Sobre la televisión pública
«Uno de los signos más evidentes de una democracia degradada es el uso partidista y sectario de los medios pagados por los contribuyentes»
Hablo de mi propia experiencia: muchos de los mejores periodistas con los que me he cruzado a lo largo de mi carrera eran de TVE o de la Agencia Efe. Por lo general, mucho mejores que los de otros medios de comunicación y, salvo excepciones, por encima también de los de las televisiones privadas, que nunca dedicaron esfuerzo y recursos suficientes a los programas informativos, caros y poco rentables.
Con el fin de optimizar sus gastos, las televisiones privadas introdujeron la moda de sustituir las noticias por las tertulias. Primero en Estados Unidos, después en el resto del mundo. Es mucho más barato sentar en una mesa a cuatro personas a discutir sobre la actualidad que enviar a un equipo de reporteros a contarla. Una de las consecuencias de esa moda es que los ciudadanos han perdido auténtica información y, en su lugar, han sido arrastrados a la agitación y la polémica, cuando no al escándalo injustificado y la provocación.
«Entre todos han destruido a lo largo de los años el prestigio de la televisión pública»
Recuerdo todo esto a propósito del debate suscitado por el reciente nombramiento de la militante de un partido político al frente de RTVE. No existe peor forma de desprestigiar lo público que utilizarlo de forma sectaria en favor de los intereses propios. En el caso de la televisión, lo ha hecho antes el PP y lo hace ahora el PSOE. Lo hacen ambos igualmente en las televisiones autonómicas que les toca administrar. Es indignante la naturalidad con la que partidos políticos que se denominan demócratas se creen con el derecho de poner a su servicio medios de comunicación pagados con el dinero de los contribuyentes.
Es alarmante que esto ocurra año tras año a la vista de todos sin que se considere siquiera la posibilidad de que pagarán algún precio político por ese abuso. Entre todos han destruido a lo largo de los años el prestigio de la televisión pública. Pero, desde mi punto de vista, es mucho más grave el daño que le inflige la izquierda porque la derecha siempre estará dispuesta a la solución definitiva de la privatización, con la que todos perdemos.
Es la izquierda la que tiene que demostrar que es posible la existencia de una televisión pública que no represente una carga económica insostenible y que sea capaz de dar satisfacción al interés general de la sociedad, que no es otro que el de disponer de información verídica, elaborada por profesionales sin visión ni intenciones partidistas.
Como profesional del periodismo creo en la televisión pública. Creo porque, como decía, he conocido en ese medio los mejores colegas y los mejores trabajos. Pero incluso los buenos se ven obligados a sobrevivir de acuerdo a las reglas impuestas por los políticos. Todos saben que quien saca la cabeza la pierde y que quien discrepa, será relegado. Y ahí quedan muchos, en silencio, agazapados a la espera de que vuelvan los suyos para recuperar protagonismo.
Una democracia robusta no debería permitirse continuar con esta mascarada. Seríamos un país mejor con una televisión pública fuerte y profesional, capaz de ocupar los espacios de calidad a los que renuncian las televisiones privadas y que son convenientes para favorecer una sociedad menos polarizada y más libre. Aún con sus inconvenientes y dificultades, no hay duda de que la BBC es una garantía de la vitalidad democrática del Reino Unido y un orgullo nacional.
Aunque estemos muy lejos de la excelencia británica, debe de existir un término medio mejor que la burda manipulación a la que nos someten desde hace años desde las pantallas públicas. Es una responsabilidad, sin duda, de los políticos, que toman sin escrúpulos las televisiones que le corresponden como parte de su botín electoral. Pero es responsabilidad también de los profesionales, que viven hoy más cómodamente en las barricadas ideológicas que en el frente de la noticia.