THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Penúltimo día del año

«No ser ingratos con el tiempo. Saludar el año que se va con honores: como si todo –incluso el dolor– hubiera sido una sucesión de ‘greatest hits’»

Opinión
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Penúltimo día del año

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Hay dos defectos en nuestra cultura que sospecho son el mismo: aunque el orden no importe, el primero es callar las fuentes. Silenciar para hacer creer que el pionero del hallazgo es uno mismo y la idea –o lo que sea– era virgen hasta que la descubrió quien ahora se adueña de ella. El segundo es considerar la propia ignorancia como algo extensivo a los demás. «Nadie sabía», «ninguno de nosotros conocía»… Pues mire: no lo sabía usted, pero había otros que lo habían escrito cuando usted era un niño, o ni siquiera había nacido. Y otros que, sin escribirlo, conocían muy bien el asunto. ¿Vicios de los literatos? Vicios del árbol de la ciencia en general. He pasado muchos años de mi vida al frente de una biblioteca y siempre había investigadores que manifestaban más su curiosidad por lo que estaba investigando el colega sentado dos mesas más allá que por la investigación propia. La eterna adolescencia.

                                                                      ***

Leyendo las crónicas de Núremberg de Carlos Sentís, me encuentro –un par de líneas sólo– con un personaje británico, amoral como todos los grandes cínicos, ferviente anticomunista, pinta de cuidado (lo he buscado en internet) y condenado por traición a su patria durante la II Guerra. Aristócrata de los que inspiraron a Ishiguro en Lo que queda del día, eterno portador de un osito en brazos –inspirador probablemente de una de las manías del hijo menor de lord Marchmain en Retorno a Brideshead, (los canallas son fuente de buenos personajes)–. Cuando fue devuelto por los italianos a Inglaterra para ser juzgado, su mujer –según Sentís, «una chica muy mona, que ha servido en hospitales y fábricas de aeroplanos», según otros, «una prostituta»– no paró de arremeter contra él y contra su nueva mujer –una francesa que le acompañaba por el continente ocupado por los nazis, otra «prostituta» dicen algunos– según parece por despecho. Habría que ver si en ese despecho anidaba el rencor social o la venganza por haber elegido a otra como ella. No sé si llegaron a acusarle de bigamia; bastaron sus otros delitos para ahorcarle en prisión. Ironías del azar: se llamaba John Amery como el autor –Jean Améry– de uno de los grandes libros sobre la mecánica de la Shoah, él mismo superviviente de esa zona de exterminio. Uno de los pecados políticos del Amery malo fueron las charlas radiofónicas que emitía desde Italia, como Pound, a favor de Alemania y sus aliados.

                                                                   ***

Preparo unas bolsas de libros para llevarme a V. C, la chica que cuidó de mi madre al final de su vida y que lleva diez años con nosotros me dice: «Usted con sus libros es como un escarabajo de esos que transportan una bola allí donde van». Me río. «¿Sabe usted que la bola es de estiércol?», le pregunto. Y me acuerdo de las teorías seudopsicoanalíticas de los 70 que hablaban de los libros como excrecencias de su autor. Nada hay que no retorne.

                                                                 ***

En el autobús dos adolescentes:

– ¿Sabes? Yo no duermo nunca.

– ¿Y qué haces?

–Medito. De noche, medito. (Silencio largo).

– ¿Y eso qué es?

– Pensar las cosas.

– ¡Vaya tontería!

                                                                        ***

Del amor que no debe decirse, como la misteriosa dama negra de los sonetos de Shakespeare, al que no puede decirse, como los Sonetos del Amor Oscuro, de Lorca. De lo que se ama no se habla. Hace unos años, una parlamentaria mallorquina hizo una declaración de amor hacia todo lo que amaba de su –nuestra– isla natal. Y no hace tantos, en las vallas de Mallorca un partido político exigía el amor hacia la isla. Como si quien no declarara lo que ama o a quien ama, no lo amara. No decimos, por ejemplo, que amamos a nuestros hijos y decirlo sonaría a un exhibicionismo que indicaría lo contrario. No nombramos a las personas que amamos –salvo en la intimidad, si es que ésta existe– porque sólo nosotros lo sabemos y así habría de ser hasta que perdamos la memoria.

                                                                        ***

El respeto por el tiempo crece a medida que se tiene menos por delante. No ser ingratos con el tiempo. Saludar el año que se va con honores: como si todo –incluso el dolor– hubiera sido una sucesión de greatest hits.

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