Las chicas de Lviv y el ánfora de Haifa
«El ser humano ha sido y será siempre así, capaz simultáneamente de lo sublime y lo bestial»
En un museo de Jerusalén un niño ha roto una vasija milenaria, un ánfora.
Y en Lviv, la segunda y más occidental ciudad de Ucrania, se han celebrado los desfiles de modelos de la «Semana de la moda ucraniana». Se ha celebrado por primera vez desde que empezó la guerra, en febrero del año 2022, en consideración de que, a pesar del horror de la guerra, la humillación de la agresión y la tragedia de los muertos y los heridos, la vida cotidiana debe proseguir, en la medida de lo posible. Cuestión de afirmar compostura y temple ante la adversidad. En esa celebración de la gala vestimentaria y de la gracia y la belleza femenina que es, o aspira a ser, cualquier desfile de modas, impresionaba ver a una modelo con una pierna ortopédica, prótesis moderna, de metal, inevitablemente alusiva a la tozuda realidad de las cosas.
En cuanto a la vasija, traduzco y abrevio la información que leímos en Artnet News: «Recientemente se produjo un desafortunado incidente en el Museo Hecht de Haifa (Israel) cuando un niño de cuatro años rompió accidentalmente un jarrón de 3.500 años de antigüedad. A pesar de los daños, los responsables y el personal del museo invitaron inmediatamente al niño y a su familia a visitarlo».
«En un día ajetreado en el museo, con mucha gente alrededor, el niño había logrado deslizarse inadvertidamente sobre la plataforma de las tinajas antiguas, cerca de la entrada, eludiendo la atención del guardia de seguridad,» dijo el Dr. Inbal Rivlin, director general del museo.
«Los daños se descubrieron pocos instantes después de producirse el incidente y el jarrón estaba destrozado y tirado en pedazos en el suelo».
«La vasija está fechada en la Edad del Bronce Medio, entre el 2200 y el 1500 a.C., y es anterior a la época de los reyes David y Salomón. Es característica de la región de Canaán. Estuvo destinada al almacenamiento y transporte de vino y aceite de oliva».
Hasta ahora se conservaba excepcionalmente intacta, y su tamaño la convertía en un hallazgo impresionante, colocado a la entrada del museo.
«Estaba fotografiada y bien documentada, de manera que los especialistas en restauración ya están trabajando en recomponerla, para volver a exponerla».
«Los daños se descubrieron pocos instantes después de producirse el incidente y el jarrón estaba destrozado y tirado en pedazos en el suelo»
Lo bello del caso –vasija aparte, si es que hay que admitir que es «bello» un funcional y rústico recipiente de barro cocido- es que, lejos de reprochar al padre que dejado suelto al niño, en vez de abrumarle con la culpa de haber destruido un patrimonio valiosísimo, el señor Rivlin, el director del museo, ha invitado a los dos a volver de visita cualquiera de estos días; él mismo les dará una visita guiada para mostrarles las joyas de la colección. Un gesto de civilidad refinada.
Ahora bien, esa sociedad que venera y conserva amorosamente los vestigios de sus antepasados pero sabe no darles más importancia de la debida, esa sociedad que segrega, que destila individuos tan finos, bendecidos con tanta gracia, como el señor Rivlin, es la misma que por la fuerza de las armas arrebata la tierra a sus vecinos y la que elige como sus gobernantes a un hatajo de asesinos de masas para que hagan lo que están haciendo.
Sabemos que es un pensamiento trivial, y que el ser humano ha sido y será siempre así, capaz simultáneamente de lo sublime y lo bestial.
Y sabemos que no son la misma cosa los animales y los hombres. Pero aún así a veces me sigue sorprendiendo que, como la mía, tu adorable boquita pintada mastique y desgarre y triture –eso sí, con impecables maneras de mesa–, pedazos de carne de una ternera que hasta hace pocos días, a la sombra de su madre, pastaba, plácida y tontorrona, por el prado.
Y luego digas: «Está buenísima».