¿Esto es España, de verdad?
«A nadie le gusta ver al presidente metiéndose en los peores charcos mientras acusa a sus adversarios, con una insistencia que aburre, de moverse en el fango»
El Gobierno de España reconoce el Estado Palestino -lo hará dentro de pocos días- y Pedro Sánchez niega que la decisión vaya en contra de Israel y los judíos, o a favor de Hamás.
O miente una vez más, o nos toma por idiotas. Miente porque hace pocos meses mantuvo una reunión con Abu Mazen, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y sin ninguna duda tuvo que informarle de la situación de su pueblo, el palestino, en el que la ANP lleva muchos años sin relacionarse con Hamás, al que, como varios países occidentales, considera un grupo terrorista. Con toda seguridad, el máximo dirigente palestino explicó al presidente español qué es Hamás, qué hace, a quién representa y qué métodos utiliza para lograr su objetivo de destruir al Estado de Israel.
Eso, en cuanto a la mentira. Respecto a que nos toma a los españoles por idiotas es porque nada más anunciar la decisión sobre Palestina, advirtió que no iba contra el Estado de Israel ni contra los judíos. ¿No? Sánchez, en su infinita bondad, sobre todo estas fechas en las que su prioridad es conseguir un buen resultado en las elecciones europeas, reconoce al Estado Palestino porque es lo mejor para los judíos y para Israel. No hay quien crea que es lo mejor para Israel, no engañe a los españoles ni a sí mismo.
Presidente, por respeto al pueblo palestino, haga distinciones: no confunda a un pueblo que ha sufrido lo indecible, con unos dirigentes palestinos que utilizan las armas más miserables para imponerse. No solo los israelíes tienen datos contrastados sobre lo que ocurrió el 7 de octubre, usted también conoce de memoria sus atrocidades. Que incluso cuentan, desolados, palestinos avergonzados, hundidos, por el hecho de que personas de su mismo pueblo sean capaces de tal barbarie. La historia de que también Irlanda y Noruega reconocerán al Estado de Palestina no justifica que lo haga España. Ni siquiera porque Sánchez necesita que no se le vayan los apoyos de los partidos a su izquierda.
El mismo miércoles que anunciaba lo de Israel, decía que su mujer, «honesta y responsable», y él mismo, estarían «encantados» de dar explicaciones sobre lo que Begoña Gómez hizo y dejó de hacer para que sus amigos patrocinadores de sus másters recibieran trato de favor del Gobierno. Lo de trato de favor lo dice una servidora, aunque acatará lo que diga la justicia si un día se pronuncia sobre el caso Begoña. Pero si la justicia la exime de toda culpa, para desgracia de la familia presidencial, gran parte de la opinión pública seguirá pensando que lo suyo se llama tráfico de influencias. ¿O no lo es escribir cartas firmadas por ella en la que pide a miembros del Gobierno que miren con especial cariño a esos patrocinadores que pretenden conseguir importantes contratos y ayudas gubernamentales?
«Esta España sanchista no tiene nada que ver con un país serio y solvente»
Begoña Gómez, si efectivamente fuera responsable, saldría voluntariamente a dar explicaciones sobre su trabajo y sobre quienes colaboran económicamente con sus másters. Y de paso daría datos que determinarían si contaba con los méritos que se exigían para el cargo que ocupa en la Complutense.
Esta España sanchista no tiene nada que ver con un país serio y solvente. Con un gobierno en el que se sientan figuras de trayectoria profesional admirable y una talla intelectual muy por encima de la media. Los de la generación actual se quejan de que la nuestra, la de la Transición, nos quejamos de vicio. Pero lo tienen fácil, busquen en internet los nombres de quienes formaban parte de los gobiernos de antaño y hagan un repaso de los actuales. Solo eso.
Espectáculo circense como el vivido estos días con el caso Milei, por ejemplo, es de no creer. Por Milei y por algunos gobernantes españoles que mejor habrían sido que no lo fueran.
La conclusión es que un presidente «profundamente enamorado» ha perdido los papeles cuando su mujer se ha visto cuestionada por la oposición, por importantes medios de comunicación y por jueces y fiscales, que se revuelven cuando desde Moncloa llegan presiones para que no tomen determinadas iniciativas.
Mejor reír para no llorar. Pero incluso la risa duele, porque a nadie le gusta ver al presidente de su país metiéndose en los peores charcos mientras acusa a sus adversarios, con una insistencia que aburre, de moverse en el fango.