La izquierda chabacana
«Detrás de esa polarización, de ese discurso destilando odio y autoritarismo, no hay nada. La retahíla de exabruptos trata de ocultar la falta de proyecto político»
El problema del estilo soez de Óscar Puente no es lo que dice. Allá él. El asunto es que hay una izquierda que lo aplaude y jalea, que ve el insulto como un ajuste de cuentas necesario, como un acto de justicia social. En el fondo hay un «algo habrá hecho» para merecer ese ataque. Puente es un síntoma de una mentalidad. Este ministro de Transportes, con tratamiento de «excelentísimo», no es excepcional, solo es una muestra preocupante de la situación de esta izquierda.
No hace mucho esos mismos progresistas decían ser los abanderados de la cultura y de la educación, de la instrucción y la información libresca, incluso hijos de la columna erudita y de la conferencia intelectual. Parecía que habían parido la libertad y la democracia. Hoy es justo lo contrario. Ahora se sienten identificados con despreciar al adversario, con el relato en lugar de la ciencia, con la mentira útil que sustituye a la verdad, con el dogma intocable que silencia el debate, con la cancelación del otro y su apartamiento. Si la ignorancia y la zafiedad dan votos, la siembran y propagan. Si la polarización aprieta las filas y moviliza, lo bordan. El problema es de fondo.
No es solo que nos encontremos con la generación política más floja desde 1978, es que el estilo ha cambiado. Esa transformación vino por la izquierda, de la mano del populismo de Podemos. Introdujeron la bronca, los insultos y los escraches como forma de hacer política, y el activismo y lo chabacano inundaron con éxito la vida política. Los medios aplaudían y las urnas se llenaban en beneficio de Iglesias. El PSOE se sintió acogotado entonces. Parecía el partido anciano incapaz de movilizar, hasta que llegó Sánchez y lo podemizó.
Comprendieron entonces que, como en el caso de Pablo Iglesias, no importaba la racionalidad o viabilidad del proyecto político, sino la exaltación de las emociones. Cavar trincheras y señalar el inminente ataque de un enemigo feroz pareció el mejor modo de movilizar. Para eso solo hacían falta consignas pegadizas y altavoces. Eso se trasladó a los medios de comunicación, en especial al diario socialista de la mañana, que dio un giro hacia el dogmatismo y el activismo. Se acabó la intelectualidad digna y comenzó la justicia social como misión providencial.
Esa manera de hacer política, tan identificada con Pedro Sánchez, fue perfeccionando las formas y seleccionando a las personas. Lo urgente era inculcar odio y miedo a la derecha. El resto, como la moderación, la razón, la ciencia o la conciliación, quedaron como maneras fachas de hacer política. La polarización se adueñó del discurso del PSOE. No es que lo hicieran en campaña, como es habitual, o con determinados temas, sino que se hizo permanente. De hecho, han convertido las sesiones de control al Gobierno en monólogos para insultar a la oposición. Los ministros interpelados no responden. Solo llevan preparados los zascas más demagógicos y arrogantes que se les ocurra a la tropa de asesores.
«Incluso las portavoces del Gobierno se dedican al ataque a la oposición incumpliendo su función institucional»
En esa merienda de sanchistas es lógico que el presidente siempre tenga a su lado a quien encarne ese discurso soez basado en el exabrupto y la desautorización de la oposición. En su día fueron Carmen Calvo, Ábalos y Lastra. Incluso las portavoces del Gobierno se dedicaban al ataque a la oposición, como Celaá, María Jesús Montero, Isabel Rodríguez y ahora Pilar Alegría, incumpliendo su función institucional.
Detrás de esa polarización, con el discurso chabacano, destilando odio y autoritarismo, no hay nada. La retahíla de exabruptos trata de ocultar la falta de proyecto político propio. Si dedicamos tiempo a los chistes torrentianos y machirulos de Óscar Puente no hablamos del entramado de corrupción económica de este Gobierno. Ni analizamos el asalto a la democracia constitucional que supone la ley de amnistía, o de la bajada continua de pantalones de Sánchez con Puigdemont.
El uso de lo chabacano es un viejo truco que consigue un rédito importante en un electorado de la izquierda que ha perdido, si es que alguna vez lo tuvo en propiedad, esa identificación con la cultura, la educación y la convivencia. ¿Dónde queda el ideal de armonía, democracia y pluralismo, o la honradez y la dignidad?
Debieron quedarse en alguna de las maletas de Delcy Rodríguez.