional e institucional, tendría que haber sido encumbrado como un gran ícono de la cultura, el gran educador de muchas generaciones, y merecería haber sido galardonado con alguno de los grandes premios nacionales (solamente recibió la medalla de Oro de bellas Artes, premio que parece pírrico para su dimensión creativa). El Princesa de Asturias, que sí recibió el extraordinario Quino (el creador de Mafalda), hubiera sido merecidísimo. 

Como pequeño desagravio, quisiera enmendar este descuido institucional recogiendo aquí una campaña para levantar (por suscripción popular) un monumento a sus legendarios personajes, Mortadelo y Filemón, en el paseo de la Castellana de Madrid. Apelo desde esta tribuna a todos los tuiteros y líderes de las redes sociales para que divulguen esta iniciativa, y en particular, me dirijo a nuestro alcalde José Luis Martinez-Almeida (@martinez_almeida), para que se haga eco de esta idea y la apoye públicamente. Esta iniciativa uniría a todos los hispanohablantes, independientemente de su ideología, entorno a la alegría de nuestros recuerdos y sería un gran emblema para un Madrid que cada vez más parece la capital de Iberoamérica. (#MonumentoaMortadeloyFilemón)

Me temo que el gran Ibáñez nos ha dejado. Pero su obra y su universo visual pervive, y la huella que nos deja en nuestra educación sentimental nos acompañarán para siempre. 

«Servidor de usted y picapedrero» (Ibáñez dixit).

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