THE OBJECTIVE
Rafael Arenas García

Humor y horror en el 'caso Ábalos'

«La reacción popular ante el escándalo muestra la profundidad del trauma que supuso la pandemia. El humor es tan solo un mecanismo de defensa»

Opinión
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Humor y horror en el ‘caso Ábalos’

Ilustración de Alejandra Svriz.

El humor es un mecanismo de defensa colectivo ante situaciones traumáticas. Los que tenemos edad para ello recordamos que, en 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas, proliferaron chistes, historietas y lo que ahora llamamos memes, que tenían como protagonistas yihadistas.

En aquel momento, varios criticaron la banalización del sufrimiento y la violencia que implicaban aquellas chanzas; pero otros señalaron que ese recurso al humor daba muestra, precisamente, de la profundidad del trauma que vivíamos como consecuencia de aquellos hechos. El temor se había adueñado de nosotros y esperábamos que, en cualquier momento, un ataque como el que habíamos visto en televisión se produjera cerca de nosotros. Las bromas no eran más que una forma de seguir viviendo con el temor y el dolor.

Estos días me he acordado de ello. La reacción popular a la actitud desafiante y chulesca de Ábalos tras pedirle el PSOE la renuncia a su condición de diputado no puede entenderse más que en la misma clave que explica aquellas bromas desproporcionadas hace más de 20 años.

No pretendo comparar el ataque a las Torres Gemelas con la corrupción masiva que se está descubriendo estos días; pero sí que creo que los mecanismos que explican la reacción ante aquellos hechos permiten entender también la aparente incoherencia de que tantos reaccionen con risas y bromas a la difusión de informaciones que dan cuenta de que mientras permanecíamos encerrados en nuestras casas, impotentes ante la muerte de miles de mayores en las residencias o en los hospitales, viendo cómo los sanitarios se jugaban literalmente la vida en centros que se habían convertido en trincheras donde la vida o la muerte dependían de que se pudiera o no acceder a un respirador; angustiados al comprobar como amigos, compañeros o conocidos consumían en meses los ahorros de años para poder vivir en ciudades que habían cerrado cines, restaurantes, tiendas y negocios; otros se hacían ricos desviando dinero público (o sea, de todos nosotros) para cobrar comisiones por mascarillas defectuosas o gestionando otro tipo de favores en una trama de corrupción que cada día descubre un nivel más de inmundicia.

«La pandemia de la covid ha sido la experiencia colectiva más traumática en España desde, probablemente, la Guerra Civil»

Hace pocos días, Pablo Pombo, en El Confidencial, señalaba la incoherencia de los comentarios que ha generado la negativa de Ábalos a dejar su escaño y afirmaba que esta reacción era reflejo de lo podrido que está nuestro sistema de valores. Creo que acierta al señalar la falta de correspondencia entre los hechos que conocemos y la reacción casi festiva de quienes hacen gala de que han puesto las palomitas en el microondas para comérselas tranquilamente mientras esperan la conclusión de este drama; pero me parece que esta reacción no responde a un desajuste en nuestra escala de valores; sino, como decía, a que, en realidad, el trauma al que nos enfrentamos es aún más profundo de lo que queremos creer.

La pandemia de la covid ha sido la experiencia colectiva más traumática en España desde, probablemente, la Guerra Civil. ¿Quién no conoce a alguien que no haya muerto en el año 2020 como consecuencia de la enfermedad? ¿Quién no ha tenido que despedir a algún compañero, amigo o familiar sin ni siquiera haberle podido dar un entierro digno de tal nombre? ¿Cuándo hubiéramos imaginado tener que pasar meses en nuestras casas, a veces en menos de 60 metros cuadrados, sin siquiera poder salir al quicio de la puerta? ¿Cuándo imaginamos ver convertidos nuestros centros sanitarios y hasta pabellones feriales en hospitales de campaña? ¿Nos hemos olvidado realmente de la indignación que sentimos cuando nos dimos cuenta de que se había jugado con nuestras vidas para poder celebrar el 8 de marzo? ¿Recordamos los debates sobre el número de fallecidos, los trapicheos políticos por el cambio de fase en unas y otras Comunidades Autónomas, los inconstitucionales estados de alarma, el igualmente inconstitucional cierre de las Cortes?

Todo parecía enterrado bajo capas de «nueva normalidad»; pero ahí sigue, y ha bastado que se nos informe de que en aquellos meses de horror había quien se lucraba a costa de nuestra pobreza, nuestra miseria, nuestro dolor y nuestra muerte; para que la reacción se produzca; una reacción que, como digo, en primer lugar, es de risa quebrada, porque el humor protege nuestra razón; pero que nadie se equivoque. Esas bromas no borran la rabia y la indignación. Ninguno de los que intentaron aprovecharse en aquel momento resultará indemne.

La risa precede al rugido de un país humillado.

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