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¿Sacralizar la Constitución? (I)

«El texto de 1978 es un instrumento para la convivencia resultado de un pacto. Este pacto se ha roto, y no ha sido precisamente por la labor de la derecha»

Opinión

Ilustración de Alejandra Svriz.

  • Madrid, 1967. He sido columnista en Libertad Digital, Vozpópuli y El Español. Ahora escribo en La Razón y THE OBJECTIVE y hablo en Herrera en Cope. Soy profesor titular de Historia del Pensamiento en la UCM. Tengo unos cuantos libros de historia y política.

Un conservador solo sacraliza los fundamentos de la comunidad política, y la Constitución no lo es. El texto de 1978 se trata de un instrumento para la convivencia resultado de un pacto. Este pacto se ha roto, y no ha sido precisamente por la labor de la derecha, ni de liberales o de conservadores. Quien lo ha estampado contra el suelo ha sido la izquierda en su afán de cumplir su objetivo, que no es otro que el poder por el poder a cualquier precio. 

Ante tal situación, el universo conservador tiene dos opciones. La primera es la resistencia al golpe de Estado, al proyecto de democracia iliberal que plantean Sánchez y los rupturistas, y sostener la sacralidad de la Constitución. El fondo de esta postura, la inmovilista, que no es mala por mucho que la demonice la izquierda, es considerar que tocar las piezas básicas de lo político acaba con la libertad.

Es preciso no olvidar que las costumbres y creencias de los conservadores, tan legítimas como la de los progresistas, sobreviven mientras haya libertad. Más claro. Si se elimina la separación de poderes y se otorga el carácter de constituyente a una asamblea ordinaria como la actual, autoritaria y exclusivista, la de Sánchez, se acabó la libertad y, por tanto, la legalidad que permite el ecosistema conservador. La sacralización de la Constitución tendría ese sentido, el de impedir que se toque cualquier parte del articulado, incluso de su espíritu, porque «abrir el melón» solo tiene una conclusión: el fin de la libertad.

«Julián Marías señaló en 1978 que era un error convertir en nacionalidades a regiones con lengua propia»

Sin embargo, esta parte de los conservadores ha sostenido siempre que hay elementos de la Constitución que no funcionan o, peor, que han provocado la situación crítica que vivimos. Me refiero, por ejemplo, al Estado de las Autonomías, ese título VIII locoide que bendice la centrifugación constante, y el artículo 2, que marca la desigualdad entre españoles al hablar de nacionalidades y regiones. 

Julián Marías señaló en el Senado en 1978 que era un profundo error convertir legalmente en nacionalidades a regiones con lengua propia y entregar a los políticos nacionalistas la legitimidad exclusiva para la construcción de esas nuevas comunidades. López Rodó en 1980 fue más claro si es posible. Las autonomías, escribió, lejos de traer la paz social, crearían nuevos problemas e iban a resucitar los que habían desaparecido. El proceso autonómico, tal y como está en la Constitución, supondría el paulatino «desguace del Estado» y su sustitución por comunidades independientes. 

Dalmacio Negro señaló que las autonomías nacionalistas, semiestatales, asentadas en el mando de las oligarquías locales, iban a tender a destruir la nación histórica para volver a un momento prepolítico; es decir, de tabla rasa sobre la que reconstruir el territorio sobre otras naciones. Es evidente que una nacionalidad tarde o temprano demanda convertirse en nación política que quiere un Estado propio; es decir, separado de España. Esto llevó a ese conservadurismo a rechazar la Constitución, justo por el artículo 2 y el Título VIII, como fue el caso de Fernández de la Mora. 

«La tradición de la izquierda española es la querencia por la República federal»

Ese desencaje territorial solo lo podía aprovechar la izquierda, porque, como ha indicado de forma más reciente González Cuevas, la tradición de la izquierda española es la querencia por la República federal y las nacionalidades autodeterminadas como una forma de imponerse a la derecha española. La pulsión por el poder que ha demostrado siempre la izquierda es superior a los valores supremos, como la nación, la libertad y la democracia. 

No obstante, los partidos de la derecha, la UCD, AP y sus sucesores aceptaron el sistema en beneficio propio. El constitucionalismo, por tanto, habría sido un ardid del «bipartido único», en expresión de Jerónimo Molina, para obtener el poder. El mito de la Constitución para definir y orquestar un país, dice Molina siguiendo a Dalmacio Negro, nos llevó al salto al vacío del Estado de las Autonomías. Es por esto que Molina, pesimista, no se pregunta por quién defenderá la Constitución del asalto de los bárbaros si las instituciones que deberían impedirlo están invadidas, como el Tribunal Constitucional. Molina se pregunta si la nación histórica sobrevivirá al constitucionalismo. 

Más allá de estos análisis teóricos, ese conservadurismo ve, por un lado, que tenía razón en sus críticas, que los fallos de la Constitución iban a conducir a la crisis, y, por otro lado, que defender hasta el último hombre, institución y palabra ese mismo texto es ahora el último muro defensivo. No obstante, esta figurada Línea Maginot constitucional tiene partes ostensiblemente débiles, conocidísimas por el enemigo, y es más que probable que no impida la invasión de los bárbaros. Por tanto, son conscientes de que están defendiendo lo mismo que ha provocado el mal, y de ahí el pesimismo

(El otro conservadurismo respecto a la Constitución de 1978 se cuenta en el artículo del próximo sábado).

35 comentarios
  1. Leuthen

    Esperemos que Vilches se informa de las mayorías necesarias para reformar la Constitución antes del sábado. La segunda parte de este artículo promete gran diversión por lo que apuntan los comentarios

  2. danif

    José Ramón Caso. “En cuanto terminan los períodos constituyentes, la política se suele convertir en una profesión . En los países que lo hacen razonablemente mejor hay una cultura del mérito. Eso es meritocracia .Nadie se atreve a ofrecer a los ciudadanos un candidato no cualificado,. Esa conciencia colectiva no existe todavía en España
    ”Velarde, sobre las reformas necesarias: lo primero es eliminar las trabas administrativas para montar una empresa y unificar el mercado interior español. No es admisible que tengamos 17 legislaciones diferentes. Esta es la gran reforma pendiente de nuestra economía. . Luego un gran pacto educativo. Atajar el déficit enorme de las administraciones públicas, que lastra nuestro crecimiento .
    Tamames:“ hemos creado una compartimentación de mercado, de manera que hay 17 mercadillos, sistemas sanitarios…Nos hemos pasado de rosca con el Estado de las autonomías. No significa que haya de suprimirlo, sino respetar la idea original, no crear 17 estados dentro del estado español

  3. danif

    Lo que nos pasa nos lo habían avisado hace tiempo y no les hicimos caso
    “Zapatero modela un PSOE no europeo, con el horizonte de un socialismo que gana todas las elecciones sucesivamente, en el ejercicio de su hegemonía y del abuso de poder…Toda la estrategia de Zapatero y de Sánchez es evitar la alternancia del poder “R Arias Salgado.
    Los dos sueñan con un régimen contradictorio con el de la UE.
    Lo importante para ellos es evitar la alternancia y con ello, consolidar un estado clientelar en el que la incompetencia, la corrupción , el despilfarro y el abuso de poder “de los nuestros “ no tengan sanción
    Y los socios también., Tamames : “ en el fondo lo que quieren es mandar. Quieren mandar empobreciendo el país. Y una vez que lo empobrecen, con una red de mecanismos de clientelismo, controlar el país de una forma definitiva. ¿Cuál es el efecto de Podemos en el Gobierno? Pues sencillamente más subsidios que son necesarios en parte, pero no para todos, porque la gente entonces deja de trabajar.. ellos lo que quieren es cargarse el sistema. Lo ha dicho el jefe de Bildu “Venimos a Madrid a cargarnos el régimen”.

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