El día después
«Lo que no puede obviar don Pedro Sánchez Castejón es que el pinganillo va transformarse, por arte de birlibirloque, en látigo rabioso»
Dejemos de lado por un momento las implicaciones legales de la amnistía, su marcado carácter anticonstitucional.
Dejemos de lado que un Gobierno en funciones no tiene atribuciones para pactar una medida tan extraordinaria.
Dejemos de lado el lavado de cara que la simple negociación, más allá de sus resultados, entraña ya para condenados por la justicia.
Dejemos de lado la discrepancia entre notables en el interior del Partido Socialista, y que no sólo implica a Felipe González y Alfonso Guerra.
Dejemos de lado que «un fantasma que recorre la bancada socialista. El fantasma del tamayazo».
Dejemos de lado el futuro impacto electoral de la medida entre las bases socialistas fuera de Cataluña y el País Vasco para próximas elecciones, que seguirá habiendo.
Dejemos de lado la sensación de vergüenza y ridículo en los socialistas catalanes, artífices de convertir en pírrica la victoria de Feijóo.
Dejemos de lado el agravio ya sufrido por los socialistas vascos en la pasada legislatura, al tener que darse palmaditas en la espalda con sus antiguos cazadores, y lo que la amnistía pone sobre la mesa nada sutilmente en torno a las acciones terroristas de ETA.
Dejemos de lado el efecto que tendrá la amnistía en las elecciones autonómicas del año próximo en Cataluña y País Vasco, incluido un previsible lendakari de Bildu y el regreso de Junts al «patio de los naranjos».
Dejemos de lado el inevitable voto de castigo de la sociedad española curada del vade retro, Vox.
Dejemos de lado por un momento el daño irreversible sobre la credibilidad de los políticos que defienden ahora una medida que condenaron durante la campaña electoral con ahínco y argumentos razonables.
Dejemos de lado el daño a la libertad de expresión que significa ver que ciertos medios de comunicación en su línea editorial y, mas grave aún, que ciertos periodista y columnistas concretos, apoyan ahora unas medidas que antes criticaban con toda rotundidad, una suerte de «fuera máscaras» de fin de noche durante el carnaval.
Dejemos de lado también las implicaciones diplomáticas en Europa de pactar unas medidas que conllevan menospreciar acciones legales en curso de tu propio país y legitimar la pulsión identitaria en un continente trufado de «voces ancestrales».
Dejemos de lado la pérdida del debate en el mundo entero sobre la naturaleza del nacionalismo periférico al amparar con la amnistía su discurso victimista.
Dejemos de lado el efecto galvanizador que en la oposición tiene una medida de esta naturaleza, sobre todo en su acepción histórica de transmisión de corriente eléctrica a cuerpos listos para autopsia.
Dejemos de lado el obvio peligro de que incluso una medida de esta envergadura no sea la culminación de la negociación de investidura sino sólo su comienzo, abriendo la caja de Pandora de un futuro referéndum.
«El problema real es que la aritmética no se puede alterar por distractores, chivos expiatorios o espantapájaros»
El problema real es que la aritmética no se puede alterar por distractores, chivos expiatorios o espantapájaros. Los 170 que suman PP y Vox superan los 152 del bloque «progresista» de PSOE y Sumar, por mucho que intenten hacer pasar a los nacionalismos como uno di noi. Al día siguiente habrá un Gobierno en minoría que tiene que sentarse a negociar con los nacionalistas toda ley, disposición y medida que deba ser aprobada por mayoría simple en los próximos años. Es decir, lo que no puede obviar don Pedro Sánchez Castejón, excelentísimo presidente del Gobierno en funciones, aun con el entendimiento nublado por los sillones mullidos y las sábanas tersas de su residencian temporal, ni sus palafreneros y adláteres, serviles ante el riesgo permanente de caer en desgracia, es que el pinganillo va a transformarse, por arte de birlibirloque, en látigo rabioso.