THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Quien miente en lo pequeño…

«Si Sánchez ha hecho de la mentira una marca de estilo, ¿por qué no pensar que la falsedad va más allá de lo lingüístico para ser un modo de operar en política?»

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Quien miente en lo pequeño…

Ilustración de Alejandra Svriz.

El momento político se mueve entre dos polos: el primero, interno, responde al nombre de Koldo; el segundo, externo, mira hacia París, Berlín, Moscú y Kiev, y habla en una lengua que cada vez nos resulta más extraña. El último episodio, de por sí inquietante, nos ha llegado desde Rusia a través de filtraciones: el Taurus-Leak, en referencia al poderoso misil germano-sueco, anhelado por el ejército ucraniano y calificado erróneamente como un game changer en el frente de guerra.

Volveremos a ello, pero antes detengámonos un instante en España y en el principio del fin (o tal vez no) del que hablaba la semana pasada. Son tantas —y tan complejas— las ramificaciones que hemos ido conociendo a lo largo de estos días del caso Koldo que me pregunto si no me equivoqué al relativizar su importancia en el artículo anterior. Hay algo aquí que no debemos olvidar: si Pedro Sánchez ha hecho de la mentira —o, para emplear un término políticamente correcto, de sus «cambios de opinión»— una marca de estilo, ¿por qué no pensar —sin la intención de extralimitarnos— que la falsedad va más allá de lo lingüístico para formar parte de un modo de operar en política? Es decir, ¿se pueden desligar realidad y apariencia, fondo y forma? Cuando Sánchez es audaz y atrevido en sus movimientos y cuando nos ha demostrado que el valor de la palabra es un concepto relativo para él, ¿por qué no va a conducirse de un modo similar en su gestión del día a día como gobernante? O, acudiendo a una conocida expresión popular, «quien miente en lo pequeño miente en lo grande».

«Sánchez se encuentra en la situación de mayor debilidad desde que llegó al poder»

La agresividad verbal con la que el PSOE ha respondido a la publicación de ciertas noticias nos indica hasta qué punto la actuación judicial ha tocado un punto neurálgico del Gobierno. Se habla ya de un caso Torres y de otro caso Armengol que servirían de fusibles para defender al presidente ante una previsible escalada. Sigo pensando que no es el principio del fin para Sánchez; en todo caso, se encuentra en la situación de mayor debilidad desde que llegó al poder. Pero son demasiados frentes —muchos de ellos incontrolables— como para no sospechar que asistimos a una demolición por fases. De modo que quizás sí que nos hallamos ante el principio del fin. Al menos, del fin de su baraka. En unos meses lo sabremos.

Más tensa aún —más crucial se diría— es la coyuntura internacional, definida por las filtraciones rusas (resultan inexplicables los fallos de seguridad en el ejército alemán) y por el tono agresivo con que Macron ha lanzado la idea de una hipotética participación de soldados de la Unión en Ucrania. ¿Cómo interpretar este mensaje? ¿Qué información estarán recibiendo de las agencias de inteligencia para explicar este paso adelante? ¿Se da a Ucrania por perdida? Pero, en ese supuesto, ¿por qué no se le proporciona armamento como es debido? ¿Se trataría de una medida preventiva para evitar una intervención rusa en otros puntos fronterizos de la OTAN (el corredor Suwałki, por ejemplo)? A saber, pero es el primero de muchos indicios que apuntan en una dirección muy peligrosa.

Rusia está ganando la guerra, América —inmersa en una larguísima campaña electoral para las próximas presidenciales de noviembre— se desentiende y Europa se mueve entre el deseo, el miedo y la incapacidad operativa. Y, en contra de lo que muchos pensábamos hace apenas un año, Rusia dispone hoy de un ejército y de una industria bélica mucho más preparados de lo que nunca hubiéramos imaginado.

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