THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Narcisismo y polarización en Sánchez

«Un líder narcisista no solo se opondrá a las instituciones que quieran fiscalizarlo, sino que querrá anularlas. ¿Quiénes son para impedir su satisfacción personal?»

Opinión
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Narcisismo y polarización en Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Es cierto, y de sobra conocido, que Sánchez polariza para granjearse el apoyo de los rupturistas, tanto como para legitimar sus decisiones autoritarias. Sin un enemigo despreciable -la derecha- es menos aceptable tomar decisiones contradictorias, como la amnistía. En lenguaje llano, Sanchez es un trilero que esconde la bolita mientras mueve los vasos y canta.

Sin embargo, hay algo más en esa polarización que practica el presidente cada vez con más esmero. Es la manifestación política del narcisismo. Lo explico. Las personalidades basadas en la vanidad, la autosatisfacción y la glorificación de uno mismo tienden progresivamente al dogmatismo y al desprecio al otro. El presidente del Gobierno tiene ese perfil egocéntrico, de admiración personal, que describe al narcisista.

Sánchez es un político narcisista en continuo proceso de construcción personal a costa de la destrucción del entorno. La primera víctima fue el partido, el PSOE, anulando su pluralidad y control interno para convertirlo en un reflejo de sus ambiciones. Hoy no hay diferencia entre el proyecto sanchista y los movimientos del partido socialista. Sánchez ganó la secretaría general a través de unas elecciones primarias -que ha sido una moda nefasta-, y luego eliminó el procedimiento para llenar la organización de sus fieles.

En ese camino de satisfacción personal, el narcisista tiene la pulsión irrenunciable de eliminar todo obstáculo. Cualquier crítica o control, ya sea judicial, parlamentario o mediático se convierte en algo a superar. No hay reflexión sobre el carácter razonable del otro y, por tanto, ningún propósito de enmienda o corrección. El narcisista está convencido de que no hay derecho a detener su proceso de hedonismo, de encontrar el placer en uno mismo como fin y fundamento de la vida propia y, lo que es peor, de los demás. Es tan evidente su grandeza, piensa, que toda institución, partido o medio que dude o cuestione sus decisiones o aspiraciones se convierte en un enemigo a batir.

«La sumisión absoluta aderezada con devoción, aumenta el narcisismo de Sánchez»

Un narcisista metido en política, como Sánchez, solo quiere lealtades, no inteligencias. La valía del subalterno se mide según su eficacia para cumplir sus órdenes, no en su competencia general. Esto lo saben sus súbditos, los sanchistas, que se rompen las manos a aplaudir aceptando cualquier cosa que proponga Sánchez. Los feligreses son capaces de contradecirse absolutamente, de traicionar principios y promesas con tal de que el gran Narciso esté complacido. De ahí la terrible hemeroteca de Miquel Iceta, Salvador Illa, Carmen Calvo y tantos otros. 

La capacidad de seducción del narcisista con poder es notoria.  En torno a su persona crea un proyecto dogmático y salvador que se muestra como el único posible. Es el epítome de «Yo o el caos». Es un pastor al que sus ovejas adoran y siguen a donde vaya. Este mecanismo, la sumisión absoluta aderezada con devoción, aumenta el narcisismo de Sánchez, aunque no lo colma porque el narcisista nunca está lleno. Quiere reconocimiento eterno. Por eso el presidente está tan preocupado por cómo lo verá la Historia. Su objetivo es que nadie olvide su persona, obra y milagros, y que haya poetas que escriban sus glorias para las generaciones venideras. 

Ante la magnitud de su propósito, el narcisista odia a la oposición. No entiende que ante el enorme sacrificio que está haciendo por el país, haya gente que critique sus medidas. Si lo hacen es porque son «ultras», políticos descarriados; es más, son personas fuera de su tiempo. El narcisista está tan pagado de sí mismo que cree que el mundo gira a su alrededor, y que sus decisiones, su persona y sus palabras marcan un tiempo nuevo. Es el motor de la Historia, y todo opositor es un reaccionario. Es así que el PP y Vox, a su entender, están fuera de tiempo, anclados a un pasado superado gracias a la presencia de Sánchez. 

Ese narcisismo provoca la polarización de forma natural. No puede evitarlo. Es como la carcajada desencajada y psiquiátrica que soltó en el Congreso en plena sesión de investidura. Era la manifestación de una enorme satisfacción del ego, un auténtico orgasmo político, gracias a que cumplía su venganza -sí, venganza- ante los que osan poner en cuestión su inteligencia y gobierno. Es por esto que tratará de ajustar cuentas con Israel, Italia y todo país que critique sus patochadas internacionales. De momento permite las salidas de tono de sus ministros comunistas, como Yolanda Díaz, Bustinduy y Urtasun, porque sirven para satisfacer su deseo de insultar a dichos Estados. 

«El narcisismo lleva a la polarización y al conflicto»

Un narcisista como Sánchez no asume jamás los errores de sus decisiones. Si el Tribunal Supremo considera que Magdalena Valeria no es una jurista de reconocido prestigio a petición de la Fundación Hay Derecho, salen los sanchistas a decir que no son quiénes para oponerse a una decisión de Sánchez. Esto ocurre porque, además de que no son demócratas y creen que un Parlamento tiene el poder absoluto, el narcisismo lleva a la polarización y al conflicto.

Esta es la razón de que el narcisismo de Sánchez haya apuntado a su segunda víctima: el Estado de derecho. La izquierda ha visto siempre una victoria electoral como la coartada perfecta para colonizar el Estado, al que consideran un botín. Un líder narcisista no solo se opondrá a las instituciones que pretendan fiscalizarlo, sino que querrá anularlas. ¿Quiénes son para impedir la satisfacción personal de Sánchez? 

El empacho narcisista es tal, la confianza en sí mismo ha alcanzado un límite tan alto en su proceso, que ya no tiene vergüenza en confesar la verdad. ¿Para qué mentir? Lo dijo en la entrevista en TVE. Cambió de opinión sobre la amnistía para conseguir siete votos que le mantuvieran en el poder. Su autoconvicción es tan grande que no le entra en la cabeza que los españoles no lo entiendan o les parezca repugnante. O peor, el narcisista en que se ha convertido Sánchez no concibe que sus feligreses, incluyendo los electores del PSOE, repudien su decisión por dignidad o apego a la democracia. Atentos, porque un perfil así no tiene límites.

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