Cómo explicar el 'caso Koldo' a mi amigo Ricardo
«Falta un relato que le explique a mi amigo que, mientras él salía a aplaudir al balcón, había un asesor de un ministro que hacía negocietes en esa situación de pánico y dolor»
Todos tenemos un amigo que se llama Ricardo y, si no, deberíamos tenerlo.
El mío es de Madrid, luce unas vistosas patillas de hacha herederas de su juventud malasañera, vive en el muy castizo barrio de Ventas y es un gran tipo.
Ricardo coge todas las mañanas, sábados incluidos, el veintiuno, el autobús que le deja a pocos metros de su tienda de decoración en el barrio de Argüelles, a tiro de piedra de El Corte Inglés de Princesa; se toma un café en el bar de Antonio y abre la persiana esperando que entren en la tienda unos cuantos clientes que necesiten redecorar sus vidas sin recurrir a esos muebles nórdicos de calidad discutible y nombre impronunciable que están tan de moda ahora.
Ricardo no lee mucha prensa que no sea deportiva ni escucha demasiada radio (era de la SER pero ahora es de Alsina) y cuando alguna tarde quedamos en El Tendido a tomarnos un vino y enchufarnos unas croquetas de rabo de toro, de lo último que hablamos es de política.
Ricardo suele llegar a su casa prontito y, cuando termina de preparar la cena, a veces le da tiempo de ver cinco minutos del informativo de Vicente Vallés o del de TeleCinco, el que caiga, justo antes de ponerse una serie en Netflix y quedarse dormido en el sofá.
Durante las últimas dos semanas y en esos escasos minutos en los que puede prestar atención a los medios -mi amigo Ricardo no tiene Twitter ni piensa tenerlo- ha visto cómo ante sus ojos aparecían de forma caótica un aluvión creciente de macarras, ‘empresaurios‘ y políticos de película de serie B que al parecer se lo estaban llevando crudo con algo de unas mascarillas, pero la cosa se fue liando tanto con nuevos personajes, nuevos presuntos delitos en una trama cada vez más compleja e incomprensible que poco a poco fue desconectando de la historia. Al final era un poco lo de siempre, ¿no?
«El ‘caso Koldo’ es una historia que, por su extrema complejidad, corre el riesgo de sumir en el aburrimiento a una sociedad hastiada de casos de corrupción»
Una historia que por su extrema complejidad corre el riesgo de sumir en el aburrimiento a una sociedad hastiada de casos de corrupción, que a pesar de que termina normalmente con los corruptos en el trullo, si no se explican bien, afectan más al sistema democrático en su conjunto que al gobierno concreto que ha servido de cobijo a tales prácticas.
Y eso es precisamente lo que le está faltando a este caso, un relato que le explique a mi amigo Ricardo que mientras él tenía su tienda cerrada y salía todas las tardes a aplaudir a los servicios de emergencia al balcón de su piso en Ventas, había un asesor de un ministro del Gobierno de España que además era el número dos del principal partido del país, que estaba utilizando su posición (con o sin conocimiento de este último, esto ya se verá) para presuntamente hacer negocietes en medio de esta situación de pánico, dolor e incertidumbre.
Un relato que le recuerde a mi amigo Ricardo la rabia de ver pasar los coches fúnebres por la M-30 camino del tanatorio, el dolor de no haber podido despedirse de los dos amigos que murieron mientras estos hijos de una hiena fletaban mascarillas defectuosas y las vendían siete veces más caras de su valor.
Un relato que le hable a él, a su compadre el tapicero, al camarero del Tendido, a la de la farmacia y a Antonio, el del bar; una narración que les cuente a ellos, a cada uno de ellos que les engañaron, que les mintieron, que se aprovecharon de su buena fe y que ahora siguen tratando de vacilarles.
Ese relato.