Un continente sin rumbo
«En los últimos 20 años, Europa ha perdido el pulso tecnológico y económico con EEUU y China. Las patologías políticas son consecuencia de esta doble derrota»

Una bandera británica ondea junto a otra de la UE a poca distancia del palacio de Westminster. | Krisztian Elek (Zuma Press)
Llevamos años hablando de la hora de la verdad para Europa, pero esta hora nunca llega. Y, en caso de que llegue, se salda en un nuevo fracaso. Hace unos años, el Reino Unido ya tomó el camino de salida. ¿Fue el primer disparo de las políticas populistas o simplemente un aviso de lo que estaba por venir? La victoria de Trump ha trastocado cualquier ecuación posible. La hipótesis de entrada es que las élites económicas norteamericanas se han cansado de no poder competir con las mismas armas de sus rivales asiáticos. La fractura de clases, inevitable al mismo tiempo, no ha hecho más que exacerbar la urgencia de soluciones. Todavía no nos hemos hecho una idea del impacto que tendrá la inteligencia artificial sobre el mundo laboral y sobre nuestras vidas. Seguramente muy superior al que ha tenido Internet, aunque su potencial tarde en desplegarse dos décadas.
Si la UE quedó postergada en el furgón de cola de las puntocom, la distancia en lo que concierne a la IA puede ser abismal. No exagero. Cuando en la historia se dan saltos tecnológicos de este calibre, todos los equilibrios de poder quedan alterados. Con la revolución industrial, España perdió su imperio y se sumió en la realidad de una leyenda negra que hasta entonces era sólo eso, leyenda. Siguieron varias guerras civiles, el empobrecimiento y un atraso que ahora llamamos secular. El impacto de la tecnología va más allá de lo ideológico, porque la misma tecnología construye la realidad. Es algo que comprobamos a diario, por ejemplo con las redes sociales. El impacto de X sobre el debate público a nivel mundial no tiene parangón.
«A pesar de toda la sofisticación de la cultura europea, su capacidad de influencia se ha convertido en algo cosmético»
El problema de las horas de la verdad es que agotan su repertorio. Llega un momento en que dejan de ser creíbles y la decadencia se convierte en irreversible. Quiero decir que, a pesar de toda la sofisticación de la cultura europea, su capacidad de influencia se ha convertido en algo cosmético. Si, tras la caída del comunismo, los países del Este miraban hacia la Unión como un horizonte de esperanza y de prosperidad, ahora son estas mismas naciones las que se alejan del cosmopolitismo burocrático de Bruselas.
Es curioso, porque parece que se cumple la profecía que lanzó el politólogo francés Pierre Manent al emplear el término «momento ciceroniano» para referirse a la hora de la verdad. Los momentos ciceronianos (cuando Roma no era ni República ni Imperio, al igual que la UE no es ni Estado nación ni superEstado) amenazan con la descomposición. Tras el Brexit, cabe preguntarse qué sucedería si alguno los ejes centrales de la Unión –Francia o Alemania, por ejemplo– cayeran en una crisis sistémica. Lo cual no es descartable.
En los últimos 20 años, Europa ha perdido el pulso tecnológico que mantenía con los Estados Unidos y China; también el económico. Las patologías políticas son una consecuencia de esta doble derrota. Con el PIB un 30% más elevado todo se vería distinto, pero la realidad del estancamiento se acelera con la velocidad de la bola de nieve. Y hoy estamos en un mundo amenazante que ha decidido jugarse el todo por el todo en la energía, en la inteligencia artificial, en las criptomonedas, en el comercio global, en la caza de inversiones, en los viajes a Marte, en el crecimiento futuro, en los grandes sueños… Vivimos un mundo dirigido por los ingenieros y alimentado por sueños de ciencia-ficción. Ignoro si eso es bueno o malo. Sólo sé que aquí seguimos hablando el lenguaje de los juristas, que fue el idioma del siglo XX. Antes de que las palabras fueran sustituidas por algoritmos.