THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

El salchichón a rodajas como nueva estrategia del 'procés'

«Hemos pasado del incumplimiento flagrante de la Constitución y las leyes a un proceso mucho más sigiloso y efectivo cuando el Gobierno es cómplice y débil»

Opinión
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El salchichón a rodajas como nueva estrategia del ‘procés’

Ilustración de Alejandra Svriz.

Según informó ayer este periódico, a partir del próximo martes 19 de septiembre, es decir, dentro de cinco días, los diputados del Congreso podrán utilizar en las sesiones parlamentarias, además del castellano, el vasco, catalán y gallego. Me extraña que el valenciano no esté incluido en esta lista y nadie proteste. También los parlamentarios podrán expresarse en aranés, bable y aragonés aunque en ese caso el diputado deberá autotraducirse. Supongo que ello también suscitará quejas por considerarlo discriminatorio.

En España, tras las elecciones del pasado 23 de julio, cuando Puigdemont tiene prisa las cosas marchan rápidas. Dice «una de boquerones» y ya están servidos en su mesa. Quien manda, manda.

Al parecer, la razón de este cambio en el uso de las lenguas reside en que los ciudadanos se sientan mejor representados. Con esta noble finalidad, ya se están preparando intérpretes, auriculares y pinganillos. Imagino que, en coherencia de todo ello, los muchos documentos que se elaboran en el Congreso, además del Diario de Sesiones, también estarán traducidos a estas lenguas. Desde el punto de vista de la creación de empleo se trata de una buena idea.

Tengo dudas, sin embargo, que la Mesa pueda tomar esta decisión sin reformar el Reglamento o que la reforma se lleve a cabo sin debate parlamentario. Pero supongo que, tal como van las cosas, se trata de un requisito sin importancia. Lo único relevante es satisfacer los deseos de Puigdemont para que Pedro Sánchez pueda ser investido presidente del gobierno. No acabo de entender los mecanismos de la política de hoy: soy un antiguo, quizás debería callarme.

Imagino que muchos lectores ya tendrán una opinión tomada al respecto: es una forma de despilfarro por culpa de los nacionalistas catalanes, es un símbolo de que en España no hay una lengua común, el castellano, tal como dice el artículo 3 de la Constitución y como ocurre en la vida diaria.

«Según el nacionalismo, el catalán es la lengua propia de Cataluña aunque la hablen cada vez menos catalanes»

Hace poco, un amigo vasco de origen pero que reside en Madrid desde hace años, me dijo que estuvo paseando por el centro de Barcelona, desde la Facultad de Derecho, en lo alto de la Diagonal, hasta las calles de la parte baja del Ensanche, varios kilómetros, sin haber escuchado ninguna palabra en catalán. Estaba sorprendido pero así es, a mí no me extrañó. Pero, según el nacionalismo, el catalán es la lengua propia de Cataluña aunque la hablen cada vez menos catalanes. Los dogmas son intangibles, tanto en el nacionalismo como en la religión, al fin y al cabo dos creencias.

El tema es grave pero cansino y aburrido. Permítanme, sin embargo, algunas consideraciones generales.

Las lenguas pueden ser tratadas desde dos puntos de vista: como medio de comunicación y como afirmación de identidad. Desde un punto de vista liberal-democrático son un medio de comunicación entre los individuos, como afirmación de identidad son un instrumento para la construcción nacional.

No duden que el cambio reglamentario que permitirá el uso de las lenguas vasca, catalana y gallega va en ese segundo sentido: España está compuesta de varias naciones, es un Estado plurinacional y, por tanto, estas naciones tienen derecho a ejercer el derecho de autodeterminación y constituirse en nuevos Estados. Se trata de una falacia absoluta: el derecho de autodeterminación que regulan los tratados internacionales de la ONU — y, por tanto, son también derecho interno— no tienen nada que ver con la identidad sino con la libertad, los derechos fundamentales y la democracia. Lo veremos con más detenimiento en otro artículo.

Pero este paso hacia la ruptura del Estado es la intención de quienes han promovido la ley: los socialistas simbolizados en ese caso por la nueva y sonriente presidenta del Congreso, la señora Francina Armengol, y los demás miembros de la autodenominada «coalición progresista» que hace unos años nos gobierna.

«Todo sea por la Nación, esta diosa a la que hay que rendir culto por encima de la libertad, la igualdad, la racionalidad…»

No duden tampoco que desde el punto de vista comunicativo los debates en el Congreso serán más difíciles de comprender. Traduttore, traditore, traducir es traicionar, como suele decirse. Pero todo sea por la Nación, esta diosa a la que hay que rendir culto por encima de la libertad, la igualdad, la universalidad, la racionalidad… los valores de la Ilustración de los que la izquierda oficial de hoy, la izquierda reaccionaria como certeramente la denomina Félix Ovejero, se está separando a pasos agigantados.

¿Estaremos mejor representados en una cámara donde no se hable sólo en la lengua común, en la que todos nos entendemos, sino también en las demás lenguas españolas que no tenemos el deber de conocer y sólo son oficiales en los territorios de las comunidades autónomas si lo reconocen sus respectivos estatutos?

Estaremos peor representados porque lo que deben hacer nuestros diputados es deliberar, es decir, argumentar sus distintas posiciones, contrastarlas e intentar ponerse de acuerdo en aquello que sea posible. Además, los ciudadanos entenderán mucho menos, todavía menos, las posiciones de nuestros representantes. Por último, habrá que esperar al texto escrito de la reforma reglamentaria para ver si tiene encaje constitucional. Pero quien manda es Puigdemont, ese líder de un partido nacionalista conservador y tradicionalista, al que la llamada izquierda está sometido.

Como dice Alfonso Guerra, estas continuas cesiones al nacionalismo son como cortar un salchichón: rodaja a rodaja hasta que se acaba. Sin darnos cuenta, con el tiempo ya no quedará nada, se habrán zampado todo el salchichón. El procés sigue, como siempre hemos dicho, aunque ha cambiado de estrategia: hemos pasado del incumplimiento flagrante de la Constitución y las leyes acompañando por grotescas y espectaculares insurrecciones en la calle, al más discreto y sigiloso de ir cortando el salchichón a rodajas. Un proceso ya antiguo y mucho más inteligente, especialmente efectivo cuando el Gobierno es cómplice y débil.

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