El sanchismo es el nuevo 'procés'
«Se ha demonizado todo lo que no sea ser de izquierdas y eso sirve para justificar cualquier cosa que haga el Gobierno, por muy aberrante que sea»
Hace un par de años, Juan Milián publicó un libro titulado El proceso español que, desgraciadamente, ha sido profético. Como pueden imaginar por el título, la tesis principal es que se ha producido una catalanización de la política española cuyo objetivo final es el desmantelamiento de la España de la Transición. Alguien podría pensar que, oye, ni tan mal, que está bien adecuarnos a los nuevos tiempos y acabar con los vicios que se han ido instaurando en la política durante todos estos años, pero no, los que hemos vivido el procés sabemos que se trata de un ataque al Estado de Derecho y de una vulneración de las libertades individuales que no traen nada bueno.
Volví a pensar en este libro hace unos días cuando desde la SER se dedicaron a señalar a casi una veintena de compañeros de THE OBJECTIVE por hacer lo que se supone que hay que hacer en un artículo de opinión: escribir lo que te da la real gana. En la pieza dedicada en exclusiva a este medio —que al parecer leen muy atentamente— el autor iba citando con nombres y apellidos a cualquiera que hubiera publicado algo sobre el tema de Rubiales. Daba igual que, en líneas generales, todos expresaran su desagrado sobre dicho personaje y condenaran sus actos inapropiados: fue cogiendo frases fuera de contexto para que pareciera que desde este digital se había puesto en marcha una campaña en su defensa. Y por eso pensé inmediatamente en el procés, porque es de primero de nacionalismo catalán crear listas negras y dedicarse al señalamiento desde los medios afines de cualquiera que se atreva a discrepar de sus postulados, como también lo es reinterpretar las leyes a gusto de los políticos y, además, venderlo como el colmo del progresismo pese a ser antidemocrático.
Aunque desde que se instauró la democracia en Cataluña ha gobernado la mayor parte del tiempo CiU (o sus posteriores mutaciones), que siempre ha sido un partido de derechas que cobijaba en su interior a los democratacristianos, aquí se señala como «facha» a cualquier que diga que quiere seguir siendo catalán y español o que es mejor tener una educación bilingüe o trilingüe que toda en catalán. En ningún lugar del mundo se consideraría que esto tiene nada que ver con ser fascista, pero aquí sí, y a ver quién es el guapo que se significa. Y esto es lo que está pasando ya en el resto de España: se ha demonizado todo lo que no sea ser de izquierdas (en puridad, lo que ellos consideran que es ser de izquierdas) y eso sirve para justificar cualquier cosa que haga el Gobierno, por muy aberrante que sea, porque siempre será mejor eso a que gobierne la derecha.
«Los metoo los carga el diablo y a lo mejor en un buen momento para dejarnos de ajusticiamientos populares y de defender nuestro Estado de derecho»
Mi compañero Miguel Angel Quintana Paz lo explica perfectamente con lo que él denomina PSOE state of mind y que se hace extensible no solo a sus votantes, sino también a lo que pretenden combatirlo y acaban comprando el marco enterito y jugando con las reglas que ellos marcan. No es el momento de volver a recordar la infinidad de mentiras que Pedro Sánchez ha dicho para conseguir llegar al poder y perpetuarse en él porque son ya de sobras conocidas y, sobre todo, porque a sus votantes les son indiferentes. ¿Pactar con filoetarras que llevan a asesinos en sus listas electorales? Da igual, porque al menos no gobierna la derecha. ¿Que se borren los delitos de los que intentaron cargarse España y utilizaron para ello dinero público? Da igual, porque al menos no gobierna la derecha. ¿Qué haya españoles de 1ª y de 2ª según Sánchez necesite o no los votos de los nacionalistas? Da igual, porque al menos no gobierna la derecha. Y así podríamos seguir con todas y cada una de las tropelías de Sánchez. Aquí solo voy a citar uno de los casos más delirantes: pese a que este Gobierno tiene un carísimo Ministerio de Igualdad, la etapa de Irene Montero culmina con 1.000 violaciones más al año que en 2019 y, ¿de quién es la culpa? Evidentemente, de la derecha.
A pesar de estas lamentables cifras y de haber rebajado la condena de más de mil violadores, no se convocado ni una sola manifestación para pedir la dimisión de Montero, pero sí por el beso robado de Rubiales que, sin duda, es un patán de mucho cuidado y que debería haber dimitido por este y otros motivos, pero que no ha sido juzgado y que, por lo tanto, no se puede decir que ha cometido un delito (apunte, Idafe Martín Pérez, por si tiene usted a bien añadirme a la lista negra). Su conducta es bochornosa, pero no lo es menos que personas que ocupan Ministerios no respeten la presunción de inocencia –una de las bases del Estado de derecho- y que, además, convoquen o se sumen a manifestaciones de ese tenor, entre ellas Yolanda Díaz, que encubrió a su mano derecha cuando se encontró pornografía infantil en el ordenador del partido y purgó a los denunciantes. El colmo del cinismo, vamos.
A todo esto, como Rubiales es socialista y amigo personal de Sánchez y está complicado cargarle el sambenito de ser de derechas, se han dedicado, como auténticas viejas del visillo que son, a husmear por las redes y a pasar lista de quién se había pronunciado o no en contra de Rubiales y, si lo han hecho, midiendo el grado de indignación. Eso sí, un bumerán de justicia poética ha arrasado las redacciones de los medios de izquierdas y algunos de los inquisidores que se dedicaban a señalar machismos en los lugares más insospechados han pasado de aliades feministes a machistas recalcitrantes, siempre dispuestos a encamarse con cualquier jovencitas y luego a tratarlas mal públicamente. Y es que, queridos amigos, los metoo los carga el diablo y a lo mejor en un buen momento para dejarnos de ajusticiamientos populares y de defender nuestro Estado de derecho.