THE OBJECTIVE
José Manuel Calvo

Y Kamala Harris fue a saludar a Trump

«La demócrata ha pasado a la ofensiva con éxito, pero ya no puede seguir dando evasivas sobre su programa o los puntos débiles de la presidencia de Biden»

Opinión
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Y Kamala Harris fue a saludar a Trump

Kamala Harris y Donald Trump durante el debate. | ABC

Se quedó desarmado. No se lo esperaba. Cuando la vicepresidenta y candidata Kamala Harris se adelantó y cruzó el escenario, antes de comenzar el debate de Filadelfia, para estrechar la mano del expresidente y candidato, un Donald Trump de cartón piedra que debería haber reaccionado antes empezó a deslizarse por la pendiente de una mala noche. Aunque no haría falta que nos lo dijeran, no hay una sola encuesta que le dé ganador del debate.

¿Es suficiente para que Kamala Harris gane las elecciones? No, en absoluto. 

Por una parte, faltan 54 días para el primer martes después del primer lunes de noviembre (qué fortuna saber con certeza y tanta anticipación cuándo se abren las urnas) y el tópico es tan gastado como real: cualquier cosa puede pasar

En segundo lugar, los debates son importantes –quizá éste haya sido más que otros- pero casi nunca deciden elecciones. Cuenta más Taylor Swift, que esperó al final de la velada para anunciar su respaldo a la exfiscal de California. Y no es raro perder un debate –los medios juegan fuerte en la opinión pública— para luego ganar. Harris salió viva y bien, pero Trump no quedó K.O.

Por último, los sondeos. Desde que Joe Biden renunció a presentarse y Kamala Harris dio un paso adelante, todo les ha ido bien a ella y al Partido Demócrata: tener la iniciativa, cambiar las expectativas, beneficiarse del optimismo que da saber que hay partido, que ya no se sale derrotado al campo. Pero, en vísperas del debate de la madrugada del este martes, las encuestas seguían ofreciendo un empate, con una ligera ventaja de Harris en el voto popular y de Trump en el Colegio Electoral. En los siete estados que todos los analistas consideran que serán los decisivos (Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin) tampoco hay grandes desequilibrios para ninguno de los dos.

Se abre la recta final y los candidatos tienen que concretar mucho más. Kamala Harris ha pasado a la ofensiva con éxito, pero ya no puede seguir dando evasivas sobre los aspectos concretos de su programa o los puntos más débiles de la presidencia de Biden (inmigración, inflación), que es la suya. Simplemente no ser Trump es un gran activo para el votante educado, progresista, centrista e incluso conservador, pero no basta. 

«Cuando el fanatismo casi religioso sustituye a la política y los sentimientos prevalecen sobre la razón, los pronósticos se complican»

Donald Trump, que no dejó de discutir con los moderadores y perdió los nervios en varias ocasiones, tiene que entender –no lo ha hecho hasta ahora, quizá no sea capaz– que hasta un electorado cautivo como el suyo puede empezar a hartarse de las frases sin sentido, de las extravagancias, de las mentiras. Inteligente, por cierto, el golpe de Harris en el debate: es insólito, dijo, que sea yo la que lo recomiendo, pero vayan, por favor, a los mítines de Trump para ver cómo los asistentes se van antes de que acabe, cansados y aburridos. Aunque no tiene nada de aburrido asegurar, como volvió a hacer Trump, que los inmigrantes haitianos en Ohio, y en todo el país, se están merendando los perros, los gatos, las mascotas de los pobres estadounidenses.

¿Quién pareció más presidencial? ¿Cuál de los dos es más creíble a la hora de ofrecer un cambio?  ¿Sirve más la ventaja de Trump ante los votantes en cuanto al manejo de la economía o la valoración positiva de Harris en cuestiones relacionadas con el derecho al aborto? ¿Es decisivo lo que el Pew Center señala, que los votantes demócratas están tres veces más satisfechos de lo que lo estaban con Biden?

El problema es que las respuestas a estas preguntas sirven para poco en situaciones de polarización. Los estadounidenses, que no conocen aún bien a Kamala Harris, sí conocen a Trump. De sobra. Lo que dice y lo que hace y, aunque en muchas ocasiones lo primero es mucho más escandaloso que lo segundo, saben que estimuló y bendijo –lo ha vuelto a hacer recientemente— el vergonzoso asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Y para muchísimos de sus votantes, esa conducta y muchas otras no son motivo suficiente para dejar de votar por él. 

Tampoco las vaguedades de Harris o los errores de la Administración Biden disuadirán a ninguno de los que creen que vale lo que sea con tal de que no vuelva Trump. La polarización –y en EEUU es muy encarnizada desde hace años— descansa en la fidelidad irracional de buena parte de los votantes (pueden pensar en varios ejemplos fuera de Estados Unidos sin ninguna dificultad). Cuando el fanatismo casi religioso sustituye a la política y los sentimientos prevalecen sobre la razón, los pronósticos se complican. 

Y la peor de las opciones –un resultado tan ajustado que abra de nuevo una guerra sin cuartel— está, hoy por hoy, entre las más probables. Mucha atención, porque en unas elecciones estadounidenses se la juega el mundo entero. Siempre ocurre, y en esta ocasión (Ucrania, OTAN, economía, posglobalización) todavía más.

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