THE OBJECTIVE
Guadalupe Sánchez

El hundimiento

«La sombra de la malversación que se cierne sobre varios ministros priva de cualquier legitimidad ética al Gobierno para amnistiar a otros malversadores»

Opinión
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El hundimiento

Ilustración de Alejandra Svriz.

La impunidad es el fruto prohibido que los gobernantes de los Estados democráticos y de Derecho no pueden probar. El sanchismo lo saboreó pronto, apenas iniciada la andadura del Ejecutivo de coalición. Meses gobernando a base de decretos, sin controles ni contrapesos, les hicieron sentirse impunes y obraron en consecuencia. Mientras los españoles soportábamos los embates de la pandemia, con nuestros derechos fundamentales suspendidos y los hospitales desbordados, el Gobierno no sólo emprendió un proceso de colonización institucional sin precedentes, sino que también tejió un entramado ministerial de comisionistas y conseguidores cuya finalidad no era otra que la de enriquecerse a costa de la gestión sanitaria de esa enorme desgracia colectiva que supuso la covid-19.

A decir verdad, no debería sorprendernos, porque no es la primera vez que el PSOE se escuda en la alarma y la excepcionalidad para sembrar su corrupción: todo el caso de los EREs nació de la necesidad de enfrentar la extraordinaria situación de los parados en Andalucía, con el resultado que es por todos conocido: 679.432.179,09 euros públicos dilapidados. La pandemia desactivó todas las alarmas sociales y periodísticas, con la notable excepción de unos pocos medios, incluido éste para el que escribo. Era la época del ‘aporta o aparta’, de la deshumanización de los críticos y disidentes, del silencio de los corderos ante las fauces del lobo.

El que empezó siendo el caso Koldo, tardó pocas horas en convertirse en el caso Ábalos y es ya el caso PSOE. El cortafuegos político y mediático que los socialistas han intentado crear en torno al exministro de transportes para evitar que salpique a alguno de sus tótems no ha funcionado: José Luis ya estaba muerto, amortizado para su partido desde el momento en que lo cesaron. Los socialistas simplemente estaban esperando el momento judicial propicio para propinarle la patada que lo expulsara de sus filas y así poder hilvanar su relato de la lucha contra la corrupción. 

Pero la mierda con la que llevan años saturando las cañerías del Estado ya no puede disimularse ni ocultarse. El hedor es insoportable. Ha manchado a la que entonces era presidenta de Baleares y ahora es presidenta del Congreso y tercera autoridad de nuestro país, Francina Armengol. Ha involucrado al exministro de Sanidad Illa, al de Interior y al de Política Territorial. Apunta ya a la Moncloa. 

Qué recuerdos de aquella primavera de 2018, cuando el socialismo enarboló la bandera de la dignidad y la regeneración para sacar adelante su moción de censura contra el Gobierno de Rajoy, con Ábalos ejerciendo de fiel escudero de un quijotesco Sánchez que se enfrentaba al gigante corrupto del Partido Popular. Qué poco tardaron en sublimar la aberrante conducta que aseguraban venir a combatir.

«Este caso va a ser el iceberg que cause el hundimiento del Titanic sanchista. No sólo porque acaba con su impostada imagen de inmaculados incorruptibles, sino porque es incompatible con la ley de amnistía»

Responsabilidades penales aparte -que para eso están los tribunales, para ventilarlas-, el caso mascarillas va a ser el iceberg que cause el hundimiento del Titanic sanchista. No sólo porque acaba con su impostada imagen de inmaculados incorruptibles, sino porque es incompatible con la ley de amnistía en la que el PSOE pretende sostener la gobernabilidad. Cuestiones jurídicas al margen, la sombra de la malversación que se cierne sobre varios ministros y altos cargos priva de cualquier legitimidad ética y moral al Gobierno para amnistiar a otros malversadores: presuntos corruptos regalando impunidad a sus socios, también corruptos, a cambio de sus favores parlamentarios. La corrupción en grado sumo.

Pero si el entramado corrupto de las mascarillas complica la amnistía, no hablemos ya de la imputación de terrorismo a Puigdemont por parte de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Si amnistiar el terror se me antoja ya algo inconcebible, que sobre quien lo hace recaiga la sospecha de la corrupción se me antoja algo insoportable: convertiría al Congreso en un espacio dominado por quienes retuercen la legalidad para evitar responder por sus delitos. Por no hablar de que nos permite entrever un futuro abominable en el que los crímenes sanguinarios de la banda terrorista ETA serán olvidados en pos de la convivencia vasca, esto es, a cambio del apoyo de Bildu a los socialistas.

Por si fuera poco, el irreprochable auto del Supremo complica verdaderamente las cosas al fugado a Waterloo, pues el terrorismo está excluido del control de doble tipificación de los hechos en la Decisión Marco que regula las órdenes de detención europea (al contrario de la sedición) y constituye una de las líneas rojas de la Unión Europea en lo referente a las amnistías. Pintan bastos para Bolaños.

Ni que decir tiene que la resolución compromete también al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, que no dudó en bailar al son que le marcaba el Gobierno maniobrando para poner en cuestión la instrucción del magistrado García-Castellón. Sin olvidar que, por supuesto, deja con el culo al aire al presidente Sánchez que, en una comparecencia pública, afirmó lo de que «como todo el mundo sabe, el independentismo catalán no es terrorismo», lanzando así a su jauría mediática contra el instructor. Le sigue muy de cerca Núñez Feijoó, asegurando hace unos días ante un grupo de periodistas que veía difícil que prosperase lo del terrorismo. 

Y es imposible despedirse sin acordarse de los tertulianos y personajillos varios que pululan por los medios de comunicación y redes sociales, que se ensañaron con García-Castellón y hasta lo tildaron de prevaricador. Son demasiados los que se atreven a predicar sobre el delito de terrorismo sin tener ni idea del contenido de los artículos 573 y 573 bis del Código Penal, ni de la jurisprudencia que los aplica y desarrolla. Demasiados en cantidad y en necedad. Prostitutos de la notoriedad incapaces de argumentar más allá del eslogan que les llega vía WhatsApp desde Ferraz. Que vayan buscando un flotador, porque esto se hunde.

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