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Fernando Savater

Tabas

«Ninguno de los asesinados, víctimas de los republicanos o de los nacionales, merecen la sucia profanación de ser manipulados por el gran farsante»

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Pedro Sánchez, reunido con los forenses, en el Valle de Cuelgamuros | Efe

No conocí a Carlos, el hermano pequeño de mi padre, por eso vacilo en llamarle «tío». Fue el novio juvenil de mi madre hasta la guerra civil. Entonces le asesinaron los rojos en Paracuellos, por el grave delito de haber sido un estudiante católico: debía de tener poco más de veinte años. Después de la guerra, su hermano mayor se casó con mi madre, cosas de aquellos tiempos. De mi tío Carlos (llamémosle así) no sé mucho más, porque mi padre casi nunca hablaba de él y a mi madre le afectaba el tema. Yo tampoco preguntaba demasiado, pues incluso de pequeño fui pudoroso con los dramas familiares: sólo quería que me contasen fábulas dichosas, para confirmar y ampliar la indecente felicidad de mi incomparable infancia.

De lo único que me enteré después es que los restos de Carlos habían sido llevados al Valle de los Caídos, en contra de los deseos de mis padres, a quienes por lo visto no se consultó ni se hizo caso. Allí estarán aún…supongo. A veces me imagino a ese muchacho, que por edad hoy podría ser mi nieto, en la fría y deslustrada mañana de su ejecución, rodeado de víctimas como él y de verdugos desconocidos, llevado a empellones hacia el paredón final. ¿Qué sintió? ¿De quién se acordó? ¿De su novia? ¿De sus hermanos? ¿Tuvo miedo o un último ramalazo de esperanza?

Desde luego sé muy bien lo que yo sentí cuando vi al gran farsante, disfrazado de forense, ante el pulcro osario de Cuelgamuros, como repasando las teclas de un piano fúnebre: asco y vergüenza ajena. No diré que también odio, porque eso está muy feo y además tiene multa, pero me niego a creer que detestar a Sánchez sea delito, más bien lo considero una obligación moral. Delito debería ser apoyarlo, justificarle o escribir editoriales laudatorios. Como acostumbra, Sánchez aprovechó la ocasión de verse entre despojos humanos para atacar al PP y a Vox por desvirtuar la memoria democrática que él quiere imponer como dogma.

«No es la derecha quien está haciendo el panegírico de Franco, sino Sánchez y sus bellacos»

Los partidos de la derecha, fuera del repudio a los cuales carece de argumentos políticos, son lo que el contubernio judeomasónico fue para Franco. Y no es el único parecido entre el viejo dictador y el nuevo autócrata: la colonización de todos los puestos directivos de la Administración, la judicatura y los medios de información pública por personal adicto al Jefe caracteriza el modo de gobernar de ambos. Porque no es la derecha quien está haciendo el panegírico de Franco, sino Sánchez y sus bellacos.

Después de ver como se porta con lo público el contubernio entre socialistas, comunistas y separatistas a rienda suelta, cada vez recuerdo más lo que me contaron mis familiares del periodo republicano (o lo que le he leído al fidedigno Pío Baroja) y, sin absolverlo, comprendo los motivos de la sublevación de Franco y sobre todo a quienes le recibieron como a un liberador. Aparte de los historiadores que se salen del relato oficial y cuestionan la caricatura en blanco y negro que quieren vendernos como la verdad revelada que hay que creer a pies juntillas para ir al cielo de los rojos, a Franco, con sus pompas y sus obras, le explican y en parte justifican los izquierdistas actuales. Igual de autoritarios, peores patriotas y más ineficaces.

No sé, ni creo que nadie sepa, si los huesos yertos ante Sánchez en la triste mesa de Cuelgamuros pertenecieron a víctimas de los republicanos o de los nacionales. Da igual, los asesinados se parecen tanto… De lo que estoy seguro es de que ninguno de ellos, fuesen lo que fuesen, merecen la sucia profanación de ser manipulados por el gran farsante. ¡Fuera esas manos, tramposo!

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