Sánchez lea a Unamuno

Ni hacienda somos todos, – de ahí el 30% de economía sumergida que tiene la economía española, con la anuencia de sindicatos y demás pesebreros del erario público -, ni todos somos iguales ante las entidades bancarias, – admiten quitas de hasta el 80% en los grandes agujeros empresariales -, ni los escándalos políticos son tratados de la misma forma y manera por los medios de comunicación y sociedad española.

Como una manada hambrienta de hienas que acorrala a sus víctimas, cachorros asustados escapando por sus vidas, así aterrorizó la horda de inmigrantes de origen árabe a centenares de mujeres en el centro de Colonia durante la última Nochevieja. Un repugnante ataque sexual masivo que ya acarrea más de medio millar de denuncias y ha sacudido a la sociedad alemana. El hecho de que muchos de esos criminales sean refugiados en busca de asilo ha herido profundamente a los germanos que abrieron sus brazos cuando aquellos necesitaron ayuda. Ante la racanería de muchos países en Europa con la crisis migratoria de los meses pasados, Alemania se alzó admirablemente como un ejemplo moral acogiendo decenas de miles de refugiados que escapaban de la muerte, la desolación y la hambruna que asolan sus países de origen debido a las guerras y a los terroristas del infame Estado Islámico. Por eso, quizás, duele más el crimen.

Ahora resulta que la posmodernidad va a descubrir los benéficos efectos del alcohol. Y van y descubren que el whisky de centeno puede curar los resfriados. Si la modernidad no hubiera nacido de la mano del puritanismo protestante y su propensión al aburrimiento, nunca hubiese olvidado las virtudes de la bebida. El puritanismo es una herejía fundamentalmente porque es triste. Todas las herejías tienen dos madres, como esos «gaymonios» de hoy: la tristeza y la desesperación. Que los monjes medievales y no tan medievales hayan hecho sabias aportaciones a la producción de bebidas alcohólicas es algo que siempre ha odiado el puritanismo. Que el primer milagro de Jesús fuese convertir el agua en vino -en muchísimo vino-, no molesta tanto al puritano por el hecho sobrenatural, como por el hecho de que se trata de vino. El católico bebe, come, ríe y disfruta de la fiesta tanto como puede porque eso es lo humano. No ahoga penas en alcohol, celebra la vida, como don de Dios, claro. El católico habla de júbilo y no de diversión, esa cosa superficial y estúpida.

Se publica una versión crítica de “Mein Kampf”, aunque nos debería bastar el poema de Leonard Cohen “Todo lo que hay que saber sobre Adolph Eichmann”.