THE OBJECTIVE
José Rosiñol

El 'prusés' español

«Estas estructuras narrativas, los juegos del lenguaje y las acciones con las que se nos distrae, pero, sobre todo, se nos divide, responden a estrategias básicas y comunes al ‘populismo’»

Opinión
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El ‘prusés’ español

Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

El que me conoce sabe que no soy precisamente un alarmista, tampoco me dejo llevar por mis emociones y trato de tener controlados (reconociéndolos) mis sesgos y prenociones. Digo esto porque, en el momento actual, con un presidente contra las cuerdas, de visita en El Valle de los Caídos, intentando apelar -una vez más- a la emocionalidad, a la visceralidad y a la división como herramienta de distracción social y política, pretendo analizar las estructuras que sustentan todo este artificio, todo este trilerismo con el que se tratan de esconder las muy feas vergüenzas que afloran en los aledaños de la Moncloa y, quién sabe, en las mismas estancias de la Moncloa.

Estas estructuras narrativas, los juegos del lenguaje y las acciones con las que se nos distrae, pero, sobre todo, se nos divide, responden a estrategias básicas y comunes al «populismo». Si sabemos identificarlas, podríamos actuar en consecuencia, en realidad deberían actuar en consecuencia los partidos de la oposición y, quizás, la sociedad civil no secuestrada por las dádivas públicas o no convertidas en agencias de colocación. Naturalmente, como podrán comprender, los paralelismos entre la tormenta dionisiaca de la política catalana de los últimos años, podría ser el espejo más cercano en el que se mira Pedro Sánchez.

«Esta especie de ‘anti-seny’ polarizador catalán (‘rauxa’, se le llama en Cataluña) ha demostrado ser un movimiento populista de libro»

Esta especie de «anti-seny» polarizador catalán («rauxa» se le llama en Cataluña) ha demostrado ser un movimiento populista de libro. Un manual para saber cómo imponer, desde una minoría social, un abrumador relato y un programa de imposición social aludiendo a peligros, enemigos y amenazas inexistentes. La utilización de lo público para intereses privados y de partido, la creación de una simbología concreta para homogeneizar ideológica y políticamente al «pueblo» catalán, la simplificación en la respuesta a problemas complejos, la llamada constante a la historia como justificadora de la política, la división entre buenos y malos catalanes, la justificación del señalamiento público de la disidencia o la resistencia a la uniformización. Un juego de polarización que está imitando el Partido Populista Español.

Y es que, en este escenario, hay un primer punto importante, un aviso a los que navegan por los procelosos mares de la oposición política patria, no estamos ante políticos y políticas que crean en ningún tipo de lealtad constitucional. Me refiero a que, igual que en Cataluña, estamos ante políticos que buscan el resquicio jurídico para laminar la esencia constitucional, me refiero que, al igual que en Cataluña, parece haber una comunión de intereses populistas de distinto pelo, que conciben al marco constitucional como un freno para un bien superior, la diferencia, en el caso nacional, es que es más difuso que el del «multipartito» único catalán. Parece más difuso, pero podemos intuirlo, acabar con la democracia del 78 e introducirnos en las estructuras iliberales que garanticen la perpetuación en el poder de aquellos que juegan y buscan dinamitar nuestro orden constitucional.

No estamos ante el juego político habitual, como decía, no hay lealtad al Gran Acuerdo de 1978, de hecho, hay incomodidad, hay justificación revanchista, hay una histérica utilización y reinterpretación de la historia, hay una especie de «republicanismo vulgarizado» de nueva corte que se siente cómodo con el artificio de las dos Españas. Estamos ante el juego de la apelación al pueblo, de una voluntad popular que arrasa necesariamente la separación de poderes, una política que se siente incómoda con cualquier freno a dicha voluntad. Estamos en el juego de la división, de la perpetuación de esa división como palanca de movilización de esas mayorías del cincuenta por ciento más un voto, único escenario dónde medra y se perpetúa el populismo. El juego del «pueblo» y la «fachosfera», todo desde la atalaya de quién debería representar a toda la Nación, no solo a los que te han votado o a los que te apoyan sin haberte votado.

Esta catalanización de la política nacional ha venido unida a la «podemización» del PSOE, los discursos se parecen tanto que resulta difícil distinguirlos, hasta tal punto que el experimento monclovita de Sumar se demuestra tan ineficaz en las distintas y constantes elecciones de nuestro país, básicamente porque no se sabe si Sumar es Podemos, si Podemos es Sumar o cualquiera de ellos es el actual PSOE. La solución de esa ecuación la hemos visto, los socialistas aguantan, Sumar se hunde o desaparece y, Podemos, simplemente, desaparece. El votante aturdido ante el giro demagógico socialista se queda con el demagogo más auténtico, es decir, con Pedro Sánchez. El votante asustado por ese «enemigo a las puertas» en forma de un fascismo inexistente, con la pinza en la nariz y con un forzado posibilismo, vota a Sánchez. Mientras esta estructura le dé a Sánchez el cincuenta por ciento más uno, pues bien, el daño social, político e institucional es un bien necesario para seguir en el poder.

El contagio nacional del populismo nacionalista catalán, sobre todo en sus formas y con la unión de intereses (tácticos y, muy probablemente, estratégicos en alguna medida), es una señal de alarma. El recurso a la emocionalidad, a la voluntad del pueblo, al identitarismo como eje de conflicto y división, al señalamiento público de personas privadas por parte del Gobierno, el ataque a las instituciones como a los jueces (tanto desde el gobierno de la nación como desde la Generalitat) …todo esto son síntomas de una descomposición institucional y una degradación sin precedentes en la cultura democrática en nuestro país. Como decía, hemos de saber a qué juego se juega, hemos de saber a quién tenemos delante y, en vez de seguir una ruta reactiva, en vez de una y otra vez caer en las trampas narrativas, lograr un relato que desmonte y destape la demagogia del actual gobierno.

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