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Rafael Núñez Huesca

De la España babélica a la España balcánica

«Parece obvio que se ha puesto en marcha una estrategia coordinada entre la izquierda radical y los grupos separatistas para derogar el 78»

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De la España babélica a la España balcánica

'La Torre de Babel', pintura al óleo sobre lienzo de Pieter Brueghel el Viejo. | Wikimedia Commons

La conferencia de Dayton puso fin a las guerras que desangraron la antigua Yugoslavia entre 1991 y 1995. Los delegados bosnios, croatas y serbios, que compartían el mismo idioma serbocroata, exigieron a la organización norteamericana que los actos públicos contaran con traducción simultánea. Una traducción que no necesitaron durante las reuniones previas y que no buscaba facilitar la comunicación sino establecer una liturgia extranjerizante. 

No otra cosa persiguen los movimientos separatistas españoles: subrayar la ajenidad usando protocolos propios de la diplomacia internacional. No hay precedentes en el mundo de lo que ocurre en el Congreso de los diputados de España. El diario El País se afanaba en presentar los casos de Bélgica, Canadá y la Confederación Helvética como precedentes y modelos para España. La realidad es que ninguno de los tres países cuenta con una lengua común en todo el territorio, como sí ocurre en España. No existe el idioma belga, canadiense o suizo; existen el neerlandés y el francés en Bélgica, el inglés y el francés en Canadá, y el alemán, el francés, el italiano y el romanche en Suiza. De manera que no, no hay un solo precedente en el mundo de un parlamento que, disponiendo de una lengua común, imponga un sistema de traducción simultánea a sus diputados.

Promulgaba Sabino Arana a finales del XIX que «la diferencia de la lengua es el gran medio de preservarnos de los españoles, evitando así el cruzamiento de las dos razas». La lengua como herramienta extranjerizante y de construcción nacional. El idioma como muro. Lo que se persigue, en fin, babelizando la Carrera de San Jerónimo, es hacer explícitas las diferentes realidades nacionales que cohabitarían en el Estado español. Porque en su imaginario, a cada lengua le corresponde una nación. Y es por eso que la España plurilingüe vendría a ser el salvoconducto incontestable de la España plurinacional. 

«No hay un solo precedente en el mundo de un parlamento que, disponiendo de una lengua común, imponga un sistema de traducción simultánea»

Cuando se anunció el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso, el exministro Alberto Garzón escribió: «¡Por fin! (…) El Congreso debe reflejar la realidad plurinacional de nuestro país». Lengua y nación como realidades intercambiables. Yolanda Díaz también usa como sinónimos «España plurilingüe» y «España plurinacional». Y Sumar ya apuesta abiertamente «por un nuevo modelo territorial» con los pinganillos a modo de prólogo. 

El prefacio del libro Repensar la España plurinacional, editado en 2017 por el think tank de Podemos, establecía el objetivo: «han emergido movimientos sociopolíticos con una visión plurinacional del Estado que están en condiciones de posibilitar una segunda Transición». En el mismo libro, Pablo Iglesias advierte que «únicamente una visión de España como país de países puede hacer viable un proyecto colectivo». Cabe recordar que sólo la URSS y Yugoslavia encajan históricamente en el modelo de ‘país de países’. Véase cómo acabaron. En el texto de 2017 Iglesias se conjuraba para «construir un proyecto común que refleje constitucionalmente la plurinacionalidad de nuestro país». Y como el Cid, Iglesias gana batallas después de muerto. El proyecto al que apelaba ya está en marcha. Errejón salía al paso de las suspicacias que esta estrategia podría generar en alguna izquierda: «Es un error pensar que la agenda social y la agenda plurinacional compiten. Por historia, por compartir el mismo adversario, por acumulación de fuerzas y por razones democráticas, sólo caminan juntas. Y en eso estamos. Va a ser la clave de esta legislatura que comienza».

Parece obvio que se ha puesto en marcha una estrategia coordinada entre la izquierda radical y los grupos separatistas para derogar el 78 y hacer de esta legislatura, «la legislatura del debate territorial» (Otegi dixit). Y ese debate sólo puede saldarse, a juicio de un visionario Pablo Iglesias, «asumiendo el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro en un referéndum. (…) Y lo que vale para Cataluña es extensible a Euskadi y al resto de naciones históricas».

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