THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

La anti-Transición

«Ahora lo que nos merecemos. Un Sánchez que alardea de negociar con ERC, Junts, PNV o hasta con Bildu, esos herederos de ETA que llevan asesinos en sus listas»

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La anti-Transición

Ilustración de Alejandra Svriz.

Horas antes de que el jefe del Estado se dirija en su habitual discurso de Navidad a todos los españoles es momento de analizar un año políticamente desastroso que dará pronto paso a un año que viene terriblemente amenazante. Decir que vivimos tiempos de inestabilidad sería pecar de optimistas. Vivimos momentos de mentiras, chantajes, privilegios, desencuentros y muros que separan y dividen. Y lo más preocupante es que estas amenazas no proceden ya solo de grupos independentistas o comunistas o herederos incluso del terrorismo. Vienen del mismo Gobierno de la nación.

El peligro que viven ahora en España la Constitución, el estado de derecho, la separación de poderes o la igualdad de los españoles ante la ley, procede de un solo hombre. El presidente del gobierno que legalmente constituido ha anunciado la construcción de un Estado en el que la mitad de los españoles venzan a la otra mitad de los españoles. Un gobierno cuyo presidente no solo ha evitado decir que iba a gobernar para todos los españoles, sino que ha hecho lo contrario. En sede parlamentaria ha declarado su intención de construir un muro contra todos los que no le apoyen. Un presidente que en vez de buscar el consenso es capaz de tildar de ultraderechistas a los millones de españoles que votaron e hicieron del Partido Popular el partido más votado.

Se puede hacer un listado de los horrores jurídicos, democráticos y éticos de nuestro presidente. Ese que habla de forma chulesca y despectiva con los conservadores y que se convierte en un sumiso y servil presidente con los independentistas. Desde el proyecto de ley de amnistía, a sus negociaciones con prófugos de la justicia en el extranjero y con la presencia de mediadores internacionales pasando por su condonación de la deuda o sus chorros de dinero en forma de cupos para las comunidades más ricas y egoístas. Romper la unidad de España es un proceso ya imparable con Sánchez. Se empieza rompiendo la caja de la Seguridad Social o la unidad del sistema ferroviario y se acaba diciendo, como hizo con la amnistía, que un referéndum de autodeterminación tiene cabida constitucional. 

Hace casi medio siglo vivimos un proceso de transformación democrática basada en la legalidad de los cambios jurídicos y políticos que se iban produciendo y que nos llevaron de una dictadura franquista de un país dividido en dos a una monarquía parlamentaria basada en un estado democrático social y de derecho. Aquella Transición que el mundo entero admiró, y cuyo ejemplo inspiró a otros países que vivieron también procesos de democratización, ahora está revirtiendo en un proceso peligrosísimo para nuestra calidad democrática, jurídica y ética.

La anti-Transición ha comenzado. Ya no tenemos aquellos políticos de altura que supieron y quisieron negociar y pactar. Ya no tenemos un presidente que arriesgara continuamente su puesto por avanzar en el proceso de democratización que integrara a todos los españoles. Ya no tenemos un Adolfo Suárez valiente para enfrentarse a pecho descubierto a golpistas armados en el Congreso.

Ahora tenemos lo que tenemos. O lo que nos merecemos. Un Pedro Sánchez que alardea de negociar con ERC, Junts, PNV o hasta con Bildu, esos herederos de ETA que llevan asesinos en sus listas. Y la verdad es que no negocia nada, Sánchez entrega todo lo que le pidan con tal de seguir en el poder. No arriesga, vende. No es valiente con los golpistas del procés, es sumiso. Pedro Sánchez, a demanda de sus socios que quieren romper España, está él mismo desmontando el estado constitucional. El proceso lleva ya tiempo. 

«El peligro que viven ahora en España la Constitución, el estado de derecho, la separación de poderes o la igualdad de los españoles ante la ley, procede de un solo hombre»

La Transición de Suárez tuvo sus hitos: la Reforma Política, la legalización de partidos y sindicatos, incluido el PCE, la Constitución, el estado de las autonomías, la construcción del equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Nos trajo décadas de prosperidad y estabilidad, ingresamos en Europa y vivimos relevos tranquilos en la dirección política del país.

La anti-Transición de Sánchez empezó ya desde la moción de censura a Rajoy y sobre todo en su primera legislatura. Lo que el respetado socialista Alfredo Pérez Rubalcaba llamó escandalizado «un gobierno Frankenstein» porque siempre pensó que era una aberración para un socialista y demócrata tener esos socios. Hoy lo hemos asimilado todos hasta el extremo de que nadie lo llama ya así. La aberración se ha normalizado. Cada nuevo puñetazo a la ética se asimila con una velocidad insospechada por la llegada de algo todavía más grave y aberrante. Indultos, sedición, malversación, financiación, regalos de competencias, traslado de presos etarras, trenes de cercanías. Y llegan la amnistía, las mediaciones en territorio extranjero, las mesas de negociación, la entrega de Pamplona a Bildu o la sobrefinanciación de Cataluña y País Vasco.

La anti-Transición de Sánchez no parará mientras él necesite votos independentistas para gobernar. Va a seguir con medidas gravísimas para la legalidad de cualquier nación democrática. Hasta la Unión Europea ha tenido que salir al paso para advertir al gobierno español, y al también mentiroso ministro Bolaños, de que lo van a seguir de cerca. También le avisan de que sus maniobras orquestales en la oscuridad contra la independencia judicial no son aceptables en la Unión Europea.

Adolfo Suárez y Felipe González fueron dos presidentes españoles que se ganaron el respeto de todo el mundo por el proceso de la Transición. Eran dos estilos totalmente diferentes, pero igual de admirados. El presidente Sánchez ha conseguido ser abucheado en sesión plenaria del Parlamento Europeo y hablando en condición de presidente rotatorio del Consejo de la Unión Europea. Su visión del panorama internacional ha conseguido molestar, o directamente enemistarnos, con Marruecos, Argelia, Argentina, Israel, Alemania o Italia. La última, su veto personal, con la excusa de Sumar, a participar en la misión de la UE para la protección comercial en el Mar Rojo. Una petición de Estados Unidos que ha obligado al presidente Biden a llamarle.

El nivel de destrozo institucional de España, tanto a nivel internacional como nacional, que está cometiendo el gobierno de Sánchez debería ser difícil de superar. Lo malo es que, por siete votos, su permanencia en el poder y su ego, Sánchez lo puede superar y devolvernos a los tiempos en los que no teníamos un estado de derecho, con unos jueces independientes y los españoles no éramos iguales ante la ley. Esperemos que no.

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